Fumigados e inundados

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Las inundaciones ocurridas este año en el interior de las provincias de Córdoba y Tucumán pusieron una vez más a la producción agropecuaria en debate como responsable ineludible de lo ocurrido. De la misma manera la resolución de la Organización Mundial de la Salud de incluir al glifosato, principal agroquímico de la industria primaria argentina, dentro de un grupo de productos probablemente cancerígenos, abrió la discusión acerca de la necesidad de un modelo productivo más humano y sustentable.

La crisis económica en el sector petrolero de la década del 70 del siglo pasado dio lugar a un nuevo sistema de alianza mundial que se expresó, unos años después, mediante el llamado Consenso de Washington, un acuerdo impulsado desde los países del norte y sus instituciones financieras que tenía por objetivo hacer frente a la caída de los márgenes de beneficios de los sectores industriales y financieros de esos países y a las crisis generadas en los países del sur a causa de la imposibilidad de hacer frente a los pagos de intereses de las deudas que los propios países del norte habían impulsado en la década anterior. El nuevo esquema mundial imponía, a grandes rasgos, el regreso a la división de internacional del trabajo hegemónica en el siglo XIX, es decir, productos industriales en el norte y primarios en el sur; los países del norte volverían a encontrarse con márgenes de ganancia altos al poder colocar su producción en los países del sur que irían destruyendo su industria local para poder recibir la producción extranjera. La desregularización del mercado laboral, la privatización de las industrias estatales, la minimización de las condiciones de entrada a la inversión extranjera  fueron las marcas emblemáticas de la década del 90.

En Argentina este movimiento geopolítico fue acompañado por un proceso de concentración de la tierra. Con saldos poco rentables durante la década del 90, debido al bajo nivel internacional de precios de los productos agropecuarios, los pequeños y medianos chacareros fueron vendiendo sus tierras y cediendo lugar a nuevos sectores profesionalizados con manejo de herramientas de gestión económica-financiera, actores más adaptados a lo que empezaría a ser el negocio agrícola. Este cambio en el sector se manifiesta también en términos generacionales. Así lo indica un estudio de la CEPAL (2005) “El agricultor de la región pampeana no es igual a partir de los años 90. Es un tipo de empresario que opera en el campo, de unos 45 años, con formación académica, con otra cultura agropecuaria rural (…), un productor que se profesionaliza y adquiere un alto grado de conocimiento de negocios a la vez que aumenta la presencia cada vez más directa de profesionales y/o técnicos en la dirección del proceso productivo”.

Con la crisis económica de fines de los noventa y el fin de la convertibilidad en el 2002, el proceso se acentuó. Poco después con el boom sojero, que produjo al crecimiento exponencial de la demanda de granos impulsada particularmente por China e India, el sector fue buscando las formas de aprovechar el contexto internacional. La biotecnología fue desde entonces la protagonista del proceso productivo primario de Argentina. Con el mercado agropecuario en la búsqueda de aprovechar el contexto internacional favorable la frontera agrícola se fue expandiendo, la introducción de semillas trangénicas, los herbicidas y nuevas tecnologías que modificaron el modelo de producción agropecuario, hicieron de territorios difíciles un oasis de producción. En 20 años se cuadruplicó la superficie sembrada con soja (5 millones de hectáreas en 1996, más de 20 millones en la actualidad) extendiéndose especialmente hacia el oeste de la región pampeana y conquistando zonas del norte del país (Salta, Tucumán, Santiago del Estero, Chaco). Con la introducción de la Soja Roundup Ready (Soja RR)  resistente al glifosato presente en el herbicida Roundup (ambos del grupo Monsanto) y que inhibe el crecimiento de especies vegetales autóctonas en la zona sembrada, se alcanzaron territorios que antes eran inaccesibles para este tipo de cultivos a la vez que se potenció el rendimiento de las cosechas.

Pero con la aplicación indiscriminada de los agrotóxicos comenzaron a surgir problemas de salud en las poblaciones cercanas a las áreas sembradas y, con esto, la resistencia y la búsqueda de una legislación que protegiera a los pobladores. Abortos espontáneos, malformaciones y un aumento considerable de casos de cáncer alarmó a las organizaciones ecologistas y fomentó la formación de asambleas ambientales en cientos de localidades.

El debate desde entonces giró alrededor de la responsabilidad de los empresarios agropecuarios y la búsqueda de pruebas científicas que vincularan los problemas de salud con la utilización de estos agroquímicos. Durante las últimas dos décadas las organizaciones ambientales aportaron estudios que demostraban fehacientemente este vínculo, sin embargo recién el 20 de marzo pasado la Organización Mundial de la Salud (OMS) reclasificó el glifosato como un elemento con probabilidades de incidencia en la formación de cáncer en humanos.

Al respecto el doctor Medardo Ávila Vázquez, miembro de la Red Universitaria de Ambiente y Salud-Médicos de Pueblos Fumigados en comunicación con el informativo FARCo, indicó la importancia de la determinación de la OMS: “Los países que compran y consumen productos agropecuarios que produce Argentina van a empezar a rechazar los que contengan residuos de estos químicos cancerígenos. Los chinos, por ejemplo, nos compran 10.000 millones de dólares en granos de soja. Los compradores van a empezar  a medir la cantidad de residuo de este químico en los productos que les vendemos. Somos un país que produce alimentos y granos, no vamos a dejar de serlo, pero vamos a tener que cambiar la forma de producirlos porque hoy lo hacemos asentados en una alianza con las empresas multinacionales y con el único objetivo de producir ganancias.

Existe información de muy buena calidad acerca de los efectos del glifosato, la agencia de la OMS que estudia desde hace 50 años el cáncer ha dado a conocer estos estudios, nosotros creemos que han tardado demasiado, pero la actitud de los defensores de los agrotóxicos ante esto es realmente miserable, defienden un negocio que genera millones y millones de dólares mientras la gente se enferma de cáncer. Nosotros hemos terminado hace poco un estudio en un pueblo que se llama Monte Maíz y encontramos que el año pasado ese pueblo tenía 24 enfermos de cáncer que no se tendrían que haber enfermado, es decir, encontramos 35 enfermos cuando las estadísticas marcan que la población normal tendría que haber sido de no más de 11 enfermos de cáncer, o sea que hay 24 enfermos que fueron generados por alguna situación y lo que nosotros pudimos documentar es que la contaminación con agroquímicos es gigantesca. Entendemos que mientras se mantenga este sistema Monte Maíz va a ir teniendo por año 24, 50, 75 casos de gente que adquieres esta enfermedad con el dolor que produce, con el riego de morir, con lo traumático que es tener esta enfermedad".   

Una primera respuesta a nivel institucional fue la del gobierno de Colombia que decidió, durante los primeros días de mayo, suspender los rociamientos masivos que se realizaban sobre campos ilegales de coca como forma de combate del narcotráfico. Este hecho genera expectativas acerca de las acciones que deberían empezar a tomar los Estados latinoamericanos donde la soja y el glifosato parecían encaminarse como la única manera de solventar el crecimiento económico.

Desde el punto de vista económico el esquema parece más complicado. Desde 2003 a la fecha, con la eliminación de la paridad cambiaria y la colocación de derechos de exportación sobre los granos, la soja y el maíz han sido los principales motores del crecimiento económico, equilibrando la balanza económica y generando un excedente que sirvió para reactivar la economía local. Es por eso que tanto el gobierno nacional como los gobiernos provinciales han impulsado la expansión de la frontera agrícola por lo que no parece haber demasiadas expectativas respecto a un posible cambio en el modelo productivo, especialmente porque la reactivación económica no fue acompañada de un proceso de diversificación productiva con posibilidades de sustentar la economía general para depender menos del sector primario. Sin embargo para el doctor Ávila Vázquez afirma: “En Argentina podríamos empezar a cambiar este sistema sin poner en riesgo la balanza comercial, podemos producir granos sin usar glifosato, por supuesto no de un día para otro, pero podríamos ir cambiando el modelo de producción si el Estado, particularmente a través del Ministerio de Agricultura, empieza a recomendar o a tomar políticas que estimulen a los productores para que cambien el sistema y disminuyan el uso de agrotóxicos; actualmente existe una actitud permisiva del gobierno que incluso estimula su uso. Cuando reconozcamos que son productos venenosos que dañan al ambiente y enferman a la población, tendremos que empezar con una campaña pública para decirle a los productores que dejen de utilizar o que los utilicen menos, y no seguir incitando este mercado. Con estímulos positivos como disminuir retenciones para quienes no usan agrotóxicos o usan menos. Beneficiar a esos productores económicamente y de esa manera también la Argentina que protegería su ambiente, a su población y sostendría la producción agraria, a la vez que vendemos granos sanos que tendrían un valor más alto porque hoy en día están cargados de veneno”.

La resolución de la OMS y la respuesta del gobierno de Colombia son una noticia positiva respecto a la utilización de agrotóxicos por parte de la industria agropecuaria, generar una conciencia en los productores deberá ser la tarea de que corresponderá impulsar el Estado Nacional y las provincias a la vez que se encuentran las formas de modificar una cultura productiva que, en la actualidad, muy lejos está de ser sustentable. Basta mirar el interior de las provincias de Córdoba y Tucumán para encontrar el otro gran problema que genera el modelo agropecuario actual; la expansión de la frontera sojera no sólo afecta a las poblaciones que son fumigadas indiscriminadamente sino que además las pone en peligro mediante la eliminación de la barrera natural contra las inundaciones que representan los montes autóctonos. Un modelo de producción sustentable y armónico con el entorno natural se torna cada vez más necesario, el afán de lucro indiscriminado no puede seguir siendo el motor del crecimiento económico.