“Nadie se hace millonario por abrir un OnlyFans”
/Foto: Francisco Rodríguez Pérez
“El trabajo sexual es como cualquier otro trabajo precarizado ¿Y qué puede tener de empoderante un trabajo precarizado? Es una estrategia más de supervivencia”. Estrella Camacho, trabajadora sexual virtual, desmantela el discurso de quienes intentan romantizar esta labor.
El trabajo sexual, en cualquiera de sus formas, mantiene abierto el debate dentro del feminismo, la política y la sociedad en general. En los últimos años, con la expansión de plataformas digitales como OnlyFans, irrumpió con más fuerza el trabajo sexual virtual.
“Nadie se hace millonario por abrir un OnlyFans. Eso pasa únicamente si ya eras famosa por otra cosa”, afirma Camacho, y explica que, para la gran mayoría de las trabajadoras, esta actividad es un ingreso complementario, no exclusivo. Es una forma más del pluriempleo que atraviesa a toda una generación de jóvenes y adultos en la actualidad.
Organización, plataformas y lucha por derechos
En el trabajo sexual presencial, el proxenetismo es una de las grandes problemáticas; en el ámbito digital aparece bajo otras formas. Estrella, quien también es Licenciada en Trabajo Social, graduada de la UNT, asegura que “las empresas dueñas de las plataformas se quedan con el 70% de las ganancias”. También señala que se “imponen reglas que cuidan más al cliente que a las trabajadoras y trabajadores”, y que muy pocas empresas ofrecen vías de comunicación a donde se pueda hacer llegar algún reclamo o denuncia.
En cuanto a la posibilidad de organizarse, Camacho reconoce que es más difícil en la virtualidad, donde no existe un espacio físico de encuentro. Aun así, empiezan a surgir experiencias como la RedTraSex (Red de Trabajadoras Sexuales de Latinoamérica y el Caribe) o los intentos de AMMAR (Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina) por incorporar a las trabajadoras virtuales. “Falta mucho, pero al menos se empieza a decir ‘no soy creadora de contenido, soy trabajadora sexual virtual, y como tal requiero derechos’”.
Según Camacho, a las trabajadoras virtuales se las llama “creadoras de contenido”, algo que repercute en la organización colectiva: “Si no te reconocés como trabajadora, no te agrupás”, sostiene la licenciada.
Respecto al feminismo, advierte que “si el movimiento no incluye a las trabajadoras sexuales está marcado por el punitivismo y la moralidad”. Recuerda que, en otro momento, el feminismo también evitaba hablar de temas como el lesbianismo o el aborto porque podían ser “mal recibidos”, y mientras tanto se invisibilizaba y empujaba a la marginalidad a muchas personas.
Este punitivismo, también se expresa en lo simbólico: “cuando se piensa que nuestra situación merece ser judicializada, que las putas deben ser removidas y reeducadas por un equipo de abogadas, trabajadoras sociales y psicólogas que patologizan nuestras decisiones para reinsertarnos en un ‘trabajo digno’ como ser manicurista, peluquera o empleada doméstica, se refuerza la idea de que el sexo solo debe darse por amor y gratis”.
Según la RedTraSex, actualmente en la región, las trabajadoras sexuales virtuales enfrentan los mismos problemas de derechos laborales que las presenciales. El principal reclamo de todas ellas es que los Estados las reconozcan como trabajadoras.
La mirada institucional
El trabajo sexual no solo permitió que la joven licenciada terminara su carrera, sino que le dio un tema de tesis. Allí investigó las representaciones sociales que tienen los profesionales y que, en general, actúan como obstructores de derechos. Su trabajo reveló patrones comunes, como la mirada tutelar, la victimización, la moralización y la estigmatización.
La trabajadora ejemplifica esto con situaciones comunes en las que, por el solo hecho de decir que se ejerce el trabajo sexual, los agentes de la salud “te derivan a un análisis de VIH, aunque hayas ido por otra cosa”. Estas representaciones también impactan en intervenciones técnicas vinculadas a medidas de protección, donde profesionales del trabajo social muchas veces denuncian de inmediato a madres trabajadoras sexuales sin evaluar previamente si realmente existe una vulneración de derechos en las infancias y adolescencias.
Su historia y el estigma persistente
“De niña, yo sabía que mi mamá trabajaba de noche en un boliche. En la escuela, por ejemplo, los docentes se reían cuando decía que mi mamá trabajaba ahí. Lo doloroso no era ser hija de una trabajadora sexual, sino el estigma de la sociedad”, recuerda la joven, y manifiesta que, lejos de ser un escenario de vulneración, su infancia estuvo muy cuidada.
Ella pudo construir una mirada consciente y política al respecto gracias a una crianza contenida en redes de cuidado generadas por compañeras y compañeros de su madre. Esto la llevó a resignificar la categoría de “puta”, algo que, en la actualidad, complementa su salario de trabajadora social. “No lo niego, no lo escondo”, declara.
Camacho reconoce que hoy existe mayor aceptación hacia el trabajo sexual virtual que hacia el presencial. “Se intenta purificarlo, hacerlo más aceptable. Pero no deja de ser estigmatizado. En algunos espacios lo puedo contar sin problema; en otros no, como en la escuela donde trabajo. Ahí sería un escándalo”.
La diferencia, dice, tiene que ver con que lo virtual parece ‘menos monstruoso’ para la sociedad. Sin embargo, detrás de esa aparente aceptación, las condiciones laborales siguen siendo igual de precarias. Para Camacho, la clave está en que el reconocimiento no dependa del formato (presencial o virtual), y que se garantice el derecho a trabajar sin estigmas y con las mismas protecciones que cualquier otra actividad.