Camino a la verdad

“En el penal de Villa Urquiza funcionaba un centro clandestino de detención más con los mismos mecanismos de los otros cientos que hubo en el país”, había dicho Lilián Reynaga cuando empezó el juicio por la megacausa Villa Urquiza. Lilián fue una de las primeras testigos en declarar en setiembre, cuando empezara este debate oral y público que entra, esta semana, en su etapa final. “Villa Urquiza fue un especie de paso de la clandestinidad a la ‘legalidad’”, insisten desde la fiscalía y las querellas. Sin embargo, según afirma esta parte, nunca perdió ese sesgo de clandestino e ilegal.

Los relatos escuchados a lo largo de estos meses hablan del ‘blanqueo’, ese paso de ser un desaparecido a ser un detenido reconocido por el sistema represivo. Los testigos que llegaron al penal de Villa Urquiza estuvieron antes en otros centros clandestinos de detención y en todos ellos las torturas fueron extremas. En el penal los tormentos solo cambiaron en apariencia, lo que da cuenta de que ese ‘blanqueo’ no fue tan legal como podía parecer. Agustín Arnaldo Navaja, el primero en declarar el martes 2, contó que mientras estuvo en la cárcel hubo un movimiento de detenidos. “Nos enteramos que iban a venir comisiones de Derechos Humanos”, comentó el testigo. Él, junto a otros reclusos, fue llevado al Regimiento 19 donde estuvo, según sus palabras, en peores condiciones que en la cárcel. Otros fueron trasladados al penal de Sierra Chica. Las mujeres, que habían estado en otro pabellón y que declararon en esta megacausa, contaron que por esos días habían sido llevadas al penal de Villa Devoto. Todo esto ocurrió, de acuerdo a lo dicho por muchos sobrevivientes, en octubre de 1977. 

“No me detienen el 19 de abril de 1975, sino me secuestran. Me encapucharon bien y me subieron a unos camiones donde ya había un montón de vecinos”, explicó al tribunal Pedro Eduardo Rodríguez. Rodríguez confirmó con su relato que el supuesto motín en el asesinaron a José Cayetano Torrente fue un ardid ejecutado por guardiacárceles y policías al mando de Roberto Heriberto Albornoz. Esto fue reforzado por el testimonio de Francisco Mamerto Giménez, quien además habló del temor de Torrente a ser asesinado. “Torrente se acerca a hablar con nosotros y empieza a manifestar su preocupación por una amenaza que le habían hecho”, recordó Francisco. “A mí me dijeron que me van a matar, que a mí no me salvaba ir a la cárcel”, contó que le dijo José Cayetano durante aquella conversación y que cuando le preguntaron quién lo había amenazado, Torrente indicó que había sido el mismo Roberto Heriberto Albornoz. “Me dijo que me iban a abrir desde el cuello hasta la pelvis y que me iban a sacar los intestinos para afuera”, le habría dicho el hombre cuyo cuerpo fue enterrado en el cementerio del Norte.*

De infancias, recuerdos y olvidos

José Mario Lazarte fue un sobreviviente del penal de Villa Urquiza que murió antes de concretarse este juicio debido a un accidente cerebrovascular (ACV). “La muerte final de mi papá”, había dicho Marcelo Fabián Lazarte al referirse a este episodio mientras declaraba ante el tribunal el miércoles pasado. “Mi papá no fue el mismo desde que volvió”, dijo más tarde Marcelo y la idea de ‘muerte final’ fue tomando cada vez más sentido.

La noche del 24 de marzo de 1976, José Mario Lazarte fue sacado de la vivienda familiar y subido a un colectivo donde, según él mismo contase a su familia, iban otros detenidos. De allí fue llevado al centro clandestino que funcionara en la, entonces, Escuela Universitaria de Educación Física (actual Facultad). La reconstrucción de lo que pasó esa noche se fue completando con las declaraciones de Juana Marcelina Díaz (esposa de José Mario) y de los hijos de la pareja.

Marcelo es el segundo de los hijos de José y durante su declaración habló de la visita que le hicieron a su padre en el penal de Villa Urquiza cuando por fin la familia supo dónde estaba. “Solo recuerdo el llanto de mi mamá, el llanto de mi abuela materna y de mi abuela paterna y escucharlas decir que era lindo saber dónde lo tenían y cuál había sido su destino”, dijo entre sollozos.

José Lazarte es el mayor de los hermanitos y en aquel momento tenía ocho años. José contó que estaba en la vereda cuando llegaron unos colectivos con los vidrios oscuros. “Nos mira mi padre, totalmente asustado. Se cambia y sale. Yo salgo mirando a mi papá, salgo detrás de él. Veo que le ponen una venda (…) lo esposan. Sale mi hermana llorando”, dijo José con la voz entrecortada y un evidente esfuerzo por contar todo lo que recordaba. La hermanita que salió llorando era Julieta Noemí y su relato explica el llanto de la niña con un motivo diferente, quizás, pero conmovedor.

Julieta tenía dos añitos y medio y con esos pocos años los recuerdos de esa noche aparecen como instantáneas cargadas de emociones y percepciones. “La sensación mía fue ‘qué alegría entran muchos soldados a mi casa’. Era como un desfile militar dentro de mi casa”, dijo Julieta. Cuando su papá se iba con los 'soldados del desfile' ella salió por detrás entre enojada y ofendida porque se iba sin despedirse, sin el beso y el 'chau' al que, seguramente, estaba acostumbrada. “Cuando volvió mi papá era otra persona. No me devolvieron a mi papá”, agregó finalmente Julieta.

La más pequeña de los hijos de José era Nancy. Tenía apenas tres meses cuando secuestraron a su padre. Nancy pasó los primeros años de su vida construyendo una imagen paterna a partir de las pocas anécdotas de sus hermanos y las palabras de su madre. “Yo lo conocí a mi papá cuando tenía 5 años, era un extraño”, sollozó Nancy. Uno de los primeros recuerdos propios con aquel hombre fue una visita al penal de Sierra Chica, donde fuera trasladado después de pasar por Villa Urquiza. Contó que él la abrazaba, la besaba; que su mamá le decía que él era su papá y ella se limpiaba la cara de los besos de ese hombre que le resultaba casi un desconocido. “Yo no lo conocía”, dijo con un llanto que apenas controlaba. “Para mí no era alguien familiar. Yo sabía que era mi papá porque mi mamá me decía pero no tenía sentimientos para él”.

“Abríguese, lleve los documentos”, contó Juana que le habían dicho a su esposo. “Y él saca los documentos y la libreta universitaria, él ya se recibía de licenciado en dirección de empresas en la (Universidad) Santo Tomás de Aquino”, dijo la esposa que trató de mantener presente el recuerdo de José para sus hijos. “Cuando ya vuelve, vuelve completamente loco, a golpearme, a golpear a los chicos”, y las palabras de Juana se escuchaban ahogadas de tanto dolor. “Cuando la más chiquita se limpia porque él le había besado, me pega, me pega porque decía que no le habían enseñado del padre”, contó la mujer que hizo todo por sostener una familia cuya vida había cambiado, literalmente, de la noche a la mañana. Que no volvió a ver más al hombre con el que había formado esa familia, porque el que volvió no era el mismo.

Muchos son los sobrevivientes que hablan de la solidaridad que se tejió dentro del penal. En esas condiciones de despojo absoluto aparecía la humanidad de quienes afuera eran estigmatizados con el mote de ‘subversivos’. “Desde el día de la detención ha sido mucho trastorno para los chicos, yo no tenía para darles de comer. Mis vecinos ni se acercaban porque ‘por algo será’. Todos cambiaban de vereda”, había dicho Juana en su declaración. “Yo me acuerdo que decían que mi papá era un tira bomba”, había contado Julieta Lazarte. Y con esta historia queda evidenciado que quien sobrevive no es solo la persona que fue secuestrada, sino todo su entorno cercano, que las víctimas se multiplican con los afectos que cada uno tuvo, tiene o tendrá.

“Si ellos alguna vez pensaron que con esto iban a matar una causa, matar un ideal, les puedo decir que se han equivocado totalmente”, dijo José que de su padre heredó, además del nombre, su militancia. “Porque mi padre, militante sindical y político que se estaba por recibir de licenciado en administración de empresas….¿Qué es lo que han logrado con esto? ¿Saben qué han hecho, saben qué han hecho? Han germinado semillas como yo, como los compañeros que militan en HIJOS (Hijos e Hijas por la Justicia en contra del Olvido y el Silencio) y en otros lugares”, dijo con vehemencia el mayor de los hermanos Lazarte que lejos de renegar de la militancia de su padre la abraza y la hace propia. Que desde esa militancia pide justicia y exige verdad.

Los últimos testigos en declarar serán escuchados este martes 9 de diciembre. Se prevé que el miércoles 10 comiencen los alegatos y que la sentencia de la megacausa Villa Urquiza se concrete el martes 23. Las más de 40 historias de las víctimas directas en esta megacausa se fueron reconstruyendo frente a un tribunal que tiene en sus manos decidir, a partir de las pruebas producidas, la responsabilidad de diez imputados por los delitos de violación de domicilio, privación ilegítima de la libertad, torturas, delitos sexuales y homicidio. Dos de esos imputados ya fueron condenados en el juicio de Jefatura II Arsenales: el ex militar Jorge Omar Lazarte y el ex policía Roberto Heriberto Albornoz. En tanto los ocho restantes son juzgados por primera vez, se trata de los guardiacárceles Daniel Álvarez, Ángel Audes, Augusto Wertel Montenegro, Santos González, Juan Carlos Medrano, Pedro Fidel García, Francisco Ledesma y Héctor Valenzuela. Los pedidos de penas para cada uno de los imputados se conocerán a partir de este miércoles.

*http://www.colectivolapalta.com.ar/derechos-humanos/2014/11/14/retazos-e-historias?rq=torrente