Trabajadores de prensa: hablemos de despidos

Fotografía de Ignacio López Isasmendi

Los trabajadores de prensa contamos despidos, problemáticas sociales, precarizaciones laborales, experiencias organizacionales, acciones legales. No solemos hablar en primera persona porque, aunque muchos ya hayamos abandonado la discusión sobre la objetividad, sabemos que alguna distancia tenemos que poner con lo que contamos. Nos impactan esas realidades que comunicamos, nos atraviesan y ponen en juego nuestras subjetividades y nuestros compromisos; claro que sí, pero generalmente son de otros. Los trabajadores de prensa somos despedidos, maltratados, precarizados. No siempre nos organizamos y muy pocas veces iniciamos y sostenemos acciones legales. Hay que seguir trabajando. Son pocos los medios, sobre todo en Tucumán, donde podemos trabajar.

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“El dolor más grande es el día que te quedás en tu casa y te das cuenta que ya no tenés nada”, dice Romina Abraham. Romina es una trabajadora de prensa y suelta esa frase mientras habla de su experiencia al ser despedida de LV7 hace ya más de un año. LV7, una de las radios más importantes de la provincia, fue noticia en mayo del 2015 cuando se produjo el despido de más de una veintena de trabajadores. “Lo que más nos dolió fue la manera. No el despido en sí mismo, porque uno entiende que a veces hay problemas para sostener un medio, pero nos llegaron a negar como trabajadores”, cuenta esta comunicadora que trabajó cinco años para la empresa. Tras cinco años, se enteró de que no podía ingresar a su lugar de trabajo porque su nombre figuraba en una especie de lista negra. Más tarde, algunos trabajadores pidieron de manera formal que la empresa se expida sobre la situación laboral en la que se encontraban. La respuesta de la empresa fue la negación de la relación como empleadores y empleados.

Pero en cinco años las cosas no siempre fueron igual. “La radio le pertenece a Luis Pericás”, cuenta Lucrecia Rojo, otra de las ex empleadas de LV7. “Cuando yo entro la radio fue arrendada al mismo dueño de LV12. En un momento se vence el arrendamiento y entra (Roberto) Sumbay”, explica recordando la época en la que, si bien no estaban completamente en blanco, existían ciertos beneficios reconocidos como derechos. Una prepaga, un pago adicional como horas extras cuando se trabajaba los fines de semanas. “Hubo un problema entre Sumbay y Pericás y en ese momento conflictivo Luis Pericás trae a la radio la productora de Pereyra Colombano. Ahí es cuando empieza el verdadero caos”, relata Lucrecia. El ingreso de esta productora marcó para los empleados un punto de inflexión. Los pagos, de acuerdo a lo que cuentan, se empezaron a retrasar. La figura de a quién recurrir ante estas situaciones estaba cada vez más desdibujada. “Cuando estaba Sumbay, nosotros sabíamos que él estaba al frente de la radio; íbamos y lo encarábamos y alguna respuesta o plazo obteníamos. Con los Pereyra Colombano nadie se hacía cargo de la radio”, explica y sostiene que ante la ausencia de Luis Pericás, la productora argumentaba que eran ajenos a la radio ya que solo pagaban el espacio de su programa. “Esto era mentira”, dice contundentemente Lucrecia”.

El retraso en los pagos. Un primer despido de doce personas que por la intervención de los tres gremios involucrados (gremio de prensa, de locutores y de operadores técnicos) fueron reincorporados. Un segundo despido, un mes después y sin explicación ni indemnización, esta vez de más de 20 empleados. Habían ya razones de sobra para llevar adelante medidas de fuerza en reclamo de los derechos vulnerados de los trabajadores. Asambleas diarias y quite de colaboración fueron las medidas tomadas pero que no se sentían demasiado porque la programación de la radio no se veía muy alterada. “Los Pereyra Colombano acomodaron su gente a lo largo de la programación de la radio de manera tal que los quites de colaboración como medida de protesta quedaba desdibujada, porque todo el tiempo había quien reemplazaba a los trabajadores de la radio”, cuenta Lucrecia. “Ellos siempre tenían a otro que les hacía el programa”, agrega y recuerda la presión, el maltrato y el hostigamiento constante bajo la amenaza de “si no te gusta y querés protestar, andate”.

A diferencia de Romina, Lucrecia no fue despedida. “Yo quedo del lado de adentro pero quedo marcada”, dice y describe la tensión del lugar en el que le había sido tan grato trabajar hasta hacía tan poco. “No solo no me pagaban sino que era tenso, cuando pasabas por los pasillos la gente se callaba, porque sabían que mi grupo estaba afuera. Trabajaba bajo amenaza”, sostiene. La amenaza era dejarla sin trabajo. “Yo decía, pero a mí no me están pagando, y ellos me respondían, entonces te vas y buscamos a otra persona” y sin animarse a decirlo, Lucrecia pensaba: “otra persona a la que tampoco le van a pagar”. De hecho, comenta Lucrecia, es lo que sucedió. La persona que entró en su lugar trabajó tres meses sin cobrar ni un solo día. Cansada de tanto maltrato, Lucky, como la conocen sus afectos, decidió asesorarse con un abogado y mandó una carta documento pidiendo que la contraten y ‘blanqueen’ su condición laboral en el plazo de 30 días. Su asesor legal le dijo que si la empresa no lo hacía debía considerarse despedida. Efectivamente, fue lo que sucedió.

Romina, que le había tocado quedarse del lado de afuera, seguía yendo cada día y participaba de las asambleas. Pero el tiempo pasó y el gasto diario para sostener la asistencia a un lugar en el que, literalmente, le había cerrado la puerta terminó por desgastarla física y emocionalmente. “Sentís como un desgarro adentro tuyo. Es que te arrancan de tu lugar. Pero la seguís peleando y un día te das cuenta que no van a cambiar su postura y no podés seguir gastando tu dinero para estar en la puerta”. A ese momento le sigue “quedarse en la casa”, como dijera Romina. Sentir que no hay nada más por hacer. Sin embargo, Romina, Lucrecia y otros ex compañeros de trabajos decidieron iniciar acciones legales. Hoy, casi un año después, las acciones legales continúan y, aunque saben que los procesos judiciales son largos, no se han resignado y sostienen esa decisión. “Algo tenemos que hacer. La situación de los trabajadores de prensa tiene que cambiar”, dicen con firmeza. “En la radio, el año pasado fue esto lo que pasó; este año sigue pasando y qué, ¿vamos a esperar que el año que viene vuelva a pasar?”, se pregunta Romina. “De alguna manera le tenemos que decir basta a estas personas que vienen haciendo esto hace muchísimo tiempo”, sentencia Lucrecia.

Ellas encontraron en el camino legal la forma de decir basta. Siguen trabajando. Siguen contando historias de otros. Pero también cuentan sus propias historias de precarización, de maltrato y de lucha. Un año después nada cambió y todo parece haber empeorado. El mes pasado se supo que la deuda a los pocos trabajadores que continuaron prestando servicio había ascendido a cinco meses. Los meses se van acumulando paulatinamente. Se paga en partes, unos meses sí, otros quince días después, otros meses no, otros quince días quedan en el olvido. Un mecanismo que tiene más de perverso que de buenas intenciones. Una manera de mantener empleados al servicio de la comunicación que cuentan historias de otros y no las propias. Porque uno de los principios de todo buen comunicador es no ser autoreferencial. Aunque a veces, la autoreferencialidad es necesaria porque hay derechos vulnerados. Es imprescindible porque un periodista, un comunicador, un trabajador de prensa, no puede ser una caja vacía (o vaciada) que hace de eco para otros.