Centro de Actividades Juveniles: más que una fuente de trabajo

Fotografía gentileza CAJ El Gráfico II

Ir a la escuela un sábado. “¿Quién te va a creer que vas a la escuela un sábado?”, le dijo un policía a un adolescente que caminaba por la calle. Era temprano y hacía frío. Le requisaron la mochila. ¿Qué se puede encontrar en la mochila de un changuito que camina solo por el barrio un sábado tan temprano? Había libros. Efectivamente iba a la escuela. Desde hacía un tiempo había descubierto que estaba bueno leer. “No tengo una pelota, tengo libros”, le había dicho la chica que se presentó como responsable en ese lugar. Era el Centro de Actividades Juveniles (CAJ) de la Escuela Emilio Castelar en el Barrio Los Pinos. El changuito empezó a leer poemas. Descubrió que no solo podía leerlos y sentirlos, sino que también podía escribirlos. Algunos de sus poemas fueron publicados en “La curita manchada”.

La profesora le dijo al coordinador que no sabían qué hacer con Marcelo, que no sabían ‘cómo darle la vuelta’. Marcelo iba a la escuela en San Andrés y era, para algunos docentes, un chico problemático. A Marcelo le gustaba componer y cantar hip hop. No sabía, todavía, que le podía gustar hacer cine. Que podía hacer cine. Que un audiovisual hecho por él podía participar en el Festival Nacional de Cine Argentino. Que podía quedar entre los tres mejores. Marcelo había dejado la escuela. Ahora, con 20 años, piensa que apenas termine la secundaria se va a inscribir en la Escuela Universitaria de Cine, Video y Televisión de la Universidad Nacional de Tucumán (UNT).

Historias como estas hay muchas; estas dos son apenas un par de ejemplos. Historias de personas que la vida les cambió, que encontraron un espacio donde descubrirse, que abrazaron un proyecto de vida, que se encontraron con otros que creen ellos y así empezaron a creer en ellos mismos. Lo que estas historias tienen en común es la escuela que se abre los sábados: el CAJ. Ese espacio donde hay una persona que coordina y un grupo de talleristas. Jóvenes que comparten sus conocimientos en una u otra disciplina: deportes, música, radio, audiovisuales, teatro, artes, lectura y producción literaria. Ese espacio que se construyó en el marco de un programa que, como dice Alejandro Heredia, “trabaja con las personas y no las ve como beneficiarios sino como sujetos de derechos”.

Alejandro Heredia es coordinador en el Centro de Actividades Juveniles en la localidad de San Andrés. El viernes pasado estuvo, junto a un grupo de compañeros que trabajan en ese y otros CAJ, en la plaza Independencia a la espera de alguna respuesta del ministro de Educación. Ocurre que hasta el año 2015 las políticas socioeducativas tenían financiamiento del gobierno nacional. Con la nueva gestión, ese financiamiento no se sostuvo y fueron las provincias las que debieron decidir si darles continuidad o no. “En marzo se decide continuar con el programa y avisan que hay fondos afectados. En mayo se renuevan los contratos de coordinadores pero hasta la actualidad no salen los fondos escolares”, explica Alejandro. Los fondos escolares de los que habla el coordinador son los que tienen como destino la compra y reparación de materiales que se utilizan para el dictado de los talleres y el pago de los honorarios de los talleristas.

“Ya es insostenible la situación porque muchos ya no podemos costearnos el boleto para ir a trabajar”, cuenta Gonzalo Aragón, tallerista del CAJ que funciona en la Escuela de Comercio N° 1. Casi seis meses de retraso en el pago de los sueldos es uno de los reclamos de estos trabajadores. Pero no es el único. Los coordinadores, como explicara Alejandro Heredia, empezaron a cobrar. La directiva que recibieron en las últimas semanas es que los talleristas dejen de asistir y que en lugar de las actividades se proyecten películas. “Lo que vemos que pasa es que se va recortando y se va desmembrando el programa”, sostiene Alejandro y entiende que un coordinador no puede mantener todo la estructura que se armó en cada escuela. “El reclamo es por la continuidad”, afirma el coordinador. “No se trata solo de mantener nuestro trabajo sino de mantener un programa que ve a las personas como titulares de derechos”, agrega.

Los recursos que el gobierno nacional destinaba a los CAJ eran escasos. La pelea estaba en aumentar esos recursos. El retroceso se hizo mucho más doloroso porque a la pérdida de un empleo se sumaron los miles de adolescentes y jóvenes con sus historias. Los trabajadores de estos Centros de Actividades no están solos. Directores y padres se suman a defender el espacio. María Dolores Marinaro, directora de la Escuela de Comercio N° 1, sabe el impacto positivo que el CAJ tuvo en los jóvenes. “En nuestro CAJ tenemos una orquesta de más de 40 chicos”, cuenta con orgullo y remarca que cree que es la única orquesta. “Los talleristas cobraban muy poco”, recuerda y lamenta que “ahora ni eso”. “Algunos están con quita de colaboración y otros siguen funcionando sin que los talleristas cobren”, agrega con una mezcla de enojo e impotencia. Ella sabe cómo los chicos empezaron a trabajar, cómo los padres empezaron a confiar, cómo los jóvenes y adolescentes encontraron un espacio de construcción. “Mientras pueda voy a seguir yendo”, es la frase que se escucha en cientos de talleristas que afrontan el gasto de movilidad por otros medios.

“No se trata solo de mantener nuestro trabajo”, dice Alejandro sintetizando, de alguna manera, lo que sienten todos. Construir y mantener un espacio de inclusión fue un desafío para los que vienen trabajando en los CAJ y se transformó con el tiempo en una realidad. Las personas que por allí pasaron, los lazos que se tejieron y las historias que impactan no entran en los informes presentados. Encontrarse con un tallerista o un coordinador de CAJ es encontrarse con alguien al que no le alcanzan las palabras para contar, con nombre y apellido, las anécdotas de jóvenes a los que ‘les cambió la vida’. Pero, principalmente, de jóvenes que les cambiaron la vida a ellos. “Uno no vuelve a ser el mismo después de conocer a estos chicos y chicas”, dijo uno de los talleristas de la Escuela Emilio Castelar y se entiende que la lucha va más allá de los sueldos adeudados.

El viernes 22, mientras talleristas, coordinadores, directivos y padres esperaban en la plaza Independencia, en el interior de la Casa de Gobierno un grupo de voceros se reunieron con representantes del Ministerio de Educación. El compromiso con el que salieron de esa reunión fue que los recursos para este año estarán disponibles a la brevedad. Que hay garantía de los sueldos desde marzo hasta diciembre incluido. No obstante la incertidumbre para el año próximo continúa. Desde el gobierno provincial se sostiene que las políticas de inclusión son una prioridad y se aclara, sin embargo, que no tienen los recursos económicos por lo que es imprescindible la presencia del gobierno nacional. Un gobierno nacional que destaca la importancia de los resultados cuantitativos. Que busca calidad educativa evaluando ciertos conocimientos adquiridos. Y que parece desconocer las otras aristas de la calidad educativa, las otras herramientas que impactan también en las trayectorias estudiantiles. Porque además impactan en la calidad de vida, en las historias, en los sueños alcanzables, en los jóvenes con proyectos que hasta antes ni siquiera sabían que eran posibles.