“El sistema penal debería transmitir legalidad, no venganza”

Sergio Hernández es doctor en psicología. La profesión que eligió va acompañada del deseo de poner esas herramientas adquiridas en la Universidad pública al servicio de una sociedad más inclusiva. Es que esa profesión está atravesada por su militancia en uno de los organismos de Derechos Humanos más importantes de la provincia, la agrupación HIJOS-Tucumán. Su trabajo en el Dispositivo Puente - programa del Ministerio de Desarrollo Social de la provincia que  acompaña a adolescentes en situaciones de conflicto con la ley- le brindó la experiencia y la inquietud para elaborar su tesis doctoral que luego se convirtió en libro y que hoy se presenta en el Colegio de Psicólogos de Tucumán. 

“¿Por qué algunos se pueden responsabilizar? ¿Por qué otros no? ¿Por qué no pueden hablar de lo que hicieron algunos? ¿Por qué otros no pueden dejar de hablar de lo que hacen?”, son algunas de las preguntas que a Sergio le surgían a partir de la experiencia con jóvenes en conflicto con la ley. Además espera que la presentación de este libro -que se realiza este jueves a las 20 en el Colegio de Psicólogos, sea una oportunidad de pensar nuevas formas de introducir legalidad allí donde el acto criminal la rechazó. “Hay que buscar una forma de transmitir la legalidad que no implique la destrucción del otro o la venganza”, dice Hernández en esta conversación sobre su investigación.

LP: ¿Cómo nace la inquietud de investigar la relación entre adolescencia y sistema penal desde una perspectiva psicoanalítica?

SH: Esta inquietud nace fundamentalmente desde la práctica, desde el estar trabajando con los adolescentes, escuchando en dispositivos alternativos al encierro. Me resultó necesario escribirlo, por la dificultad que implica, también, exponerse uno a una clínica de jóvenes muy atravesados por lo traumático. Creo que la principal inquietud fue intentar dar cuenta de cuáles eran las líneas para trabajar con esos pibes, cuáles eran los lugares adonde se podía entrar y adonde no. El libro es una forma de encauzar la reflexión sobre esa clínica para poder escucharlos mejor, para poder formar un sistema penal que responsabilice mejor.

LP: ¿Qué aportes concretos puede hacer esta mirada a quienes trabajan en la justicia, en la salud mental o en la educación?

SH: Por un lado, para la justicia, le advierte que la resocialización que pretende, si la analiza, no es más que un cambio de rostro del paradigma de la peligrosidad. En el libro, son cinco capítulos donde  se explica detalladamente cómo es esa pretendida resocialización tomando oficios judiciales, sentencias judiciales, procesos clínicos, entrevistas con operadores del sistema de justicia, . La justicia lo que hace es operar sobre las condiciones de vida de los adolescentes, hace preguntas sobre si se droga, si no se droga, si va a la escuela, se hace algún deporte y eso significa que no juzga el hecho, el delito, sino que está juzgando al autor y determinándolo como ‘peligroso’ o ‘no peligroso’. 

También hace un aporte a la salud mental porque trabaja sobre lo que implica la comisión de un crimen para la subjetividad, esto es, cómo en esa transgresión se rompe la malla simbólica que también sostenía a esa persona en la escena del mundo. Esto implica, por ejemplo, que no pueda dar cuenta de lo que hizo, que no pueda explicarlo, que no pueda narrarlo más que al modo de la confesión. Y, si no se logra trabajar la responsabilidad, lo que genera es mayor compulsión. Entonces, en el sistema penal, si no contempla esta ruptura de la legalidad, el sistema y lo que genera es que se multiplica la cadena delictiva. Y en definitiva, pretende la mera confesión que nada hace a la responsabilidad tampoco.

LP: ¿Cuáles son los mitos o prejuicios más comunes que circulan sobre la “delincuencia juvenil”?

SH: Creo que el mito más peligroso es que los jóvenes roban o delinquen porque son adolescentes o porque son pobres. Me parece que ligar la delincuencia a la pobreza es sumamente racista, que no explica las condiciones que la segregación social produce. No es lo mismo ser pobre a vivir en territorio de absoluta marginalidad, gobernado por mafias, donde la diferencia entre lo permitido y lo prohibido está completamente borrada. Porque las balaceras son una realidad cotidiana, porque tener algo para comer es algo que no sabes cuándo va a volver a pasar, porque le tienen que pedir permiso a alguien para pasar al barrio, porque son los dueños o los narcos o los mafiosos o la policía.

LP: ¿Y cómo opera ese prejuicio respecto a la adolescencia?

SH: Es un prejuicio porque no se trata de ser un adolescente. No, señores, los adolescentes no necesariamente roban o cometen delitos. Sí, es verdad que es un momento de fragilidad psíquica donde están muy pendientes de qué espera el otro de ellos. Entonces cuando el otro no espera nada de ellos, en un mundo minado por el consumo donde el sentido de la vida es consumir, no es casualidad que los pibes desafíen al mundo adulto viendo hasta dónde pueden llegar. Ahí es donde el mundo adulto tiene que poder tomar el guante de eso.

LP: ¿Cómo se relaciona tu investigación con la discusión sobre la baja de la edad de imputabilidad?

SH: En este sentido, trabajo bastante los efectos de cuando se cometen crímenes graves y no hay sanción penal. Ojo, no estoy diciendo bajar la edad de punibilidad, yo lo que creo es que todo el sistema de transmisión de lo permitido y lo prohibido que en las sociedades occidentales se dio en formar como derecho penal, lo tenemos que repensar hasta el cuajo. Ocurre que nos encontramos con que las transgresiones por abajo de los 16 años quedan impunes y las transgresiones cuando son penadas ya no permiten la apropiación subjetiva de la responsabilidad. Nos encontramos con que el sistema penal cuando pune, lo hace como un puro ejercicio de una violencia, o peor aún, con los nuevos modos de civilización del conflicto penal (como se le dice en términos jurídicos), que lo que se termina haciendo es un soborno legalizado. Y el mensaje que queda es que no va a pasar nada. Para los pibes es: “Yo ya arreglé con el abogado y vengo acá al psicólogo, pago una multa y ya está listo, no pasa nada”.

LP: En un contexto de creciente punitivismo social, ¿qué riesgos observás en las políticas hacia la juventud?

SH: Con relación a la oleada de jóvenes en conflicto con la ley observamos que en las políticas hacia la juventud, la juventud no es tenida en cuenta para el ejercicio de esas políticas. No existen dispositivos de salud para las adolescencias. Ni hablar de salud mental, y esto es algo admitido por la misma gestión del Ministerio de Salud. La adolescencia es una franja etaria que no tiene cobertura de salud porque quedan fuera de los dispositivos para infancias y si intentan en los de los adultos no pueden ser recibidos por algún trámite burocrático. Lo mismo sucede en educación. Cuando los pibes quedan de curso ya tienen que pasar a la educación con adultos, Lo cual es muy complicado para ellos a quienes la educación les es muy difícil. Los confronta con mucha impotencia y mucha incapacidad, con pocos recursos sociales en una familia con generaciones de exclusión. Entonces lo que sería en política para la juventud que prevengan el delito y la conflictividad social, lo imprescindible es, nada más y nada menos, que generar condiciones concretas de existencia donde sea digno vivir.

Sergio espera que el lector encuentre en su libro las herramientas conceptuales para entender qué es la ley, qué es el crimen en la subjetividad, qué efectos genera en la sociedad y en la subjetividad misma el cometer un crimen. “Nos encontramos con pibes que en su mayoría están tomados por el consumo, por bandas de delincuentes, por la orfandad de la calle. Pibes que no creen en los intercambios con los semejantes, porque el semejante le está demostrando constantemente que puede hacer uso y abuso de todo lo que lo rodea” reflexiona el especialista. Desde esas experiencias su deseo es que sirva, en algún punto, para entender cómo los jóvenes “que son los recién llegados a la fiesta civilizadora, se encuentran con que más que una fiesta es una bacanal donde cualquiera se puede llevar puesto a cualquiera”.