¿Son o se hacen?

Ilustración: Elías Cura | La Palta

Tras dos años de ataques a la población palestina, Israel aceptó el plan de Donald Trump para frenar su ofensiva que ya dejó 67.000 ciudadanos gazatíes asesinados. Aquí dejamos un breve repaso de estos dos años de conflicto, sus raíces y perspectivas.

El carnicero de Praga

El 4 de junio de 1942 Reinhard Heydrich[, el comandante militar del protectorado de Bohemia y Moravia, fue emboscado y ejecutado por un comando de la resistencia checa. Un horror, si no fuera porque el bueno de Reinhard era gloriosamente conocido como “el carnicero de Praga”. Este simpático mote no le vino dado por una noble carrera comercial dedicada al expendio de carne bovina para el disfrute del paladar checo. No, se había ganado a pulso el sobrenombre conduciendo crímenes aberrantes y masivos contra la población a la que el Führer le había encomendado controlar. Y no sólo eso, había sido uno de los responsables en 1938 de pogromo conocido como “la noche de los cristales rotos”, posiblemente el punto de partida del holocausto. Durante esta serie de ataques casi 100 judíos alemanes y austríacos fueron asesinados por las tropas de las SS y al menos 20.000 fueron enviados a los campos de concentración de la Alemania Nazi, sin contar los 7.500 negocios y 260 sinagogas destruidos o incendiados. 

Heydrich, además, era el segundo al mando de las SS, la policía militar que había jurado servir a la persona de Adolf Hitler, es decir, no respondía al Estado alemán sino personalmente al Führer. Bajo esta responsabilidad fue parte de la planificación de “la solución final” al problema judío, que consistía básicamente en el exterminio liso y llano de toda persona que abrevara en la cultura judía. 

Bueno, seguir detallando  los crímenes de Reinhard no tiene mucho sentido, son demasiados y los esbozados aquí sirven y sobran para perfilar al personaje. Además, basta con saber que era uno de los criminales más apoteósicos que ha visto la modernidad, un personaje que  hubiera empequeñecido al Standartenführer Hans Landa (el sádico coronel interpretado Christoph Waltz en Bastardos sin gloria), si fuera real. 

La cuestión es que el asesinato de Heydrich desató la furia de Hitler, pues realmente era uno de los personajes más emblemáticos de Reich y, aparentemente, el Führer sentía un aprecio personal muy destacado por él. Por eso dio la orden de asesinar a 10.000 checos al azar para vengar su muerte (todo muy normal), pero el reemplazante de Heydrich, al frente de la chequia ocupada, Karl Hermann Frank, intervino para moderar la venganza y se puso al frente de una investigación que concluyó en que había dos pueblos relacionados al complot: Lídice y Ležáky. En Lídice se habían escondido los agentes que asesinaron a Heydrich y en Ležáky, los nazis encontraron una radio que transmitía para la resistencia checa. La decisión de Frank y Hitler fue muy sencilla: encarcelar y deportar a toda la población de ambos pueblos, unas 13.000 personas, asesinar a todos los varones mayores de 16 años de Lídice y a todas las mujeres de Ležáky. Los pueblos fueron primero incendiados y luego, arrasadas sus cenizas.     

Si tiene cuatro patas y ladra

El 7 de octubre de 2023 comandos de Hamás atacaron los asentamientos judíos ilegales que se encuentran en la frontera con la Franja de Gaza. El ataque fue brutal y criminal, dejando 766 civiles asesinados y 251 civiles secuestrados además de más de 300 soldados de las “Fuerzas de defensa” israelíes caídos en combate. 

La respuesta del Estado de Israel, con el premier Benjamín Netanyahu al frente, le hubiera sacado una sonrisa a Reinhard Heydrich: en dos años ya dejó 67.000 palestinos asesinados (20.000 de ellos niñas y niños),y la ciudad de Gaza reducida a escombros. 

Foto: Ignacio López Isasmendi | La Palta

No, no estamos comparando a Netanyahu y sus ministros con los nazis. Estamos diciendo que es uno de ellos, sólo que sus víctimas no son judíos sino civiles palestinos que no tienen responsabilidad sobre lo que haya hecho Hamás. En Gaza, como otrora en Lídice y Ležáky, atacaron a la población civil, sus escuelas y hospitales, los obligaron a desplazarse (lo que en sí mismo representa un crímen de guerra) e impidieron el ingreso de ayuda humanitaria para los sobrevivientes. Las expresiones de Netanyahu y especialmente de algunos de sus ministros de ultra derecha muestran el germen racial típico del nazismo.

El sentido común nos dice que el nazismo es la peor cosa que hizo la humanidad (Europa), una especie de entelequia del horror. Esto es bastante cierto, pero al ser una entelequia es una cosa de otro nivel, una a la que hay que tenerle demasiado respeto porque no es normal. Claro que la historia también tiene otros ejemplos. Uno de ellos es Leopoldo II de Bélgica, quien tomó una parte del Congo en África como un territorio personal para lucrar con el caucho y el marfíl y terminó con entre 7 y 10 millones de muertos en menos de 20 años por asesinatos y hambrunas, amén de otros tantos millones mutilados y torturados, todos a su nombre. La inquisición, las tropelías europeas en América, África y Asia demuestran que el nazismo es sólo otra expresión de la constante idea de superioridad de unos pueblos sobre otros.

Pensar que Hermann Göring merecía ser colgado (que lo merecía sin duda) y que Harry Truman (el único ser humano en la historia que autorizó el uso de armas nucleares contra dos poblaciones civiles), en cambio, merecía ser recordado como un adalid de la libertad, es un poco injusto. 

Otra posibilidad es pensar al nazismo como una etapa más del horror del que es capaz la humanidad (Europa) cuando la crueldad se hace sentido común. No banalizar está bien, no todo es nazismo, pero bombardear a la población civil, desterrarla, hambrearla en nombre de un libro de poca confianza—que dice que un chabón que hablaba con una zarza ardiente determinó que en esa porción de tierra sólo debían vivir los que se tomaran libre los sábados— se parece bastante a aquel horror.

Tomarse libre un día de la semana no tiene nada de malo. Lo malo es creer que el que se toma el lunes es moralmente superior al se toma el martes y por eso tiene derechos específicos que el otro no. La posibilidad de convivir con quienes profesan culturas, religiones o gustos musicales diferentes es lo que te acerca o aleja de Heydrich o Netanyahu.

Foto: Ignacio López Isasmendi | La Palta

Está claro que los crímenes del 7 de octubre que se llevaron adelante contra la población civil no pueden ser soslayados. Secuestrar, matar, torturar a personas no organizadas en una milicia constituyen delitos repudiables y la organización que los lleva adelante ayuda a deslegitimar su justo y absolutamente desoído reclamo de autodeterminación. Hamás es una organización religiosa conservadora, que sostiene la subyugación de la mujer, que no tolera la diversidad sexoafectiva (seguimos hablando de Hamás y no de la iglesia católica, el gobierno Húngaro o Agustín Laje) y que ha sido el canal de representación de una parte de la población palestina ante las constantes humillaciones sufridas a manos del ejército israelí y de los colonos que este alienta y protege. 

Sin embargo la respuesta ha sido injusta, desmesurada y criminal. El Estado israelí y buena parte de su población se comporta como si el sistema de apartheid que sostiene fuera una fuerza natural indiscutible, invisible, inmutable; como si fueran la normalidad. Ni todo israelí está de acuerdo ni es responsable, como no lo fue la totalidad de la población alemana bajo el régimen nazi, pero hay actitudes de tolerancia a la criminalidad que son inaceptables. 

La nazificación del sionismo

En el documental ganador del premio Oscar 2024 No Other Land, codirigido por Basel Adra (palestino) y Yuval Abraham (israelí), se detalla la travesía de más de 20 años de la lucha de un pueblo palestino en Cisjordania por sostener en pie el derecho de propiedad sobre sus tierras, sus casas, sus animales y sus vidas.
Sinopsis: la Corte Suprema de Justicia israelí decreta, luego de 20 años de disputa, que el territorio cisjordano (no el territorio Israelí, el palestino) donde se encuentra el pueblo Masafer Yatta (en el quenació de Basel) pasa a ser propiedad del ejército israelí, por lo que las 4.000 personas que allí viven deben ser desalojadas. Ante la obvia negativa de los pobladores el gobierno israelí envía topadoras y al ejército para custodiarlas y así arrasar con las casas, parques de niños y la escuela que sus propios pobladores habían levantado.

El documental muestra el proceso de resistencia del pueblo ante el avance de las instituciones israelíes que se mueven como una banda de matones imponiendo la fuerza a una población que llevaba generaciones enteras viviendo en ese territorio. Pero no sólo se muestra el accionar de las instituciones israelíes, también se ve una pincelada del proceso de los sionistas nazificados llamados “colonos”, civiles israelíes que atacan violentamente los territorios palestinos al amparo de su ejército. Una reproducción de los pogromos europeos contra la población judía en los que las poblaciones civiles tenían el protagonismo en el uso de la violencia.  

Foto: Ignacio López Isasmendi | La Palta

El documental también permite proyectar el proceso de expulsión de la población palestina que viene ocurriendo desde hace décadas, al menos desde la guerra de los seis días en 1967, una política condenada por casi toda la comunidad internacional, que choca contra todo proceso de paz e incluso contra la (injusta) solución de los dos Estados. Además, muestra el acoso que sufren las poblaciones originarias y el sistema de apartheid que tienen que soportar día a día: los checkpoints, los permisos de circulación, la dificultades para acceder a empleos de calidad, la insoportable política de destrucción de la propiedad de sectores de escasísimos recursos. Esta acumulación de penurias también permite comprender cómo una parte de la población palestina volcó su apoyo en una organización como Hamás. Pero es imposible ver el documental y sostener que la población palestina tiene algo que ver con los atentados y que, de alguna manera, merecen sufrir el ataque del Estado y la población israelí que lo sostiene. 

Un ejemplo de sionista nazificado es el uruguayo-israelí Roni Kaplan, portavoz en castellano del ejército sionista. Mientras las organizaciones humanitarias del mundo denunciaban desde el terreno la hambruna generada por el bloqueo en Gaza, Kaplan expresaba: “los gazatíes tienen más alimentos a disposición que una persona de clase media española”. Ante cualquier crítica al proceso genocida, el portavoz acusa de antisemitismo a quien se ponga en frente. 

El plan Trump: una solución colonial a un problema colonial 

Foto: Ignacio López Isasmendi | La Palta

Como tratamos de explicar aquí, el conflicto arabe-israelí tiene una raíz colonial y la población judía no árabe que hoy habita la región es producto de un proceso migratorio relativamente planificado. Este supuso una suplantación violenta (con estratégias terroristas de por medio) de una población árabe (ora musulmana, ora judía) por una población europea que, mayoritariamente, huía de las persecuciones irracionales que sufrió durante siglos por parte de sus propios coterráneos. 

Así, se construyeron ciudades para judíos europeos sobre las ruinas de los poblados árabes donde habían habitado, relativamente en paz, árabes musulmanes, árabes judíos y árabes cristianos. El Estado de Israel se construyó tras una invasión europea ni tradicional ni totalmente planificada, pero que sí fue producto de una idea surgida desde la ideología colonial: el Sionismo, cuyo axioma decimonónico es el de igualar cultura con nación. “Si pertenecemos a una misma cultura debemos tener una nación para nosotros”, una idea que no comparte una buena parte de los judíos no israelíes, ya que toma por cierto uno de los principales ataques contra la población judía: “si sos judío no podés ser alemán, ruso, español (o lo que fuera), sos judío”, y que dio lugar a las persecuciones más salvajes contra ese pueblo. 

Israel se construyó bajo el amparo de Gran Bretaña y los recursos de los judíos sionistas europeos y se sostuvo luego con el apoyo político y económico de Estados Unidos. Tras la segunda Guerra Mundial el Estado de Israel constituyó un enclave desde el cual las potencias occidentales contuvieron a las potencias árabes, ayudando a desestabilizarlas para controlar los recursos naturales de la región. Es por eso que el Estado de Israel siempre pudo desoír las resoluciones de Naciones Unidas que le exigían devolver el territorio ocupado tras diferentes conflictos con las naciones árabes (como el de la Guerra de los seis días o la de Yom Kipur) y aplicar la llamada “solución de los dos Estados”, e incluso seguir avanzando sobre territorio palestino a través de su política de asentamientos (lo que describe el documental No other land).

Foto: Ignacio López Isasmendi | La Palta

Décadas de presión sobre las poblaciones palestinas dieron lugar a diversas respuestas. Desde la resistencia armada, encabezada por Al Fatah y la Organización para la Liberación Palestina de Yasir Arafat (1929-2004), pasando por instancias de negociación y reconocimientos (lo que le valió el Premio Nobel de la Paz a Arafat), hasta los levantamientos populares inorgánicos llamados Intifadas. 

Las permanentes traiciones de Israel a los acuerdos de paz generaron un viraje de parte de la población palestina (sobre todo la de Gaza), desde las organizaciones más negociadoras a las más intransigentes como Hamás. Con esta opción coincidió Israel al financiar y sostener a Hamás para reducir la base de apoyo de Al Fatah y la Autoridad Nacional Palestina (creada en 1994 y conducida por Al Fath), la clásica elección del enemigo que ayuda a sostener el relato propio.

Tras los ataques (sospechosamente sorpresivos para unos de los países con mayor inteligencia militar del mundo) del 7 de octubre, un gobierno asolado por el descrédito y acorralado por su propia justicia, encontró un eje para sostenerse en el poder. La coalición entre la derecha del Likud (Netanyahu), la extrema derecha de Otzmá Yehudit (Poder judío) liderado por Itamar Ben Gvir y los ultraortodoxos del Partido Sionista Religioso (Tkuma-Unión Nacional) cuyo líder es Bezalel Smotrich (considerado terrorista por los servicios de inteligencia israelíes hasta su llegada al parlamento), utilizó el 7-0 como salvavidas con el cual acallar y desviar las críticas a su endeble gobierno. 

Con la Corte Penal Internacional acusando a Netanyahu y su Ministro de defensa por delitos de lesa humanidad (entre ellos el de genocidio), la reacción internacional (encabezada por España e Irlanda y secundada por Estados europeos más pequeños) y la presión de Estados Unidos con Donald Trump a la cabeza (con el objetivo de reducir el apoyo económico a Israel y laurarse a sí mismo), han empujado al Estado sionista a entrar en negociaciones. 

Pero el Plan Trump implica una solución colonialista. En sus 20 puntos plantea el intercambio de rehenes (48 israelíes y 2.000 palestinos, entre ellos mujeres y niños condenados a cadena perpetua), el desarme de Hamás, a cambio de un endeble alto al fuego al que Israel no tardó ni 48 horas en desobedecer. Además, a nivel institucional implica la creación de una autoridad internacional para gestionar Gaza presidida por Donald Trump, pero a cargo del acusado de crímenes de guerra (en Irak, en 2003) Tony Blair.

Foto: Ignacio López Isasmendi | La Palta

Los países árabes de la zona se formaron tras la partición artificial de territorios repartidos entre Francia y Gran Bretaña después de la Primera Guerra Mundial, traicionando a sus aliados árabes que ayudaron a expulsar al imperio Otomano de la región. Hoy la propuesta para Palestina es un nuevo protectorado que ofrece muy pocas garantías de soberanía y autodeterminación y que no propone ningún tipo de reparación sobre los 77 años de violaciones a los derechos más elementales. No hay procesos de consulta sobre la población palestina ni sobre sus organizaciones de representación. El sólido argumento es que los “terroristas” de Hamás no pueden participar de los acuerdos por ser responsables de los ataques del 7 de octubre, pero el genocida Netanyahu sí porque representa a “la única democracia de Medio Oriente”.

Ante esta situación las perspectivas de paz son muy pocas. Israel no está dispuesto a encarar un proceso de convivencia con los Palestinos porque sus dirigentes están convencidos de que la tierra que ocupan es suya por derecho divino y no pueden compartirla con personas que no profesen su misma religión (aunque técnicamente le recen al mismo Dios). Mientras, su población poco hace para cambiar esta perspectiva: de hecho, siguen votando a los representantes de las derechas que apoyan el programa expansionista. Estados Unidos, por su parte, no hace más que aprovechar la situación para incrementar su poder en la región, y la Unión Europea se comporta como si fueran una UCR mundial: miran con desagrado, denuncian lo inaceptable del genocidio pero no mueven un pelo para cambiar la situación. Al mejor estilo De Loredo: lloran paz y votan genocidio, manteniendo acuerdos económicos y militares con la potencia agresora.

 

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