Paula sigue buscando un gesto cómplice de su cuñado, dos años después

Fotografía de Elena Nicolay

La última noche en que Paula Villagrán vio a su cuñado Ariano Biza supo que algo no andaba bien. Al momento de ingresar a la Brigada Norte para dejarle la cena vio que el joven estaba siendo regañado por policías. Cuando los agentes repararon en ella se inquietaron. 

- ¿Qué necesita?- le preguntaron, alterados.

- Vengo a dejarle unas cosas a Ariano porque nadie pudo venir a verlo.

- Bueno, bueno, déjeme las cosas y retírese porque a esta hora no puede estar acá.

Ariano le hizo un gesto cómplice a su cuñada. Un gesto tranquilizador. Un gesto cansado con el que parecía asegurarle que todo iba a estar bien. Pero ella sabía que la situación era tensa. 

Por orden de la fiscala María del Carmen Reuter, Ariano debía ser liberado al día siguiente. Pero esa mañana las rejas de las celdas no se abrieron, ni siquiera cuando se inició el incendio que provocó la muerte de Biza y de Emanuel Gallardo. Ese 29 de junio de 2015, la Brigada Norte de Tucumán ardió. A partir de las declaraciones de los testigos surgieron dos hipótesis respecto de las causas del siniestro: que el fuego comenzó a partir de un pedazo de goma espuma encendido que habría sido arrojado por los agentes al interior de la celda y que prendió un colchón; o que lo iniciaron los propios detenidos mientras protestaban por las malas condiciones de reclusión. “Más allá de lo que haya sucedido, acá lo importante era salvar vidas”, dice Paula. Al día de hoy no hay ningún imputado por este hecho y la causa avanza a paso lento.

Paula conoció la noticia cuando volvía de trabajar, al mediodía. Supo que en la Brigada se había registrado un incendio mientras veía un noticiero local. No daban nombres. No había más detalles. Salió con lo que tenían puesto hasta Yerba Buena, donde se encuentra la seccional. “Cuando llegamos, la Brigada estaba cerrada y había una barricada de policías. Preguntamos por Ariano y nos mandaron a buscarlo al hospital Carillo, pero allí nos dijeron que nunca había ingresado”, cuenta Paula. Fueron de hospital en hospital sin mucha información. Averiguaron en el hospital Padilla, en el Centro de Salud. Entre tantas vueltas, Paula decidió ir a la morgue.

Cuando llegamos a la Brigada nos trataron como perros y nos mandaron de hospital en hospital cuando ellos sabían que Ariano estaba muerto. Porque de ahí lo sacaron muerto
— Paula Villagrán

“Lo siento mucho, ingresó aquí hace como dos horas”, le dijeron allí cuando preguntó por su hermano. “Una falta de respeto total desde el primer momento porque cuando llegamos a la Brigada nos trataron como perros y nos mandaron de hospital en hospital cuando ellos sabían que Ariano estaba muerto. Porque de ahí lo sacaron muerto”, comenta la mujer, quien se ocupó de limpiar el cuerpo. Tanto el cadáver de Ariano como el de Emanuel estaban cómo los habían dejado: “todo sucios y ensangrentados. Imaginate en el estado de uno tener que limpiar el cuerpo. Fue dolorosísimo. Encima nosotros hemos tenido que salir a buscar gasas y algodones porque ellos no te daban nada. Yo no sé si siempre es así, yo no tengo por qué saber cómo limpiar un cuerpo. Eran las 23 de un lunes (y estábamos) buscando los elementos para limpiar”.

Esa mañana la Brigada había estado a cargo del subcomisario Daniel Cuellar. Fue él quien debió dar la orden de abrir las celdas al momento del incendio. Orden que nunca llegó. Según las declaraciones de Paula, desde la Policía señalaron que los candados quedaron fundidos por el fuego. En el caso de ser cierto, este dato demostraría que pasó mucho tiempo sin que se asistiera a los presos. Por eso las familias de las víctimas exigen al fiscal Washington Navarro Dávila la imputación de alrededor de quince policías.

La autopsia comprobó que Ariano falleció por asfixia y envenenamiento al aspirar el humo de la goma espuma quemada. Cabe aclarar que al momento del hecho, Ariano tenía una costilla fisurada y la nariz quebrada a causa de una golpiza, según consta en un informe del Centro de Salud. “Ariano no podía respirar bien porque la costilla le daba en el pulmón y tenía quebrada la nariz. Eso facilitó la asfixia. Y con el humo muy fuerte todos se tiraron al suelo, donde quedaba algo de oxígeno. Se tiraron unos arriba de otros. Ariano quedó abajo y eso propició su muerte. Todo esto fue porque nunca le abrieron las celdas”.

Dolor. Bronca. Impotencia ante tanta impunidad. Eso llevó a las familias Biza y Gallardo a unir sus fuerzas para enfrentarse a la policía, una de las instituciones más poderosas del Estado, a dos años de sus muertes. “La persecución policial está en los barrios pobres, sean o no sean responsables de un delito. A los hermanos de Ariano los alzaban en cualquier lado y se ensañaban con ellos. Esto nosotros lo tomamos como una venganza. Ellos conocían a Ariano y a Emanuel”, dice Paula, y manifiesta que la pelea que más la ha marcado hasta ahora fue la de la familia de Ismael Lucena. “En estos años me quedó en claro que la lucha sirve. Que sí se puede lograr una condena ejemplar y que paguen por lo que hicieron. Estos dos años fueron muy duros porque la ausencia de Ariano se nota todos los días. Tenía 22 años y toda su vida por delante. Pero hay que seguir y no bajar los brazos. Hoy ya no tengo miedo”.

Con una sonrisa. Así recuerda Paula a su cuñado y así se llena de fuerzas para buscar justicia. Por eso marcharon el jueves pasado frente a los tribunales penales. Por eso se organizan con otras víctimas de la brutalidad policial y piden que se condene a los culpables. Por eso salen de sus casas para mostrar la realidad en los barrios más vulnerables, donde muchas veces los jóvenes son perseguidos por agentes policiales. Donde las contravenciones son el comodín para la impunidad. Donde arde la memoria de Ariano Biza y Emanuel Gallardo.