La historia en retazos

Cada testimonio que se presenta ante el tribunal es una prueba más de que la historia es de todos. Víctimas que sobrevivieron, familiares, amigos, vecinos. Habitantes de pequeños pueblos que fueron sometidos por sospechosos. Periodistas, escritores que recogieron testimonios de aquella ‘cacería de seres indefensos’, como lo dijera hace un tiempo Carlos Soldati, uno de los testigos víctimas. Pero también existen otros testigos, esos que les tocó estar del ‘otro lado’, que les tocó cumplir órdenes. Esos, que serán recordados por muchos sobrevivientes como los guardias que eran humanos. Omar T. ingresó a la Gendarmería Nacional en el año 1975. “Yo creía que era una fuerza de servicio, de bienestar para el pueblo”, dijo en su declaración en el Tribunal Oral Federal (TOF) el jueves 16. Su trabajo lo realizaba en el escuadrón móvil de Campo de Mayo, así que lo enviaron a la provincia de Tucumán, pero no recibió, según dijo, ninguna instrucción especial. Le informaron que debía custodiar detenidos, hacer allanamientos y arrestos. Pero también fue parte de la guardia externa en el Arsenal Miguel de Azcuénaga: “He visto tanto horror en ese lugar que no hay forma de poder no recordar todo eso”, comentó.

Omar no escatimó detalles, describió cómo eran los fusilamientos, contó que vio cuando Bussi asesinó a Luis Falú y cuando el entonces jefe de policía Mario Zimermann mató a Ana Corral, la estudiante de la escuela Sarmiento de 16 años de edad. “Dos veces me tocó estar en el cordón de seguridad, a seis metros de las fosas, por si se escapaban. Eso era difícil por lo golpeados y mal alimentados que estaban”, aseguró el ex gendarme. Describió con precisión la construcción del Arsenal, los lugares donde se torturaban, donde estaban las fosas, el lugar por el que ingresaban los autos con secuestrados en los baúles o en los asientos traseros y destacó que “los días que fusilaban gente, llegaban camiones de otros lugares”.

Prohibido ayudar

En determinado momento le preguntaron a Omar T. sobre las funciones que debía cumplir como gendarme en el Arsenal Miguel de Azcuénaga. Entonces respondió: “Debía cuidar detenidos que estaban ilegalmente privados de su libertad, sin ninguna garantía”. Quizá por eso decidió arriesgarse y cuando tuvo la oportunidad copió nombres del ‘libro de guardia’. Contó que en el libro figuraban las personas que habían pasado por allí, unos decían ‘liberados’, otros ‘viajó’. Estos últimos habían sido fusilados. Recordó que salía con el papel donde había escrito esos nombres doblado en sus manos, que estaba muy nervioso, que su mano mojada de transpiración apretó  tanto aquel papel que terminó por desarmarse. “Tené cuidado”, le habían dicho algunos compañeros, “si te descubren te matan”. Y él sabía que era cierto. Una vez vio que apuntaban a la cabeza a los cabos Ríos y Maldonado. Le dijeron que era porque ayudaban a los detenidos sacando cartas y esquelas para sus familiares. Después de aquella vez no los volvió a ver más. A quien sí vio fue a la esposa de Ríos, ella iba a preguntar por su marido, por qué no volvía a su casa. Le dijeron que había sido dado de baja y que ya no tenía que buscarlo allí. “Eso era mentira”, aseguró Omar.

Domingo Antonio Jerez fue uno de los conscriptos que estuvo en el lugar donde nunca quiso estar y que también sufrió el castigo por ayudar a los detenidos. “Por no querer pegar a otro soldado me tuvieron estaqueado…Por alcanzar agua a uno que tenía manos y pies atados me han tenido en un calabozo más de un mes”, dijo Antonio cuando declaró el viernes. De este modo confirmó que lo que Omar vio era una práctica recurrente en ese Centro Clandestino de Detención (CCD) “Vi unos muchachos muy jóvenes estaqueados en medio del sol”, había dicho Omar.

Leyendas, mentiras y verdades

En Santa Lucía, donde se instaló una base militar para combatir una guerrilla casi inexistente, todavía quedan los fantasmas y las historias. “La ‘Ñata’ andaba con un poncho largo y debajo escondía las armas”, se dice todavía en la zona. A ella y al ‘Gringo’ Quinteros los acusaron de ponerle una bomba a la ambulancia que conducía Juan Ángel Toledo Pimentel. Ambos estuvieron secuestrados y fueron torturados, varios testigos que pasaron por el TOF afirmaron haberlos visto, entre ellos Domingo Antonio Jerez.

Pero Domingo no solo contó que vio cuando a la ‘Ñata’ la torturaban con un fusil en la vagina, o que pensó que “al ‘Gringo’ lo habían muerto” por como lo torturaron. Domingo Antonio Jerez, contó ya en el año 2010 en el juicio de Jefatura I, que el día del supuesto atentado él iba en la parte de atrás del camión que antecedía a la ambulancia. Desde allí, vio unas personas que parecían empleados de vialidad que habían desactivado una bomba y que la volvieron a activar tras el paso del camión. “La bomba no era para nosotros”, dijo. Y efectivamente, el explosivo estaba destinado a Toledo Pimentel. El supuesto atentado fue la excusa perfecta para allanar las casas de Caspinchango y sus alrededores, secuestrar, torturar, violar, matar y desaparecer.

Un tiempo después reconoció a uno de los supuestos guerrilleros que había activado el artefacto explosivo, resultó ser un militar. “Parece que se están matando entre ellos”, dice que fue el comentario con sus otros compañeros de conscripción. Domingo, que estuvo en medio del monte dando esa supuesta batalla a la guerra revolucionaria, afirmó que las ‘acciones de combate’ que se realizaban allí, además de robar, secuestrar y torturar “eran tiroteos a los animales del monte”.

Lucía Mercado, que realizó una investigación para escribir su libro sobre su pueblo, dijo: “Era tal el respeto que le tenían a la autoridad instituida que los dejaron llevarse a sus hijos”. Pero  ese respeto estaba sustentado en el terror. “Me hacían llorar una criatura, me decían que era mi hijo y mi señora, que los tenían allí, que los iban a matar si no hablaba”, contó Manuel Suárez.

Manuel fue secuestrado y torturado junto a Julio Suárez, su hermano. Julio dejó claro que el miedo, las amenazas y las persecuciones siguieron en plena vigencia de la democracia. Contó que en 1986 lo llevaron a Famaillá, allí lo obligaron a firmar una declaración donde negaba haber estado secuestrado, haber sido torturado y decía que no conocía a René Quinteros ni a Soberón, dos de las personas con las que estuvo detenido. Ese terror no lo infunde cualquiera. Lucía Mercado fue contundente en sus palabras: “Eran fuerzas especiales, porque no cualquiera puede ser torturador”.

Quién es quién

A lo largo de estos años de construcción de democracia, la lucha por la verdad y la justicia ha demostrado que nada es tan simple como se hubiera querido. Las decisiones que algunos sobrevivientes tomaron para preservar sus vidas despiertan inquietudes y polémica. “Cuando sucedió esta acusación, le agradecí al cielo que no me hayan preguntado por Rubén (Canseco) porque seguramente con todo lo que me estaban haciendo yo no sé qué hubiera hecho”, dijo Hilda Figueroa. Esta mujer nacida en Calilegua habló ante el tribunal de la desaparición de sus compañeros jujeños, algunos estudiantes de la Universidad Nacional de Tucumán secuestrados en una peña, mientras festejaban un cumpleaños. Hilda también habló de cuando vio en Jujuy a OP y a SA (testigos protegidos) “'estaban muy flaquitos y demacrados, como débiles”, aseguró.

Lo que ocurre aquí es que se trata de poner en tela de juicio la condición de víctimas de ambos testigos protegidos, fueron dos de las tantas personas que ‘colaboraron’ en el afán y la desesperación de conservar sus vidas. Pero Hilda dejó sentado que ella sabe a quién se juzga en estos juicios, quiénes son los responsables, quiénes son los torturadores, quiénes los asesinos, y quienes las víctimas. Hilda contó que una compañera con la que compartía cautiverio le había conseguido una pastilla cuando, producto de las violaciones, se le había suspendido el ciclo menstrual. “El hecho que esa compañera presa hacía dos años haya conseguido esa pastilla no significa que ella haya podido disponer de medicación especial” afirmó Hilda. Esto lo contó ante las reiteradas preguntas sobre la actuación de OP y SA. Y, como respuesta a uno de los defensores cuando le preguntó si ella consideraba que tanto uno como otro podían disponer de la vida de los secuestrados, dijo: “Considero que absolutamente nadie de los secuestrados podíamos disponer de la vida o la muerte como los secuestradores”.

Gabriela Cruz

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