La tierra, el arte y la sensibilidad

Foto de Elena Nicolay | La Palta

Por Guadalupe Garlati

 

La tierra, el arte. 

El arte, la tierra.

La sensibilidad. 

A veces parece que la mejor manera de tomar conciencia es abrazándose a la ciencia. Esos datos duros que muestran números siendo parte de estadísticas y que separan de la emoción. Hablar de la tierra, del clima, del ambiente, de la crisis se tornó una discusión en la que todo el tiempo se hace necesario comprobar lo que se siente, lo que pasa por el cuerpo (el calor, las enfermedades, etcétera) y hasta inclusive a veces luchar con aquellas personas que insisten en que nada de esto es real. 

A veces también, pasa lo que le pasó a Guadalupe Carrizo, una artista plástica Tucumana a quien a sus tempranos 7 años, en una feria de ciencias en donde hablaron sobre contaminación, le atravesó una sensación de urgencia y compromiso con la tierra: la necesidad de preservarla, defenderla y admirarla. 

Guadalupe cuenta que pasando los años, en el momento en el que se encamina a la producción artística y comienza a formarse en la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Tucumán (UNT), conoce al grupo Pro Eco (un grupo ecologista Tucumano, que ya tiene más de 30 años de existencia) y se hace parte. Sin embargo, ella sentía que tenía una doble vida: el activismo, por un lado, y la práctica artística, por otro.

Foto de Elena Nicolay | La Palta

Después de un tiempo logra entender que esas dos áreas de interés, compromiso e identificación que vivía podían entrecruzarse y nació un nuevo desafío: convertir ese poder, en un deber. Desde ese momento empieza a pensar su poética desde esta perspectiva ecologista y realiza distintos trabajos que se van aproximando materialmente, espacialmente, conceptualmente a problemáticas y conflictos, entendiendo qué cosas pasan en los propios territorios; y articula dos cuestiones: el registro de lo que escucha y lo que observa de los testimonios en primera persona. 

Con su experiencia en los grupos ecologistas, Guadalupe aprehendió una práctica asamblearia que considera fundamental. “En esa práctica asamblearia, la palabra es muy importante. Tiene tiempos y decisiones implícitas que se dan dentro de las propias dinámicas asamblearias”, cuenta. Un día se preguntó para qué hace arte. “Lo hago para charlar con la gente”. Y así, con eso claro, se propuso charlar, escuchar, entender desde la voz de los demás qué ocurre. “Qué nos pasa, por qué somos, por qué nos organizamos, cómo nos organizamos, por qué el mundo funciona como funciona y demás -dice-. Entonces, hice esta especie de eslogan: ‘hago arte para conversar con las personas’. Uniendo esas cosas es que empiezo a hacer esta serie de banderas que intentan aportar a la comprensión de los hechos, desenmascarar por ahí los ‘speechs’ del capitalismo verde que tiene sus artilugios lingüísticos y sus eufemismos para disfrazar los crímenes que cometen en pos de mayor productividad y acopio, acumulación de riqueza de unos pocos, empobrecimiento de la mayoría y aniquilación del territorio”, reflexiona. 

Qué nos pasa, por qué somos, por qué nos organizamos, cómo nos organizamos, por qué el mundo funciona como funciona
— Guadalupe Carrizo

Es así como comienza a realizar esta obra de eufemismos, que tiene distintas apariciones y estilos. Luego de escuchar y registrar, produce una especie de afiche blando, textil, bordado con una labor que tiene otro tiempo diferente al tiempo que corre en el sistema, pensado en trazar un paralelismo entre el afiche publicitario y el afiche textil que está bordado a mano, en un tiempo mucho más largo y no seriado. 

Otra de sus obras más representativas, llamada Hortalizas, propone el reconocimiento de diez ‘malezas’ resistentes a herbicidas (sobre todo al Glifosato). Es una manera de reivindicar a todos los ‘yuyos’ que, más allá de representar una amenaza para el sistema agropecuario, interpretan una naturaleza multidimensional donde el alimento y la agricultura forman parte de un entramado social, económico y ambiental sano y soberano. Por medio de esta decena de ilustraciones realizadas con pigmentos vegetales del monte nativo tucumano, Hortalizas invita a reflexionar sobre los valores vigentes dentro del actual sistema alimentario y cuestionar la criminalización de la vegetación en el territorio. En esta obra se destaca un imponente tapiz realizado sobre un lienzo bordado con la imagen de la planta ‘Sorgo de Alepo’. Guadalupe explica que esta obra es un símbolo de resistencia, resiliencia y lucha. 

Bajo el pavimento, la semilla es otra de sus intervenciones inspirada en el slogan “sous les paves, la plage!” (bajo los adoquines, la playa!) que nace durante el mayo francés, en donde se promovía el retorno a la utopía de la libertad. Partiendo de la premisa de que por medio de la diversidad de las semillas nacieron comunidades, culturas, tradiciones e historias, surge esta obra. La intervención se realizó en la periferia tucumana con el objetivo de señalizar aquellos intersticios donde la hierba - la naturaleza - la diversidad biocultural, logra sortear el cemento y crecer. “Bajo el pavimento, la semilla. ” indica - remarca - recuerda el terreno natural que precede a la urbe y su insistente potencia, sin utopìas ni metáforas. 

El arte es una forma de pensamiento, invita constantemente a desarmar paradigmas, a pensar y repensar. El arte muestra de forma sensible y conmovedora ideas y conceptos que posiblemente nos costaría integrar de no ser por su existencia. 

Hoy en el día de la tierra, pensar en arte y en sensibilidad es revolucionario. Tomar una efemérides para trascender, permitiendo a estas obras entrar al propio cuerpo por los sentidos y por el sentir, dejándose conmover y reencontrándose con la esencia de lo natural es la manera más atinada de homenajear a esta casa, que lo da todo e integra a pesar de que la humanidad parece desintegrarlo todo. Hoy, el homenaje a la tierra es rechazando todo aquello que explote a los bienes comunes, naturales, los cuerpos, los sentires y sobre todo, permitiéndose el derecho a la ilusión.