Recuperarlos de a pedacitos

Pozo de Vargas | Fotografía de Bruno Cerimele

Duelen. Dolieron cuando se los llevaron. Cuando la búsqueda era un camino sin respuestas y las puertas se cerraban. Cuando los negaron. Dolieron cuando por lo bajo alguno que volvió contó haberlos visto. Cuando los relatos amargos se hicieron gritos implorando, exigiendo justicia. “Es doloroso el primer fragmento que recibís pero también te duele cada pedacito de hueso que meses o años después te van informando. Y es un dolor distinto”. Josefina Molina habla desde su experiencia y con las emociones tan propias como únicas. Los primeros restos de su papá fueron identificados en febrero del 2014. Un año después le entregaron otros fragmentos óseos. El nombre de don Dardo Molina, ex vicegobernador de la provincia, se sumó a una larga lista que hoy, a días de cumplirse los 40 años del golpe de Estado de 1976, llega a tener 60 personas identificadas en el Pozo de Vargas. Los últimos seis nombres se conocieron la semana pasada, pero el proceso para llegar a ese papel que afirma que eso pedacitos de huesos que se entregan le pertenece a un familiar desaparecido es largo y requiere de mucho trabajo y compromiso.

Para que no sigan desaparecidos

Félix Viterbo Corbalán. Víctor Hugo Safarov. Antonio Ernesto Salazar. Reyes Humberto Morales. Armando Ricardo Giménez. Enrique Gonzalo Díaz. Los seis nombres figuran en el informe entregado por el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF). “Nos alegramos por cada desaparecido que aparece”, dice Josefina, “pero yo siento que no es suficiente que te digan que aparecieron los fragmentos de tal o cual persona. Yo siento que hace falta saber quién es, qué hizo por sus ideales, reivindicar la lucha, su militancia, contar por qué los militares los silenciaron”. 'Jose' tiene claro que esa sensación es una necesidad muy personal y que no necesariamente es compartida. Quizás tenga que ver con su propia militancia y con el orgullo con que habla de la militancia y el compromiso de su padre. “Si yo no cuento quién es, qué hizo, siento que es como que continúa desaparecido”, dice como pensando en voz alta.

Muchas de esas historias se cuentan y se conocen en los juicios por delitos de lesa humanidad que se llevan adelante desde el año 2006. Los testimonios van armando como rompecabezas no solo la historia de cada víctima, sino también sus últimos días. Al final de cuentas, más allá de las sentencias y las penas, rearmar sus historias es otra manera de poner al alcance de los sobrevivientes y los familiares algo de justicia. “Corbalán fue tan nombrado en la megacausa”, recuerda haciendo alusión al juicio realizado entre el año 2012 y 2013 que fuera conocido como la Megacausa Jefatura II Arsenales. “Es que a él lo secuestran y lo tienen como siete meses en el Arsenal, entonces fue mucha la gente que lo vio”, explica. El jujeño Safarov era conocido como ‘Vitín’, aunque también le decían ‘Pico’. Había venido a Tucumán a estudiar abogacía y a los 25 años, entre fines de setiembre y los  primeros días de octubre de 1976, fue secuestrado. Los testimonios dan cuenta que estuvo en el Arsenal. Sus restos no dejan dudas de que lo arrojaron al Pozo de Vargas.

Si yo no cuento quién es, qué hizo, siento que es como que continúa desaparecido.

Reyes Humberto Morales también formó parte del universo de víctimas en la megacausa. Un estudiante de química que con 22 años fue secuestrado y desaparecido. Desaparecido hasta ahora. Hace poco más de dos años su nombre era recordado por los testigos que sobrevivieron y que compartieron cautiverio con él en el galpón N°9 de la Compañía Arsenal Miguel de Azcuénaga. En los documentos de la megacausa figura como fecha de secuestro el 14 de abril de 1976. Los testimonios lo ubican en Arsenales en mayo de ese mismo año.

De los lugares, o el lugar, donde estuvo detenido Antonio Ernesto Salazar no se sabe demasiado. El jornalero de 31 años secuestrado en mayo de 1976, no fue reconocido por ningún sobreviviente. Pero sus restos hablaron con la contundencia de lo innegable.

Según se desprende de los testimonios Enrique Gonzalo Díaz no estuvo mucho tiempo en el Arsenal. Su caso también fue conocido en el juicio del año 2013 y entonces se supo que el comerciante de 37 años no había podido sobrevivir a las torturas, pero dónde estaba era una incógnita hasta ahora. El sexto nombre, Armando Ricardo Giménez, no figura en la megacausa Jefatura II Arsenales. El dirigente gremial del Ingenio San Juan secuestrado en junio de 1976 es ahora, por fin, un ‘desaparecido reaparecido’.

El trabajo de todos los días

Para saber a quién pertenece cada pedacito que se encuentra, cuenta Josefina Molina, existe un procedimiento determinado por la Justicia Federal.  Quienes efectúan la extracción en el Pozo de Vargas son los peritos del Colectivo de Arqueología Memoria e Identidad de Tucumán (CAMIT). Todos los días descienden al pozo y palmo a palmo van descubriendo lo que se tapó a fuerza de escombros, pesadas vigas, bloques de cemento y ladrillos. “Desde el martes en adelante trabajan en la selección de óseos que separan marcan y numeran y el día lunes los extraen del fondo del pozo”, cuenta 'Jose', la que todos los lunes acompaña el momento de recuperación de esos restos. La medida de extracción se realiza con la presencia del secretario del Juzgado Federal, el perito del CAMIT y la  de alguna de las partes querellantes que como tal tiene el derecho de acompañar y observar el trabajo.  El perito explica la profundidad, el cuadrante y las especificaciones de qué parte se van a extraer. “Para darte una idea del tiempo que lleva cada avance, por ejemplo, el lunes pasado se secuestró a los 31,92 m de profundidad y el lunes anterior era 31,70 m”, relata Josefina.

Cuando Jose habla no lo hace mecánicamente. Va explicando paso a paso el procedimiento como quien lo sabe de memoria, es cierto, pero a la vez lo hace pausadamente como intentando no perder ningún detalle de cada fotografía imaginaria. “Una vez que se extrae eso se va inventariando en el mismo laboratorio que está ubicado en el predio, luego de inventariarse se lo coloca en bolsas especiales y se lo embala para trasladarlos al laboratorio de la (calle) Italia. Una vez que ya están allí, los peritos del CAMIT los limpian mecánicamente, los separan de los materiales asociados y dejan todo lo que sea óseo y los colocan en contenedores donde están fotografiados, clasificados, inventariados y son trasladados a Buenos Aires una vez al mes”, Los ‘materiales asociados’ es la nominación técnica para referirse a los objetos personales. Ropa, anillos, esas cosas  materiales que bien podrían ser los últimos restos de humanidad que persisten para mostrar que no se los pudo deshumanizar.

Gendarmería Nacional custodia los restos recuperados que cada primer día hábil del mes son enviados a Buenos Aires. Allí, los encargados de continuar con el trabajo son los miembros del (EAAF). “Ellos hacen una selección de los restos óseos que estén en condiciones y hacen el envío a los laboratorios”. Uno de los laboratorios, el que se encuentra en Estados Unidos, realiza el cotejo de los restos óseos con las muestras de sangre. El otro, el que se encuentra en la provincia de Córdoba, “hace el cotejo de huesos con huesos”, explica Josefina y detalla “porque cuando vos mandas a hacer el cotejo con la muestra de sangre el EAAF te dice, este fragmento óseo es de esta víctima. Ahí ya podemos tener el nombre y el apellido de a quién corresponde ese fragmento. Cuando se manda ese mismo óseo a Córdoba para que lo cotejen con otros óseos para saber si esos otros pertenecen a esa misma persona. De esa manera se va ampliando la relación ‘inter esqueletal’ de la víctima”.

Lo que sigue son las notificaciones y la difusión del hallazgo de otro fragmento de la Historia. Porque cada una de estas historias complementan esa otra que atraviesa a la totalidad de la sociedad argentina. Y así, el camino para encontrar una verdad enterrada en la profundidad de lo que fuera un pozo de agua en el predio de la Finca de Vargas cumple uno de los tantos objetivos, responder un poco a la histórica pregunta: ¿Dónde están?

Un duelo de a puchitos

El ritual ante la muerte de un ser querido es cultural, por un lado, y sumamente personal, por el otro. “Cada uno hace su duelo como puede”, se dice cual verdad absoluta e innegable. “Yo no he terminado nada todavía”, dice Josefina y asegura que ella va todos los lunes al Pozo de Vargas y lo va a seguir haciendo. Su presencia allí no es sólo por sí misma sino también por esos otros que siguen ahí abajo pujando por salir. “Además estoy convencida que todos necesitan saber qué ha pasado con sus familiares”, dice y deja entrever que su lucha es colectiva. “Pero lo mío no termina. No sé cuándo se terminará porque yo siento que tengo que terminar con toda la reasociación posible. Pero además yo soy una convencida que para quien tiene un familiar desaparecido, el duelo es eterno porque juega con el simple hecho de no haber visto el cuerpo del muerto”, afirma.

Cada uno hace su duelo como puede. Yo no he terminado nada todavía.

Para ella, algo que puede generar alguna empatía que permita comprender lo que siente es lo que le sucede a cualquiera ante un fallecimiento 'normal'. “Cuando se te muere alguien en un sanatorio, lo primero que querés saber es de qué se murió, tratás de estar ahí presente todo el tiempo que se pueda, de acompañarlo hasta el final”, ejemplica. Eso,  a los que tienen un familiar desaparecido, les ha sido negado, como tantas otras cosas importantes para cerrar ese duelo.“Es durísimo tener una urna en la casa con un fragmento para después ir poniendo los otros. Y es un dolor distinto porque vos decís pero si ya sé dónde está, ¿por qué me duele?”, pregunta sin esperar obtener respuesta. “Pero te duele”, concluye sabiendo que ninguna explicación alcanza para el dolor que siente cada vez que le entregan un pedacito de su padre.

A Josefina Molina también le duelen los dolores ajenos. Los de aquellos que aún no saben dónde están los suyos. “Es una angustia escuchar ‘¿estás segura que están bien puesto los nombres?’ Yo siento angustia al ver que hay personas muy mayores…”, dice pensando en todos aquellos que siguen buscando que siguen esperando a sus seres queridos aunque sea de a pedacitos. 

Este 24 de marzo se cumplen 40 años de la instauración de la dictadura más sangrienta y dolorosa de la Argentina. La coyuntura política y social de este 2016 no le parece a esta militante ni la peor ni la más difícil. "Este contexto no me preocupa mucho porque hemos pasado contextos peores", afirma la mujer que sigue buscando restos de familiares propios y ajenos. "Con los 40 años creo que nos debemos una reflexión y ver qué no hemos avanzado y por qué, para corregir los errores cometidos porque no sé si habrá otra generación que se haga cargo de esto", reflexiona. Josefina mira la agenda en el teléfono. Se ríe y se organiza para poder asistir a todas las actividades que pueda en una semana tan especial. Una cita es segura, más allá de todas las demás, la de este lunes, el próximo y el siguiente, en el Pozo de Vargas, junto a los peritos y el secretario del Juzgado Federal.