Sin techo, sin jopo y sin hombreras, al ritmo de los 90'

La Universidad Nacional de Tucumán supo ser en su época de oro formadora de reconocidos profesionales. No resulta anecdótico comentar que el arquitecto que diseñó las Torres Petronas es un egresado de esta casa de altos estudios. Tampoco lo es hablar sobre el compromiso y la lucha social y política de toda una generación de estudiantes y profesores, por una sociedad más justa, una universidad autónoma y una educación pública y gratuita. No, no es anecdótico, aunque hoy parezca serlo. La Facultad de Filosofía y Letras quedó desnuda ante los ojos de una sociedad que se mantiene inmutable, desnuda porque, con el derrumbe del techo de uno de sus anfiteatros, se hizo evidente la precariedad de un sistema educativo que acarrea lo peor de los años 90. Es que ese edificio se construyó a finales de aquella década que parecía arrasar con todo y con todos y dejar sólo a los más fuertes. De hecho es el único edificio construido en un período en el que el achique del gasto social estaba al orden del día.

Ver hoy tan claramente que en la década de oro del menemismo, del neoliberalismo, sólo se construyó un "aula grande" en una facultad superpoblada, y que ese único edificio se desploma en menos de 15 años, es ver cómo seguimos bailando al ritmo de los 90' a pesar de que muchos discursos nos dicen que asistimos a una "nueva época". Y como para aumentar dramatismo, casi como si estuviera guionado, se desploma en el intervalo entre una mesa de examen y otra, en pleno cursillo de ingreso, semanas antes de empezar el nuevo ciclo lectivo. El año empieza, entonces, sesgado por un sinfín de condicionamientos que lejos de colaborar a la inclusión educativa aumenta considerablemente la posibilidad de deserción.

Entre los principales perjudicados en este sentido se encuentran los estudiantes que vienen desde otras provincias, quienes hasta la semana pasada no tenían mayores certezas acerca de cómo y cuándo  empezarían las clases, lo que implicó que superen esta incertidumbre quienes tenían la posibilidad de afrontar económicamente estos meses.

En estos días se asistió a un retorno a clases en cuotas, una semana empiezan unos, otra semana otros. Algunas clases no empezaron por falta de espacio, otras llegan a dictarse con tranquilidad apenas los primeros minutos porque se solapan dos materias en la misma aula en el mismo horario, y los que corren con menos suerte empiezan una verdadera travesía en busca de espacio; de otras materias no se sabe si se dictan en el primer o en el segundo cuatrimestre. Un primer cuatrimestre que acaso si contará con 2 meses de clases, y la pregunta del millón, ¿qué se hace con el contenido curricular?

En fin, ésta es la realidad que parece "tocarles" vivir, como si todo fuese al azar, como si las medidas y decisiones tomadas a lo largo de esta historia no tuviera sus consecuencias. Como si las medidas y decisiones que hoy se toman en una universidad que se embarca en nuevas y majestuosas construcciones, financiadas con fondos para nada dudosos, y realizadas por empresas que al menos despiertan sospechas, no tuvieran consecuencias a futuro.

Con una mirada en exceso optimista se puede pensar que el hecho de que se caiga un techo invita a mirar hacia arriba sin limitaciones, que el hecho de que se desplome la única construcción noventera, permite empezar de nuevo sin el fantasma de aquella década. Qué pena no poder tener esa mirada. Sólo bastan unos minutos de recorrido por el predio de esta facultad para ver cómo se devora en segundos las caras expectantes de quienes empiezan su primer año universitario, para darse cuenta de lo poco optimistas que se puede ser y de lo adormecidos que se está.