Catolicismo encantado, santos y fe popular
/Foto: Italo Lautaro Vaca Navarro | La Palta
La rica y compleja espiritualidad argentina esconde un vasto universo que desafía la imagen tradicional que el país tiene de sí mismo. Figuras como la del Gauchito Gil, San la Muerte o la Difunta Correa no son un simple “lado B” de la cultura, sino la manifestación de una profunda cosmovisión que el sociólogo y antropólogo Alejandro Frigerio denomina el "catolicismo encantado".
Frigerio rápidamente desecha el término "santos paganos", por ser una etiqueta descalificadora con una perspectiva católica. También rechaza la expresión "religiosidad popular", ya que, según el antropólogo, “la devoción a estos santos excede bastante a los sectores considerados populares”. Al respecto, agrega: “Basta con observar la gran cantidad de vehículos de alta gama que visitan los santuarios de San la Muerte en el Gran Buenos Aires para entender que la fe milagrera toca a personas de distintos niveles socioeconómicos”.
Espiritualidad y creyentes
Las personas que no creen en lo espiritual viven en un mundo de tres dimensiones, un mundo material en el cual la ciencia explica todo. Sin embargo, buena parte de los argentinos son creyentes. El análisis de Frigerio establece una distinción fundamental entre dos tipos de creyentes que viven en un mundo de cuatro dimensiones (material y espiritual).
Por un lado, están las personas que creen que hay una realidad espiritual trascendente. Estos entienden que la dimensión espiritual está fuera de este mundo, que es lo que propone el catolicismo institucional.
En esta visión, “Dios está afuera de este mundo y solo interviene a través de milagros que tienen que ser validados primero por la ciencia y después por la iglesia”, explica el sociólogo y continúa: “también hay intervenciones mediadas por los sacerdotes, como los sacramentos. Ellos pueden consagrar la hostia por ejemplo, pero al igual que los santos son solo mediadores ante Dios, no van a intervenir en el mundo material consiguiéndote un trabajo, una novia o curándote”.
Por otro lado, Frigerio asegura que “hay una gran cantidad de creyentes que creen que lo espiritual es consustancial al mundo material. En este caso los seres sobrenaturales intervienen cotidianamente en el mundo material”. Esta espiritualidad, que se conoce como encantada e inmanente, se extiende a iglesias evangélicas y a templos de umbanda, donde la posibilidad del milagro es algo habitual y no necesita ser validado por la ciencia, basta con el testimonio de los fieles.
Foto: Italo Lautaro Vaca Navarro | La Palta
En este mundo encantado, entra la devoción por santos como el Gauchito Gil, San La muerte y la Difunta Correa, incluso los santos canónicos como San Cayetano o San Jorge son reinterpretados: dejan de ser meros mediadores y se convierten en agentes directos. San Cayetano concede trabajo, San Jorge protege y San Expedito consigue cosas imposibles.
Ciencia y magia
Frigerio comenta que las investigaciones cuantitativas resultan un problema “porque cuando le preguntás a la gente ¿cree usted en el gauchito Gil? Las personas que te responden que sí no son tantas. Pero después vas por las rutas y está lleno de altares del gauchito Gil”. El sociólogo atribuye esto a la modernidad, porque se supone que es una época de la humanidad en que creemos en la ciencia, en las explicaciones científicas. Lo cierto es que el creyente del mundo encantado va al médico, al psicólogo, y utiliza todos los recursos de la ciencia, pero también reza y hace ofrendas.
Cuando un resultado incierto, como una operación complicada, sale bien, se atribuye el éxito al santo, quien "gira encima de los milagros de los médicos". Frigerio insiste en que estas prácticas son mejor entendidas como mágico-religiosas. La gente busca magia, la movilización efectiva de fuerzas espirituales, y lo hace a través de figuras religiosas.
El culto toma formas católicas prestadas (altares, bautismos resignificados), pero también absorbe prácticas de las religiones afro, como las ofrendas materiales de alcohol, cigarrillos o dulces al Gauchito Gil y San la Muerte, que antes no existían y que tienen una lógica propia de los templos de umbanda.
Secta y religiosidad contra energías negativas
Foto: Italo Lautaro Vaca Navarro | La Palta
Desde mediados de los 80 “la religiosidad no católica que se practicaba con mucho cuidado, porque durante la dictadura te llevaban preso, empezó a hacerse con más libertad”, explica Frigerio.
Esta diversidad de fe ha sido históricamente atacada, sobre todo cuando las religiones no católicas,como los evangélicos o umbandistas, ganaron visibilidad. La primera reacción en ese momento fue descalificarlas llamandolas “sectas”, y el argumento fue que estos cultos eran financiados por el imperialismo para despolitizar. Posteriormente, se popularizó la “ideología antisecta” de Estados Unidos, centrada en la idea del "lavado de cerebro". Este concepto se usaba para descalificar la religiosidad "muy emotiva y milagrera" que se practicaba en lugares no convencionales como estadios o cines.
Hubo un "pánico moral" en los años 90: los umbandistas fueron acusados por sus prácticas, diciendo que el sacrificio de animales podía llevar luego al sacrificio humano, un prejuicio que sigue vigente en los medios ante cualquier crimen inusual en la actualidad. Frigerio critica que esta reacción se basa en los prejuicios secularistas de la sociedad: "Todo lo que sea religioso muy raro, muy intenso, muy emocional y muy milagrero, enseguida les parece algo que no está bueno".
El catolicismo encantado, además, ofrece una respuesta a la otra cara del mundo espiritual, las fuerzas negativas como la envidia, el “mal de ojo” o los “trabajos espirituales” malintencionados. Los evangélicos y los pais de santo umbandistas, junto a los curanderos de los santos populares, son vistos como especialistas en manejar este tipo de fuerzas, proporcionando el "arsenal de armas" espirituales que la gente necesita. En cambio, el catolicismo institucional, más centrado en una visión ética del "demonio tentando", no ofrece herramientas efectivas contra estas amenazas.
La voz de los excluidos
Foto: Italo Lautaro Vaca Navarro | La Palta
La devoción popular funciona también como una forma de protesta social. Muchas santificaciones populares son personas que murieron a manos de gente más poderosa. En el caso del Noroeste argentino, muchas "santas" son mujeres víctimas de femicidio. Su culto es una forma de expresar "ese descontento social, oculto, latente, pero fuerte". De igual forma, bandoleros como el Gauchito Gil, asesinados por la policía o por estancieros, se convierten en un símbolo de identificación para los pobres. "Este murió violentamente y como es un pobre asesinado por el poder, me va a entender a mí que soy otro pobre como él", dice el antropólogo.
Incluso las leyendas se adaptan para sostener esta crítica. La popular historia reciente de San la Muerte lo presenta como un monje bueno, asesinado por monjes envidiosos que no estaban cerca de los leprosos ni de los indígenas. Así, un símbolo de la muerte se transforma en un símbolo de resistencia y de crítica cultural contra las estructuras de poder, incluso dentro de la Iglesia.
El catolicismo encantado es una realidad profunda que va a seguir estando presente, a pesar de la modernidad cientificista que intentamos proyectar socialmente.
