El orgullo de ganar espacios: Romina Escobar, una trans haciendo de cis

Romina Escobar en Breve historia del planeta verde.

“Quizás tendría que decir que esos papeles nos los den a nosotres pero si un actor o una actriz interpreta un personaje trans, no me parece mal porque es un personaje. Y si esa interpretación es con respeto y con verdad, está bien.”, dice Romina Escobar. La respuesta parece ir a contramano de lo que muchas personas trans opinan respecto a quién debería interpretar este tipo de papeles en las ficciones. Pero Romina, actriz trans nacida en Buenos Aires, se anima a ir más allá de la consigna: las actrices y los actores trans también pueden y deben ser considerades para interpretar papeles de personas cis género. 

Eso, que podría sonar a utopía, para Romina fue una realidad. Su interpretación en la película Nosotros nunca moriremos le valió estar nominada en los premios Cóndor de Plata y compartir la terna de mejor actriz con Cecilia Roth, Rita Cortese y Valeria Lois. “Que llegaran los reconocimientos fue hermoso, porque además de que son un mimo, son importantes porque hacen que los demás te vean y se interesen por vos, que te empiecen a convocar, que sepan lo que podés dar”, dice la mujer que en 2019 viajó a Alemania por primera vez con el film que protagoniza, Breve historia del planeta verde. La película había ganado el Premio Teddy al mejor largometraje de cine LGTB en el Festival Internacional de Cine de Berlín. 

Romina habla de su infancia y su adolescencia. De las heridas que pudo sanar y una vida que en algún momento parecía ser el sueño de otra persona. Tiene la certeza de que reencontrarse con su papá y saldar cuentas hizo que algo se soltara y que la magia empezara a ocurrir, o que los frutos de tanto trabajo y formación aparecieran por fin. “Estando en Alemania, caminaba por las calles y, no sé si es porque todas las calles se llaman Frederic algo, pero mi papá se llamaba Federico y yo paseaba por Berlín y me topaba todo el tiempo con las calles con ese nombre. Todo era mágico”. 

Romina Escobar en Nosotros nunca moriremos.

¿Quién es Romina?

Romina soy yo. Soy una persona que está viviendo su sueño. Que está atravesando una parte de la vida que tardó en llegar, pero que ahora, de un tiempo a esta parte, estoy viviendo lo que siempre soñé y soy muy muy feliz.

¿Cuándo sentís que empezó a pasar que el sueño se hizo realidad?

Si tengo que marcar un momento en el almanaque, pienso que fue antes de la pandemia, entre 2018 y 2019. Ocurrió que a fines de 2018 falleció mi papá, con quien no teníamos relación desde que me había ido de mi casa con la necesidad de ‘vivir mi vida’. Antes de irme ya no teníamos tan buena relación y decidí irme también porque no quería que a él lo cargaran ni se burlaran de él por mí. Me fui de mi casa siendo un adolescente, pero de un tiempo a esta parte volví a verlo. Ya había transicionando y él me aceptó siendo Romina. Lo acompañé mientras estuvo en terapia intensiva y nos dijimos que nos queríamos y eso fue como sanar cosas que dolían y se me abrió un mundo. Comencé a conocer familiares que no sabía que tenía. Y en ese momento tan movilizante me llama el director de una película para decirme que nos íbamos al festival de Berlín. Viajamos, ganamos dos premios, vuelvo a Argentina, hago un par de casting, quedo en los dos. Entonces sentía que algo estaba pasando, algo se soltó y yo quiero creer que mi papá tuvo algo que ver con todo eso. 

¿Cómo fue esa relación con tu papá en tu infancia y en tu adolescencia?

En mi adolescencia estuve como muy enojada con mi papá porque sentía que no me entendía y creo que ahora de grande pude entenderlo yo a él. Pienso que siempre me quiso y que de una forma equivocada intentaba protegerme. No quería que me pasara nada malo. En esa época, sobre todo, ser una chica travesti o trans estaba muy vinculado a la prostitución, las drogas. Entonces, ante las muertes de las personas trans, su forma de protegerme era no querer que yo sea trans o travesti. "No quiero esto para vos, porque te van a matar", me decía. Y yo lo entiendo recién ahora, pero en la adolescencia estaba muy enojada. 

¿Y tu relación con tu mamá?

Mi mamá se separa de mi papá cuando yo tenía 5 años, no la volví a ver hasta hace un tiempo en que la busqué por el padrón electoral y la encontré. Estuvimos un tiempo juntas y conocí a toda una familia del lado de mi mamá con la que me llevo muy bien pero ella no me acepta así que no tenemos relación. 

Romina Escobar en se busca.

¿Cómo fueron tus primeros pasos en la actuación?

Estudio teatro desde la infancia. Jugaba siempre a actuar o a cantar y bailar y mi padre decía: “Bueno, el nene quiere ser actor, quiere ser artista”. Así que estudié canto, baile, teatro. Al final me quedé con el teatro. Creo que me di cuenta que esto era lo que quería para mi vida en las clases. Me di cuenta que amaba la luz que me daba en la cara. Que me estén escuchando, poder interpretar a otra persona. Mi primer encuentro con una cámara yo era un niño de 10 años y fue con Jorge Guinzburg. En ese momento no dimensionaba quién era él y dónde estaba yo. No me daba cuenta, me parece.

Hablás de vos y tu infancia en masculino, ¿pensaste por qué?

Yo me refiero a mí como un niño porque físicamente era un niño, pero es verdad que en mi interior estaba esta Romina, que por ahí, por el contexto, seguía adentro. Soy consciente que es muy importante ver y reconocer las infancias trans, pero, en ese momento sentía que estaba mal lo que me pasaba, entonces hablo de mí como un niño porque así me veía yo, como un niño que jugaba a ser una niña. Porque mis juegos eran de niña, en soledad. Me divertía siendo la mujer maravilla o Raffaella Carrá o la protagonista de una novela. Actuaba sola frente al espejo y la televisión fue mi gran compañía. 

¿Cuándo llegó Romina a la actuación?

En la adolescencia me fui de mi casa paterna y transicioné. Creo que el gran paso fue ir a mi clase de teatro como Romina. Ese fue como un punto de inflexión y que mi profesora me recibiera y me preguntara, porque creo que para ella también era nuevo tener una persona trans dentro de sus estudiantes. Al principio siento que no me daba cuenta de todo lo que podía suceder porque hice mucho teatro independiente y siempre hacía papeles femeninos o de trans que en el teatro independiente siempre tenés más libertad en ese sentido. Después me pasó que me empezaron a convocar y eso fue muy fuerte. 

¿Cómo fue llegar a la televisión?

Hasta 2018 o 2019 había hecho cosas chiquitas. Un bolo en Graduados, alguna aparición en Viudas e hijas del rock and roll o en La viuda de Rafael. Después de haber sido premiada en Berlín, llegó la oportunidad de actuar en Pequeña Victoria. Ese fue un gran salto para mí porque la gente me empezó a reconocer. Había gente que me escribía, madres de niños y niñas trans que me decían que les ponía contenta que nosotras estuviéramos ahí porque veían que el futuro de sus hijas, hijos e hijes ya no iba a ser algo tan oscuro. Me llegaban mensajes, dibujitos que me emocionan un montón y lloraba todo el tiempo. Me acordaba de mi niñez, porque pensaba que en mi niñez yo no tenía estos referentes trans en la tele. Mi referente era la mujer maravilla, Raffaella Carrá.

Romina Escobar en Nosotros nunca moriremos.

¿Qué te pasó cuando te tocó hacer el papel de una mujer cisgénero?

Eso fue maravilloso. Me pasó que estando en Alemania un periodista me preguntó qué opinaba de que una actriz o un actor haga de una persona trans. Yo le respondí que, quizás, tendría que decir que esos papeles nos los den a nosotres pero que en realidad yo pensaba que si un actor o una actriz interpreta un personaje trans, no me parece mal porque es un personaje. Y si esa interpretación es con respeto y con verdad, está bien. Pero, así como a esas personas les dan papeles de personas trans, estaría buenísimo que los actores y actrices trans nos dieran papeles que no fueran de trans y a las claras me escuchó el director de la película Nosotros nunca moriremos, Eduardo Crespo, y me llamó. Me da el libro, lo leo y me cuenta la historia que me pareció maravillosa. Pero también me pasaba por dentro eso de decir: ¿y ahora? tanto lo pedí, tengo que demostrar que lo puedo hacer. 

¿Y ahora que ya lo hiciste, qué te pasa cuando te ves en ese papel?

Por un lado, siento una emoción grandísima. La hicimos antes de la pandemia, hicimos el rodaje en Entre Ríos durante febrero y creo que esto de la pandemia hizo que se acelerara la postproducción porque en septiembre ya estaba terminada. Entonces me llama el director y me dice que nos íbamos a presentarla en San Sebastián. Cuando estuve allá empecé a preguntarme: ¿qué hago? ¿Digo que soy trans?, porque si no decía nada era una actriz que hacía el papel de una madre pero me parecía que era importante hablar de mi identidad para abrir cabezas. Entonces en la conferencia digo que soy una persona trans y se empezó a hablar de otros temas y plantear que otros directores, guionistas y demás, también incorporen a personas trans a historias que no necesariamente sean trans. 

Romina Escobar en pequeña victoria.

¿Cómo ves la representación de la diversidad sexual en la televisión o en el cine? ¿Hubo cambios a lo largo del tiempo?

Cuando la tele mostraba realidades diversas, me pasaban dos cosas: en algunos casos daba bronca, por ejemplo el personaje de Fabián Gianola construido desde un montón de clichés, en tono de burla y esterotipado. Pero en otros casos, como en la serie Otra historia de amor donde actuaban Arturo Bonín y Mario Pasik, donde hay respeto y verdad, me parecían importantes. En mi caso, la primera persona trans que vi estaba interpretada por Willy Lemos, en la película Tacos Altos. Su papel era una persona travesti que se prostituía y yo, que aún era un niño, casi adolescente, lo miraba y me identificaba. Hoy los personajes trans muestran también otras historias. Y eso es bueno. También es todo fruto de la militancia. Tengo amigas actrices que ponían mucho de la militancia en sus trabajos y cuestionaban a los directores, quizás yo no me animo a tanto, pero es importante que haya compañeras que lo hagan. 

¿Cómo pensás y vivís la militancia?

Lohana Berkins, Diana Sacayán y Claudia Pia Braudaco son como mis tres chicas superpoderosas. Pía era como parte de mi familia. Por ella y por mi mamá travesti Daiana Diet conocí a Diana Sacayán, a Marlene, a Lohana que son las que se cargaron la militancia a la espalda. Me pasó mucho tiempo que me sentía como en falta por no ir a una marcha, pero me di cuenta que había otros espacios que ocupaba y desde el que también militaba, como cuando trabajé como preceptora en el Mocha Celis. Estar y habitar muchos espacios con conciencia de quiénes somos son también formas de hacer mi militancia. 

 
 

Son más de la una de la madrugada y Romina tiene la energía de quien empieza un día que tiene ganas de vivir. Dice que en el camino de la conquista de derechos falta un largo recorrido. “Falta hasta que no estemos hablando de cuánto falta. Hasta que no tengamos que buscar que los lugares sean 'amigables' porque no tenemos que ser amigos, tenemos que poder ser”, reflexiona. Se acuerda de cuando hizo el cambio registral, un año antes de que se sancionara la ley de Identidad de Género y quería salir a mostrar, orgullosa, su nuevo documento. Falta camino que recorrer, insiste, y cita a Belén Correa cuando asegura que la democracia, para las personas trans, le llegó casi 30 años después que al resto de los y las argentinas. Llegó con la ley que garantiza el derecho a ser quien se es.