Con la música a otras partes
/Ubicada en el barrio 2 de septiembre, sobre la avenida Alfredo de Guzmán al 700, la parroquia del Divino Niño solía tener un comedor. Fue allí donde empezaron a llegar muchos chicos de la zona con ganas de aprender a hacer música. Marcelo Ruiz, el director, formó entonces, una pequeña orquesta que pertenecía a la parroquia que le cedía aquel espacio. Las ganas se fueron contagiando y cada vez eran más los chicos interesados en aprender, pero faltaba espacio físico e instrumentos, por lo que se hizo necesario pedir ayuda. Para poder recibir donaciones, la orquesta debió independizarse de la iglesia y a autogestionarse con los aportes de la fundación Asistir (a cargo de Ruiz y Julio Rossi), creada especialmente para ese fin. Gracias a estas donaciones, tanto de instrumentos y otros elementos para las clases como de lo relativo a la infraestructura, la orquesta fue creciendo.
Actualmente, el Diviño Niño es una orquesta-escuela. Sigue funcionando junto a la parroquia, pero cuenta con sus propias instalaciones (dos aulas y una secretaría); instrumentos y atriles; profesores ad honorem a cargo de una orquesta juvenil y otra inicial, y de los talleres de guitarra, coro y piano; y un montón de chicos que tocan a los clásicos, leen partituras y se presentan en distintos escenario de la provincia.
Aprender un lenguaje nuevo
Dedicada a la flauta traversa, la estudiante del conservatorio Pilar Orell se acercó a Ruiz para proponerle sumar vientos a la orquesta. Hoy lleva dos años como una de las profesoras al frente de este proyecto tan ambicioso como exitoso, y asegura que ‘el Divino Niño’ se ha convertido en su segundo hogar. “Yo trabajo hace mucho con música y con grupos pero era la primera vez que tenía un grupo orquestal, entonces, dar lenguaje musical o flauta grupal, o dirigir fue para mí todo un proceso.” cuenta Pilar. En conjunto con Juliana Isas, violista y profesora también de la orquesta, en julio de este año se pusieron al hombro la difícil tarea de coordinar y enseñar al grupo de los menos avanzados, muchos de los cuales estaban apenas empezando a tocar desde cero. Al cabo de unos pocos meses a la orquesta juvenil, integrada por aproximadamente 45 chicos que vienen aprendiendo hace ya varios años, se le sumó la orquesta inicial, que cuenta con 22 jóvenes músicos que ya tocan, leen partituras y se presentan en vivo con sus compañeros más experimentados.
“La dinámica de trabajo es la división en cuerdas (violín, violas, chelo, bajos, flautas, etcétera), para luego dividir el trabajo y que cada grupo aprenda sus partes en una determinada cantidad de tiempo. Después se ensambla toda la orquesta”, explica Orell, y resalta el gran progreso alcanzado en el último tiempo. “Ellos aprendían con una técnica, como una digitación, que es limitante. Hemos tenido un quiebre porque los chicos tocaban mucho más de lo que leían entonces tuvimos que buscar millones de estrategias y hacer malabares para que aprendan a leer en base a las obras que ya saben. Fue un proceso pero ha sido fantástico por la respuesta de ellos al verse tan liberados con esto de que les pongan una partitura y la puedan resolver, los hizo evolucionar muy rápido. En tres meses ya están tocando las obras, aprenden la lectura y aprenden la técnica del instrumento.”
Trabajo en equipo
En cuanto al costado pedagógico, el Divino Niño se ha constituido como un núcleo de la Fundación SOIJAr (Sistema de Orquestas Infantiles y Juveniles de Argentina). Desde Chascomús, Buenos Aires, SOIJAr articula el funcionamiento de las orquestas a nivel nacional, siguiendo el modelo pedagógico artístico y social conocido como El Sistema, fundado en Venezuela por el maestro José Antonio Abreu. Según esta línea, las orquestas sinfónicas y los coros son instrumentos de organización social y desarrollo humanístico. “Me gusta mucho trabajar con las orquestas barriales, esto de brindar un espacio y que sea una herramienta para ellos porque no es solamente tocar un instrumento y hacer música: como docente a cargo acompañás un proceso formativo de personas completas pero desde un lenguaje que es la música, y desde un momento individual y otro grupal. Porque aprenden una dinámica grupal, a comunicarse entre ellos, y a crecer. El trabajo en equipo es la base de todo, la comunicación: desde conocer a su instrumento, cómo afinarlo, hablar, verse, entenderse.” dice Pilar.
Con la idea de que a ser músico se aprende haciendo música, entre ensayos y presentaciones, la orquesta lleva un ritmo muy intenso todo el año. Para los profesores, lo importante es tratar de que haya un proceso de maduración de las obras estudiadas entre concierto y concierto, que se note una evolución, y que los chicos puedan “empoderarse de ese lugar, el escenario y construirse como músicos. No es lo mismo tocar dentro de cuatro paredes que en vivo, expuestos, con movimiento, con ruido”, asegura Pilar, quien reconoce las ventajas de este sistema frente al académico, de donde ella proviene: “En la enseñanza academicista tenés que esperar un montón para salir a tocar e integrar una orquesta, pero nosotros no queremos eso para nuestros chicos. La idea es que aprendan el instrumento mientras tocan y dentro de una dinámica orquestal”.
La música al alcance de todos
La última presentación, cerrando un año de mucha actividad, se realizó el pasado domingo 21 de diciembre, en el Shopping de Yerba Buena. Esa noche, frente a una audiencia conmovida, ambas orquestas, juvenil e inicial, tocaron un repertorio variado que fue desde clásicos, como El Cascanueces de Tchaikovsky, pasando por música de películas, hasta terminar con conocidos villancicos navideños. Entre pieza y pieza, el director Marcelo Ruiz invitó a todos los interesados a formar parte de la orquesta, a acercarse: “Los clásicos no muerden. Podemos jugar y divertirnos, y hacer cultura”, expresó. En efecto, a principios del año que viene podrá sumarse gente nueva, tanto los que ya posean algún conocimiento como aquellos que deseen empezar, quienes luego de un período de ambientación, podrán integrarse al nivel inicial.
La experiencia de participar en la orquesta es altamente recomendada por Orell, quien confiesa que estos años de compartir sus conocimientos con los chicos de la orquesta le ha brindado grandes satisfacciones, además de haber aprendido de ellos y su pasión por hacer música: “Los chicos se sienten los reyes del mundo, emocionados por tocar, como que no hay nada que los pare. Y estar de este lado y ver que has podido generar eso, lo usen en la música o en el resto de la vida, eso es fantástico. Vale la pena especialmente cuando los ves en los conciertos, que están tocando, y se ríen y se miran y lo disfrutan. Están tan dueños de su espacio que se sienten libres de crear, de poner el cuerpo en eso.”
La música clásica también puede sonar en el corazón de algún barrio, lejos de las academias y sus circuitos cerrados, y ser accesible para todos aquellos que quieran acercarse a ella y hacerla propia. Prueba de ello es la orquesta-escuela Divino Niño, que sigue creciendo gracias a la solidaridad de mucha gente, el trabajo dedicado de sus profesores y las ganas de muchos chicos de aprender el complejo y hermoso lenguaje de la música.