30 mil maneras de seguir

Fotografía de Bruno Cerimele

Fotografía de Bruno Cerimele

Durante los días jueves 8 y viernes 9 de agosto pasaron más de veinte testigos. Las palabras de cada uno de ellos hacen presentes esas historias de vida que alguna vez, hace 37 años, se trataron de enterrar en el olvido. Historias que se cruzan, que se narran, que se gritan. Que buscan justicia y que se van entretejiendo unas con otras. Que hacen evidente que no fueron hechos aislados, sino que conformaron un plan sistemático diseñado para exterminar una parte de la población y para sembrar el terror.

La historia de María Isabel Jiménez de Soldati empezó a contarse hace dos semanas, en la audiencia del jueves 25 de julio. Fue su esposo, Enrique José Soldati, quien entonces habló de esta ingeniera electrónica secuestrada el 28 de mayo de 1977. Esta semana fue el turno de Reinaldo Alberto y de Gladys Estela Jiménez. Los hermanos de María Isabel hablaron de los trámites que hicieron para encontrarla. Confirmaron que María Isabel se encontraba embarazada de, aproximadamente, tres meses. “Lo único que quisiera saber es dónde está”, dijo Reinaldo. “Quisiera saber dónde están los restos de ella para poder hacer el duelo”, expresó emocionada Gladys. De este modo dejaron claro que, a pesar del tiempo pasado, la siguen buscando.

Un nuevo testimonio se sumó a los ya escuchados por el caso de Luis Cantos. Este santiagueño fue secuestrado el 22 de abril de 1977 en Buenos Aires. Allí vivía junto a su primo (que declaró en la audiencia anterior) y otros tres compañeros más. Emilio Palferro era uno de ellos. Aquella noche los llevaron a los cinco estudiantes, luego liberaron solamente a cuatro. Luis Cantos fue trasladado al Centro Clandestino de Detención (CCD) que funcionaba en el Arsenal Miguel de Azcuénaga. Al día de hoy permanece desaparecido.

Emilio Palferro contó durante su declaración que los tuvieron tres días secuestrados, que les dijeron que por no haber encontrado armas no los acribillaban. Describió con detalles la noche del secuestro y afirmó que les advirtieron que debían abandonar Capital Federal. “Cada uno siguió como pudo”, dijo Emilio que decidió irse a vivir al sur del país.

El doctor Alberto Argentino Augier también estuvo secuestrado en el CCD conocido como 'el Arsenal'. Su doloroso y escalofriante testimonio fue introducido por lectura en esta megacausa. Su hijo, Eugenio Augier, habló del compromiso social de su padre y de la persecución que vivió hasta antes de morir. “Fue muy duro verlo volver de la muerte, o del infierno, como decía él”, dijo al recordar el día que se reencontraron.

El doctor Augier sufrió las peores torturas, reconoció a muchos detenidos, a  guardias e interrogadores. Por todo lo que sabía, y que no estaba dispuesto a callar, fue amenazado. Hasta el 2007, año en que fallece, recibió constantes amenazas que no lograron silenciarlo.

“En ningún momento el odio y la maldad que mostró esta gente penetró nuestra alma. Nosotros queremos justicia, no venganza”, afirmó Eugenio Augier. Antes de retirarse dio gracias a la vida por los padres que tuvo, por poder, finalmente, decir la verdad. En ese momento, con la firmeza del orgullo y la fuerza de la lucha, dijo: “Alberto Argentino Augier, presente”. Y el aplauso estremeció la audiencia.

Le habían dado la baja

Federico Adolfo Fürth había concluido el servicio militar. Sus hermanos Beatriz y Carlos Ernesto así lo confirmaron en sus declaraciones el jueves 8 de agosto. Recordaron que Federico había recibido una llamada telefónica, que le habían pedido que vaya al 'Arsenal' a retirar su libreta de enrolamiento porque ya lo habían dado de baja. Federico salió de su casa en busca de esa libreta pero no regresó nunca más. Beatriz contó que un tiempo después aquella libreta fue entregada a su padre, con la excusa de que había estado traspapelada.

Carlos Fürth afirmó que el día que su hermano desapareció fue hasta el Arsenal, que pasó por el frente del lugar y vio salir el automóvil que había usado su hermano. “No lo iba conduciendo él”, agregó. Pero quince días después ese vehículo apareció en la comisaría de San Pablo. También recordó que a Federico le preocupaba lo que veía en ese lugar donde le había tocado realizar la conscripción. Que, cuando Carlos intentaba saber algo más, Federico respondía: “No quiero decirlo”.

Son muchos los casos de conscriptos desaparecidos, algunos de ellos son parte de esta megacausa. Federico Adolfo Fürth es uno de esos casos, una de esas historias que se cuentan en este histórico juicio buscando un poco de justicia, exigiendo toda la verdad.

El derecho a la justicia

Alejandro Alderete Soria estuvo detenido en el CCD del Arsenal Miguel de Azcuénaga. Mientras estuvo allí escuchó hablar del 'Pibe' Lerner, supo que al ex senador Damián Márquez lo habían asesinado y escuchó cómo torturaban a un padre y a su hijo. Vio a Rafael Yáñez que estaba muy golpeado. “Yáñez sabía que lo iban a matar”, comentó.

Por el caso de Rafael Vitalino Yáñez declaró también su hermano Luis Pedro. Luis habló de aquel estudiante metanense que se encontraba en Tucumán cursando la carrera de Asistencia Social. Recordó que supo de su secuestro por la dueña de la pensión de Rivadavía al 300, donde vivía Rafael. Antes de retirarse, cuando el presidente del Tribunal le preguntó si quería manifestar algo más, Luis contestó: “No quiero decir nada más, porque nada me va a devolver a mi hermano”. Y con ese dolor que los años no amortiguan agregó: “A los imputados que tienen la suerte de tener un tribunal y el derecho a defenderse, que se haga justicia”.

Y es que de eso se trata, de justicia. Ana María Falú, hermana de Luis Eduardo Falú, recordó las palabras de su padre, claras, contundentes. "Si ustedes tiene que ajusticiar a mi hijo háganlo, pero en la Justicia", le había dicho a Antonio Domingo Bussi.

Luis tenía 25 años, era estudiante y trabajaba en Gas del Estado. Un día fue citado a una reunión con dos personas que él desconocía. Su familia advirtió que esta situación era peligrosa, por lo que decidió tomar algunos recaudos. Emilio Mrad, primo de Luis, fue llamado para asistir al bar donde se concretaría aquel encuentro. Allí debía sentarse en otra mesa y observar quiénes eran las personas que habían citado a Luis. Dos miembros más de la familia pasaban por frente al bar en dos vehículos, alternando uno con otro. El temor de un secuestro era imposible de ocultar. La realidad que se vivía en el país así lo demostraba. Las desapariciones y el miedo ya se habían instalado.

Emilio contó el viernes pasado que esos dos hombres interrogaron a Luis. "Hacían el juego del policía bueno y el policía malo", recordó. Después que se retiraron todos, Emilio Mrad se encontró con su primo que le contó lo sucedido. Le habían pedido una lista de por lo menos diez militantes de izquierda. Luis no los dio. El 14 de setiembre de 1976 fue secuestrado, desde entonces permanece desaparecido. "Ese día fue el comienzo de la tortura psíquica. El comienzo de la muerte de mi primo", reflexionó.

Luis Eduardo Falú fue asesinado por Antonio Domingo Bussi, el testimonio de un ex gendarme así lo confirma. Las torturas que sufrió y su solidaridad con sus compañeros de cautiverio también fueron recordadas por otros testigos que pasaron por la megacausa. La búsqueda que su padre hizo recorriendo diferentes CCD como la 'Escuelita' de Famaillá, el ex ingenio Ñuñorco, el 'comando', llegó en la narración de su hija Ana María. Ana, antes de retirarse, leyó una carta de aquel hombre que buscó a su hijo, que exigió justicia porque creía en ella. Y dijo con total convicción: "No pudieron matar las ideas"

La premisa era infundir miedo

Antonio Naief Saade Saieg fue secuestrado el 16 de enero de 1978. Los testigos que se presentaron por su causa fueron Enrique Ramón García Hamilton, Oscar Alberto Garrocho, su hermano Miguel Elías Saade Saieg, su hermana Graciela Cristina Saade de Cantoli y su cuñado Ricardo Cantoli.

Oscar Garrocho contó que realizó por su cuenta una investigación. Que lo hizo, principalmente, porque ‘Coco’, como le decían a Antonio, era su amigo, y porque tenía acceso a algunas fuentes ya que era periodista del diario La Gaceta. De este modo supo que a Antonio lo secuestraron en su vehículo particular, que en la calle Salta al 1200 lo bajaron de ese vehículo y lo subieron a otro. Que siguieron camino en dirección al Arsenal Miguel de Azcuénaga. También manifestó que vio los móviles que habían participado del operativo en el Arsenal. Pero cuando quiso seguir investigando recibió una llamada que le advertía que si continuaba, le sucedería lo mismo que a Saade Saieg.

Después de la desaparición de Antonio, la familia Saade fue secuestrada. Graciela y Ricardo Cantoli, dos de los que vivieron esa pesadilla, declararon el viernes 9 de agosto.  Graciela, su madre y su esposo fueron liberados después de ser 'paseados' por la ciudad con la cabeza tapada. Las mujeres fueron dejadas en la avenida Ejército del Norte. Ricardo Cantoli fue liberado en un cañaveral en las afueras de la ciudad.

Si hay algo en lo que el terrorismo de Estado se especializó fue en las estrategias para infundir el miedo. Secuestraban, torturaban psicológica y físicamente. Algunos eran desaparecidos, otros volvían para que el miedo siga paralizando voluntades, generando desconfianzas, instalando el terror. Así la familia Saade no solamente tuvo que sobrevivir a la ausencia de Antonio. Además les mostraron un poco de lo que podían hacerles si buscaban esa verdad que necesitaban saber para continuar.

“Yo no quisiera nunca más vivir esos momentos de terror que hemos vivido”, dijo Jorge Antonio González. Su testimonio llegó a la sala de audiencias por el caso del secuestro y desaparición de su hermana María Celestina. 'Tina', como le decían sus familiares y amigos, era maestra en Los Pereyra y vivía en El Empalme (Ranchillos). Su hermana, Irma Imelda González, dijo que María no quiso dejar de trabajar después de que, en agosto de 1975, un grupo de personas ingresaran violentamente a su domicilio. En aquella oportunidad, 'Tina' no se encontraba en la casa. Los perpetradores la buscaban a ella.

Carlos Luis Sotelo, compañero de trabajo de María Celestina, contó lo sucedido el 23 de noviembre de 1976. Ese día, Carlos la había acercado en su automóvil hasta el Juzgado de Paz de Los Pereyra. Allí Tina se quedó esperando a que el juez se desocupara para que la lleve hasta su casa, en El Empalme. Sotelo recordó que, después de haberla dejado, un grupo de personas armadas lo detuvieron, lo golpearon y le preguntaron por 'la mujer que iba en su auto'. Luego lo obligaron a llevarlos hasta el Juzgado de Paz donde secuestraron a 'Tina' y dejaron encerradas a las demás personas que estaban en ese lugar.

A María Celestina González no lograron atemorizarla aquella primera vez que la buscaron. Esa misma vez que se llevaron a su hermana Irma y a su padre y que, después de torturarlos amenazándolos con matarlos, los liberaron. Ella seguía trabajando y estudiando. No tenía por qué esconderse, decía. Se la llevaron y nunca más volvió.

Ladrones rateros

“Me desperté con semejante bulla”, dijo al empezar su relato doña Esther Evarista Farías de Berón. Esta sencilla mujer de 89 años contó cómo fue la noche del secuestro de su hijo Oscar Rafael Berón. “Me han llevado la radio, me han llevado linterna”, contaba como tratando de recordar todos los detalles posibles. “Me han llevado mi hijo”.

A su casita de los Ralos entraron estos secuestradores. Golpearon a sus hijos, le robaron hasta las golosinas que una de sus hijas tenía para vender. Y obligándola a taparse la cara, para que no los viera, sacaron a 'Sosolo'. “Uno de ellos me decía que no llore, que ya iba a volver. Y nunca volvió”, agregó al final doña Esther.

“Era la una menos diez de la mañana”, precisó María Cristina Orellana, esposa de Oscar Rafael 'Sosolo' Berón. “Me obligaron a ponerme boca abajo. Que no pregunte nada. Me callé porque tenía miedo que le hicieran algo a mis hijos que eran pequeños”, dijo la mujer. Sus hijos tenían tres y cinco años. María Cristina describió el secuestro de su esposo, la violencia y el saqueo. “Se llevaron cosas sin valor prácticamente”, dijo, “ladrones, rateros, no sé cómo llamarlos”, agregó. "Así como llegaron, con total impunidad, infundiendo miedo, salieron y se llevaron a mi esposo", dijo con la voz quebrada.

Después de tanto daño, de tanto dolor, de tanta angustia, ¿qué puede quedar? Uno piensa que solo el odio y el deseo de venganza. Pero son los mismos sobrevivientes, los que vivieron y atravesaron el horror. Los que a pesar del miedo inyectado en la médula de su humanidad siguieron adelante. “Cada uno como pudo”, había dicho Emilio Palferro. Son ellos mismos los que dan la respuesta de lo que realmente quedó. “Yo he tratado de inculcarle a mis hijos que no tengan rencor. Pido justicia para todos los desaparecidos. Y que las personas que han cometido estas atrocidades sean condenadas”, concluyó María Cristina Orellana de Berón. Y después de esas palabras, nada más puede decirse.