Megacausa Jefatura III: el sufrimiento de no saber

Foto de Elena Nicolay | La Palta

“Acá no tenemos ninguna porquería”, le dijeron a Rubén Díaz en la Brigada de Investigaciones mientras buscaba a su hermano Lisandro Díaz. Lisandro trabajaba en la fábrica textil Escalada de Los Ralos, pertenecía al sindicato de aquel lugar y luchaba por mejores condiciones laborales de sus compañeres.

En 1976 fue secuestrado y desaparecido, dando comienzo a una larga búsqueda por parte de su familia. Fue el 8 de octubre, el día del cumpleaños de Juan Domingo Perón, como recuerda su hermana Ana Mercedes Díaz.

Aquella noche, luego de regresar del trabajo y mientras descansaba sus pies en el agua, personas encapuchadas y armadas entraron a su casa. Golpearon a Ana Lía Rojas -la mujer con quien Lisandro compartía su vida y con quien esperaba un hijo- y, a pesar de sus reiteradas súplicas, le apuntaron con un arma obligándola a ponerse boca abajo en el piso. Los golpes, el miedo, las amenazas, provocaron la pérdida de su embarazo. Después se llevaron a Lisandro sin ninguna explicación.

“Al día siguiente, fui corriendo a su casa, entré a su dormitorio y empecé a gritar porque no creía, no pensaba que lo habían llevado a mi hermano”, recuerda Mercedes, y con sus manos refriega su pierna en un intento de calmar sus emociones. Para ella Lisandro era como su papá, desde pequeña la cuidó y protegió. Lo visitaba cada semana y cuando lo secuestraron quedó desamparada. Mercedes lo buscó incansablemente, recorrió el Hospital Obarrio porque se comentaba que allí podría estar, miraba a cada persona en la calle tratando de identificar a su hermano. Pasaron los días, los meses y los años y su familia seguía esperando que él regresara. “Ha sido un sufrimiento el no saber, porque cuando no está la persona, no sabes si vive o anda por la calle tirado. Te da vueltas la cabeza”, dice.

Meses antes, el 1 de mayo de 1976, a Lisandro lo habían secuestrado por primera vez. Estuvo en cautiverio un día entero en la comisaría de Los Ralos donde lo torturaron y lo hicieron dormir en un charco de agua. Lisandro era peronista y nunca intentó ocultarlo. Militaba en el Partido Justicialista y a una de sus hijas le llamó Eva, por Eva Duarte de Perón.

Años después de su desaparición, su familia supo que estuvo en la Jefatura de Policía porque en la lista presentada por el testigo Clemente en 2010, su nombre aparecía junto a un número y junto a las siglas DF (Disposición Final). Sin embargo, no fue hasta 2014 cuando pudieron hallar un poco de alivio cuando parte de sus restos fueron encontrados en el Pozo de Vargas. “Fue un sufrimiento saber que lo tiraron ahí, pero al menos ahora podemos prenderle una velita”, dice la mujer mientras sostiene su mirada fija en el piso.

Foto de Elena Nicolay | La Palta

La misma secuencia

Domingo Díaz era amigo y compañero de trabajo de Lisandro. Aquella noche de octubre también fue secuestrado, mientras todos dormían. Dos autos Ford Falcon se hicieron presentes en su casa, cuatro o cinco personas golpearon la puerta y preguntaron por él. Aquellas personas estaban armadas y rompieron los focos porque no querían que se los identificara.

Su familia, por muchos años, no supo de él. Cada tarde lo esperaban parados en el portón de su casa y su madre buscaba respuestas en cada lugar que podía. Sus restos también fueron encontrados en el Pozo de Vargas.

En Los Ralos, un pueblo a 22 kilómetros de San Miguel de Tucumán, fueron muchas las personas secuestradas, desaparecidas y arrancadas de sus casas, entre 1975 y 1977. Hubo quienes regresaron y de quienes no se supo nada más, otros fueron encontrados en el Pozo de Vargas. Tanto la familia de Lisandro como la de Domingo continúan sumergidos en un incansable pedido de justicia. En la sala de audiencias, sus nombres se escuchan en un grito que los mantiene presentes hoy y siempre.