Hacerle frente al hambre

Fotografía cortesía de Cocina Comunitaria Mujeres Luchadoras de Calpini

“Hacían dos días que los chicos no comían nada”, resume Natalia el motivo que llevó a la organización de las familias del barrio Calpini para garantizar un plato de comida. Una realidad que golpea a los sectores vulnerables y de la que poco de habla. La gente tiene hambre, los niños tienen hambre y el dinero no alcanza. Hace un año las políticas neoliberales del gobierno nacional y la consecuente inflación comenzaron a golpear el bolsillo de los barrios pobres del país, y uno de estos fue el Calpini. Para las familias cada día se convertía un desafío asegurar las cuatro comidas diarias, principalmente en los niños. Padres sin comer un día completo para poner en la mesa, aunque sea, una taza de mate cocido para sus hijos. Los meses agudizaron la situación y la organización fue la solución más próxima. Tras conformarse una mesa de gestión, los taficeños del Calpini decidieron generar un fondo común que les permitiera asegurar la olla. “Pongamos un poco cada familia, nos juntemos y cocinemos para todos”, dijeron aquel día. Así nació la Cocina Comunitaria Mujeres Luchadoras de Calpini: un nombre para nada casual, sino el reflejo del trabajo y esfuerzo que realiza cada mujer dentro del espacio.

La cocina comunitaria funciona en una vieja escuela que se trasladó debido al peligro de derrumbe que tiene en un sector de las aulas, porque en las inmediaciones del local se extiende el arroyo La Esperanza que cada verano se lleva un poco más del barrio. “Antes los chicos estaban sin comer, pero ahora con la cocina ya logramos mejorar un poco la situación”, agrega Natalia. Hoy son nueve las familias que integran la cocina, pero durante el verano llegan a ser más de veinte. Es que para entonces la temporada de cosecha del limón terminó y, junto a ella, la principal fuente de ingreso de estos tucumanos.

La organización es la base para mantener activo el espacio, y eso se puede ver cada viernes cuando el grupo de mujeres se reúne a planificar las actividades de la semana siguiente. Todas reunidas en una larga mesa, hacen cuentas y arman el menú que llegará a las mesas de cada hogar. Porque la comida se come en casa, en ese momento en el que todos se reúnen a compartir y que debe perdurar a pesar de las circunstancias. Cada día de la semana tiene una responsable de preparar la comida y el resto debe ayudar. “Imagínate que una sola tenga que pelar dos bolsas de papa”, cuenta Natalia entre risas y resalta que por día se cocina para más de 100 personas. “Hay chicas que vienen y ayudan, no importan si les toca o no cocinar ese día, lo importante es que se pueda cocinar y todos puedan tener su plato de comida”, agrega.

Los gastos diarios para la olla salen del aporte económico que realiza cada familia y, desde hace unos meses, se complementa con las donaciones que llegan por vecinos, el gobierno provincial y el municipal. “Ahora estamos poniendo 350 pesos por semana para poder comprar la carne, que es lo más caro y sigue aumentando cada semana. Yo tengo una familia numerosa, somos nueve en la casa, y gastaba 350 pesos para cocinar en un día. Ahora gasto eso para que comamos de lunes a viernes”, sostiene Natalia.

Una vez que la cocina estuvo en marcha, las mujeres no se quedaron de brazos cruzados. Con su trabajo estaba garantizado el almuerzo y se propusieron como meta ir por la merienda. Los lunes, miércoles y viernes llegan al barrio voluntarios del Movimiento Barrio de Pie para llevar la merienda a las familias. Pero ¿qué pasaba los martes y jueves? Los chicos pocas veces merendaban y fue motivo suficiente para hacer un bolsillo para comprar lo que hacía falta. “Ahora no se siente que un chico no haya comido en el día. Porque si hay algún niño que su mamá no participa en la cocina, igual puede comer aquí. No se mezquina nada. Hay veces que una familia no tiene para aportar para comprar la carne y la verdura. Y ante eso siempre tenemos un ahorro de plata que nos va quedando para poder cubrir las necesidades y no le falte la comida a nadie.”, recalca Natalia.

Los vecinos del barrio Calpini se organizaron para hacerle frente al hambre y así descubrieron muchas cosas. “Antes no sabíamos qué necesidad tenía cada familia. Antes si vos no tenías para cocinarle a tus hijos todo quedaba en tu casa, pero ahora está la cocina y entre todos nos ayudamos”, dice Natalia y afirma que la olla hoy está asegurada y seguirá así mientras los vecinos sigan unidos bajo los lazos de la solidaridad.