Toda una vida viéndote crecer

Treinta años de trabajo. Treinta años de crear una rutina, de madrugar y salir a la calle a enfrentar el día. Treinta años de construir un futuro. Lo que viene después es la utopía de un merecido descanso por haber dedicado una vida entera a la producción, a la educación, al servicio, a la construcción de un país.

Trabajar para la jubilación es un pacto social: un promedio de 62.400 horas de vida dedicadas a construir un futuro. Jubilarse es la promesa de un descanso, la recompensa por décadas de trabajo y de aporte a la sociedad. Sin embargo, para muchos jubilados esta promesa hoy es una realidad distante.

La situación actual ha empujado a miles de jubilados y jubiladas en el país, a una lucha diaria por la subsistencia. La jubilación mínima, complementada con bonos, apenas cubre un porcentaje de la canasta básica. El desfinanciamiento del sistema de salud y las restricciones en la cobertura de medicamentos los obligan a elegir entre comer o medicarse. Una significativa pérdida de derechos básicos, sumada a la pérdida de poder adquisitivo, pone en jaque la dignidad de los adultos mayores.

A pesar de haber cumplido con su parte del contrato social, el poder adquisitivo jubilatorio se pulveriza mes a mes, carcomido por una política liberal que deja de lado a quienes no pueden ser funcionales a un sistema de enriquecimiento individual. 

20 de septiembre: Día del Jubilado 

La organización colectiva se ha vuelto la única vía posible para este sector, que enfrenta la vulneración de sus derechos desde hace décadas. Ya durante los 90 Norma Plá marchaba en las plazas del Gran Buenos Aires para exigir una jubilación mínima digna. Desde el comienzo del gobierno de Javier Milei, la asistencia a las plazas los miércoles en distintos puntos del país, ha sido casi perfecta. 

Los jubilados no marchan por una limosna, sino para reclamar la dignidad que las cifras les han arrebatado. Mientras una jubilación mínima es de $204.445, una canasta básica exige casi un 50% más. En cada paso, en cada pancarta, llevan el peso de una vida de esfuerzo y el grito silenciado de una vejez que merece paz. Su resistencia es una prueba de que el espíritu humano, cuando es amenazado, siempre encuentra el camino para levantarse y luchar. 

Es fácil olvidar que detrás de cada dato estadístico hay una historia de vida, un hombre o una mujer que contribuyó a la sociedad y que ahora se siente abandonado. La resistencia siempre está en las calles, aun cuando los bastones no son suficientes para mantenerse en pie frente a los gases lacrimógenos, ni los carteles tienen la fuerza de los escudos. Todos somos jubilados, solo es cuestión de tiempo.

Fotos: Alejandro Sarmiento