Encontrarse para transformar

Foto de Marianela Jerez | La Palta - Agustina Tarcaya

Nacida en Salta, mitad oranense, mitad tucumana, Agustina Tarcaya es la menor de tres hermanos. “Mi mamá es tucumana, mi papá jujeño, y yo por algún motivo nací en Salta”, comenta. Desde los quince años no habita su ciudad natal, pero aún conserva amistades, guarda algunos recuerdos y también una gran tristeza: el femicidio de su amiga Nahir.

Agustina estudió la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Tucumán y está finalizando una Diplomatura en Género. Su historia y recorrido, entre la calma aparente del pueblo y su vida actual en la cuna de la revolución, la llevaron a ser una de las 16 seleccionadas por Life of Pachamama, un colectivo socioambiental liderado por adolescentes y jóvenes de Colombia, enfocado en promover la justicia climática y la educación ambiental. Fue elegida para representar a países de Latinoamérica en la Conferencia de las Partes (COP) en su edición número 30. La COP es la Cumbre Anual que realiza la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), donde se reúnen los 196 países, además de la Unión Europea.

Tucumán, divino tesoro

Desde su llegada a Tucumán, a los 15 años, Agustina se encontró con un mundo diferente al que estaba acostumbrada: movilizaciones que pasaban por su barrio, la toma de la universidad en 2013, el feminismo emergente. “Vivía en Barrio Norte, veía pasar marchas, era como loco… y empecé a involucrarme en cierta militancia, pero desde lo individual”, cuenta

Tarcaya considera que siempre tuvo carácter fuerte, con posturas firmes frente a temas como el feminismo. Estas convicciones le trajeron, sobre todo con su familia y amigas, calurosas discusiones: “Durante mucho tiempo me decían que me lavaban la cabeza, que estaba confundida. Pero con los años eso cambió. Empezaron a escuchar, a interesarse, a verme feliz. Hoy mi familia está orgullosa. A veces el cambio empieza por casa, con paciencia y cariño”. Ese diálogo intergeneracional, dice, también es parte de lo que las juventudes están proponiendo: escuchar sin perder la ternura, debatir sin romper.

Durante su carrera universitaria, Agustina encontró en Mafalda una referencia vital y eligió dedicar su tesis a las viñetas de Quino, para comprender el poder del humor como herramienta crítica. Se siente profundamente identificada con esa niña curiosa que no teme cuestionar el mundo de los adultos, debatir lo establecido y reflexionar sobre los temas más complejos desde la ternura y la ironía. Su personaje favorito, sin embargo, es Miguelito, a quien incluso lleva tatuado, luego viene Susanita y en tercer lugar la propia Mafalda, quien le recuerda cada día que preguntar “¿por qué?” sigue siendo un acto profundamente político.

Agus ingresó al grupo Sur Ambiental Organización Socio Ambientalista (SASA) casi por casualidad, cuando en 2019 una amiga le compartió un volante para la marcha del 15 de marzo, denominada “Fridays For Future”, convocada por Greta Thunberg, bajo la consigna de “Si no tenemos un futuro, ¿por qué deberíamos estudiar?”. “Me sumé unas dos semanas antes de la marcha, y desde ahí sigo”. Para ella, las juventudes no son “el futuro”, en abstracto, sino el presente que actúa ahora. Subraya que hay una energía potente cuando los jóvenes asumen un rol protagónico: “Hay una generación que no se resigna. Que se organiza, que cuida, que crea”.

A sus 30 años, resignifica su lugar como joven en lucha. Porque para ella, la transformación social no está, solamente, en los foros más visibles, sino en los vínculos que se construyen, en las redes de cuidado y en la potencia de las juventudes organizadas. Agustina no habla de salvar el planeta con consignas grandilocuentes: habla de sostenerse entre personas, de construir vínculos que cuiden, de hacer comunidad. “Nosotras y nosotros aprendimos a poner el cuerpo, pero también a cuidar los vínculos. No se trata de cancelar, sino de transformar con otros. Y eso, en este momento del mundo, es profundamente revolucionario”.

Desde Tucumán al mundo, su recorrido se enraiza en una convicción simple y profunda: los cambios verdaderos nacen de lo colectivo.

Caminar con otras y otros

Foto de Marianela Jeréz | La Palta

“Lo colectivo es lo más importante. No solo frente a la crisis ambiental, sino frente a todo”, dice Agustina. Habla con una seguridad que no viene de los libros, sino de la experiencia. SASA no solo le dio un espacio de militancia, sino también una red afectiva que redefine lo político. “Muchas veces pensamos que militar es solo marchar o hacer proyectos. Pero también es acompañar, cocinar juntas, llorar, reírse, bancarse. Esa es la base de todo”.

Desde 2019, ese espacio se volvió su lugar de encuentro, pero también su refugio. “En SASA aprendí lo que significa sostener y ser sostenida. Lo grupal te enseña que no estás sola, que hay un montón de gente que siente y sueña parecido a vos, aunque venga de lugares muy distintos”.

Para ella, las juventudes no están esperando que alguien les dé lugar: lo están creando. “Hay algo hermoso en construir sin permiso. En inventar las formas, en equivocarse, en aprender haciendo. Todo eso es político, y todo eso es esperanza” dice, y agrega que también ve en su generación una potencia que no siempre se reconoce: “A veces se dice que somos una juventud desinteresada, pero es todo lo contrario. Hay una energía impresionante cuando nos juntamos”.

Además de su militancia, Agustina se reconoce como comunicadora. Desde ese lugar, asume la tarea, que considera urgente, de traducir lo complejo. “De diez personas, si tres saben qué es la COP, es un montón. Y eso dice mucho. Si no logramos que la sociedad entienda de qué estamos hablando, no hay forma de transformar nada”, reflexiona. “Yo estudié comunicación porque creo que la palabra puede sanar. Hay una distancia enorme entre el lenguaje técnico y la vida cotidiana, y a veces hace falta alguien que tienda puentes. Explicar sin juzgar, sin culpar”.

La palabra “cuidado”  aparece una y otra vez en su relato, no como consigna, sino como práctica, y se hace especialmente visible cuando habla de la pérdida de su amiga y compañera Nahir, víctima de femicidio. “Fue un momento muy duro. Sentí que me caía. Pero fueron mis compañeros de SASA quienes me sostuvieron desde el primer día. Si no hubieran estado, no sé si habría vuelto a creer en la lucha social. Ahí entendí que lo colectivo también es una forma de amor”, dice, con la voz entrecortada.

Ante la pregunta de qué la impulsa a seguir, no duda: “Mis compañeres. La gente con la que camino. Ellos son mi esperanza. Si hay algo que aprendí, es que el cambio no lo va a hacer nadie por nosotres. Lo tenemos que hacer nosotres mismos, pero nunca en soledad”.

Ahí, en esa frase, parece resumirse todo: el sentido de lo colectivo, la ternura como herramienta política y la convicción de una generación que, entre abrazos, marchas y palabras, sigue encontrándose, en la COP o en las calles, para transformar.

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