“Yo llegué viva, pero muchas quedan en el camino”: Carolina Monteros en primera persona

Foto: gentileza de Yuneia Mafud Jacobe

Durante estos nueve años pasé por mucho desánimo, depresiones y frustraciones. El paso de mi adolescencia a la adultez se fue en perseguir justicia. Fueron años marcados por sentimientos y hechos de revictimización constante por parte del sistema judicial.

Sentí muy profundamente el abandono del Estado durante más de cinco años, y fue desde ese vacío que encontré fuerzas para impulsar la causa y llegar hoy a un juicio oral y público. Tuve que sobreponerme una y otra vez a cada obstáculo, con la convicción de que el silencio jamás fue una opción, a pesar de las decenas de maniobras de los imputados y sus defensas para lograrlo.

Mi dignidad y mis derechos como mujer estaban en juego. El sentimiento de injusticia era enorme, pero yo sabía que ni los imputados ni el sistema iban a escribir mi historia ni apropiarse de mi identidad.

Fue un camino largo, doloroso y hostil, pero la injusticia misma me empujó a seguir adelante. El archivo y el intento de sobreseimiento no fueron casuales, respondían a esa impunidad que se teje cuando el poder económico y el político se entrelazan para no responder. La causa estuvo literalmente parada tres años y medio, luego vinieron los pedidos de archivo y sobreseimiento, y tuve que defenderme del propio sistema, además de soportar las demoras y recursos que interponía la defensa.

La única estrategia de los imputados y defensores fue dilatar, desgastar y sostener la impunidad, en un sistema que parece hecho para proteger a los victimarios hasta el último minuto. Incluso hubo intentos de ofrecerme dinero para callarme. Todo eso sucedía mientras mis proyectos de vida quedaban arrebatados, y mi familia sufría conmigo.

En este proceso de juicio confirmé algo que siempre supe: el sistema es perverso, pareciera que está hecho para proteger a los agresores  hasta el último minuto. Como víctima y principal testigo, me sometieron a un escarnio. La defensa no tiene argumentos sólidos sobre los hechos, por lo que se limitó a atacar mi credibilidad, intentando sesgar y deslegitimar mi testimonio con preguntas revictimizantes.

Indagaron en mi vida personal, incluso desde antes del delito, como si yo tuviera que probar que no miento, en lugar de que ellos tuvieran que probar su inocencia. A la víctima se la examina, se la interroga, se la evalúa. A los imputados, en cambio, se los cuida de no vulnerar sus derechos. Estoy viviendo en carne propia una justicia que interroga a quien denuncia, no a quien comete el delito. Es perverso.

Las pruebas en mi causa son contundentes. Con perspectiva de género, esto debería estar superado. Se debe exigir el cumplimiento de la Ley Micaela y la aplicación efectiva de la perspectiva de género, para que no haya más revictimizaciones.

Porque cuando el acusado tiene poder, dinero o contactos, esa desigualdad se profundiza. Los jueces, fiscales saben quiénes son, temen el impacto político, y se vuelven más cuidadosos con ellos. Eso también es impunidad estructural, la justicia protege al poder, no a las víctimas.

Hoy, después de nueve años de espera, sigo reclamando justicia y un poco de paz. Recorrí el sistema desde adentro y di batalla.

Foto: gentileza de Yuneia Mafud Jacobe

De esta sentencia espero una condena. Espero que la justicia ahora sí esté a la altura de las circunstancias, que dé un mensaje ejemplar, que los poderosos entiendan que abusar de una mujer tiene consecuencias. El juez tiene la oportunidad de marcar un precedente en Tucumán, de mostrar que la justicia puede enfrentar al poder económico y político, y ponerse del lado de las víctimas.

Yo llegué viva, pero muchas mujeres quedan en el camino. Este fallo puede devolverles la esperanza a todas las que todavía no pueden hablar.

Que mi historia no desaliente, que sirva para mostrar que la verdad puede abrir caminos, aunque duelan.

Yo llegué hasta el juicio. No fue gratis, pero fue posible. Llegar hasta acá y verlos como imputados también es justicia para una. Porque resistir, sostener la palabra y no rendirse, también es vencer. 

Franco Trapani y Álvaro Rodríguez son los acusados por el abuso sexual de Carolina Monteros. Tras nueve años de obstáculos y demoras, la causa llegó a juicio oral y público el 1 de octubre. Este jueves, en los Tribunales Penales de la provincia, se escucharán los alegatos finales y se conocerá la sentencia. Hoy, y luego de nueve años de exigir justicia, Carolina espera encontrar una condena justa y algo de paz.