No pudieron suspender las audiencias

Como si 36 años de espera no fueran suficientes

Francisco Díaz y las fotografías de sus hijos | Por Bruno Cerimele
Francisco Díaz y las fotografías de sus hijos | Por Bruno Cerimele

La Lic. Fabiana Rousseaux, Directora del Centro Ulloa de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, ya había sido llamada a declarar. Estaba sentada frente al Tribunal y éste ya se disponía a tomarle juramento. En su condición de testigo experta, Rousseaux hablaría de los efectos psicosociales del terrorismo de Estado y de la práctica de desaparición forzada de personas. Todo parecía indicar que la audiencia del jueves 14 iba a empezar con “normalidad”.

Con todo dispuesto, uno de los defensores pidió la palabra y habló por casi media hora. A lo largo de su exposición dio a entender que Marcelo Omar Godoy se encontraba en pésimas condiciones de atención en Ezeiza por lo que su salud estaba considerablemente desmejorada. Basado en esto el defensor planteó que el imputado debía ser separado o que, en caso contrario, se suspendiera la audiencia. Lo sucedido ocasionó las molestias de toda la audiencia y el repudio por parte de los miembros del Ministerio Público Fiscal y de los abogados querellantes.

Las estrategias dilatorias empleadas por la defensa no terminaron allí. A continuación los defensores oficiales plantearon una recusación a la decisión de trasladar a Luis Orlando Varela a Ezeiza alegando que se vulneró el derecho de autonomía del imputado. Ante estos retrasos el Tribunal quiso continuar con la declaración de la licenciada Rousseaux para luego resolver sobre los pedidos de los defensores, pero estos últimos se opusieron rotundamente por lo que se pasó a un cuarto intermedio.

Siendo ya las 12.45 h se reanudó la audiencia y las resoluciones fueron: No hacer lugar al pedido de separación de Godoy ya que, según comunicó el médico forense, las condiciones que determinaron su traslado no habían variado. Por lo tanto tampoco se hizo lugar al pedido de suspensión de la audiencia. También se explicó que el traslado de Varela no vulnera sus derechos y no implica coacción sobre su salud. Acto seguido, y debido a la hora, se pasó nuevamente a un cuarto intermedio hasta 15 h.

Todas estas dilaciones, que forman parte de una estrategia sistemática de quienes ejercen la defensa de los imputados en la Megacausa, imposibilitaron que la testigo experta declarara por lo que su testimonio deberá ser reprogramado, posiblemente para el mes de marzo.

Pero como si todo esto fuera poco, como si 36 años de espera no fueran suficientes, como si una mañana sin testimonios no hubiera alcanzado, cuando la audiencia estuvo a punto de reanudarse la abogada defensora Julieta Jorrat no solamente no había llegado sino que tampoco avisó que estaba retrasada. Las excusas que esgrimió fueron problemas personales y la distancia existente entre el edificio del Tribunal y su domicilio. En una mañana en la que aparentemente no había pasado nada lo que ocurrió fue que estos señores, algunos de ellos ya condenados en otras causas, siguen queriendo avasallar los derechos de los demás y quebrantar voluntades.

“Eran compañeros de celda, cómo quiere que les diga”

Entre los primeros testigos en declarar estuvieron Ricardo Aroldo Coman, Ramón Antonio Comán y Felipe López. Todos ellos fueron vecinos de Villa Carmela y fueron secuestrados y torturados en Jefatura de Policía.

En sus testimonios dejaron claro que fueron sometidos a cruentas torturas. Algunos de ellos identificaron a Roberto Heriberto Albornoz como uno de los torturadores y no solo se encontraron en el mismo Centro Clandestino de Detención (CCD), sino que estuvieron con Pascual Suárez, Galeano y Santillán.

Las preguntas de Julieta Jorrat giraron en torno a culpabilizar a las víctimas y revictimizarlas, incluso en un momento pidió que uno de ellos describiera dónde le colocaron las picanas. Este tipo de interrogatorio por parte de la abogada se han hecho ya moneda corriente en las audiencias y reivindican una y otra vez la vieja teoría de los dos demonios, teoría que casi 30 años de democracia y profundas investigaciones han demostrado que no puede seguirse sosteniendo. Cuestionó por ejemplo por qué Ricardo Coman se refería a los otros detenidos como “compañeros” a lo que el testigo respondió con naturalidad: “Eran compañeros de celda, cómo quiere que les diga”

Estos testimonios hablaron del temor que incluso hasta el día de hoy les produce declarar y contar lo vivido durante sus secuestros. “Yo callé tantos años, me decían que no tenía que hablar porque habían represalias” dijo Ramón Camon. “Todavía tengo pánico, tengo temor” fueron las palabras de Ricardo. Sin lugar a dudas las dilaciones que la defensa provoca apuntan a amedrentar a los testigos, hacerlos desistir de su presencia frente al tribunal, pero no tienen en cuenta que ellos están allí a pesar de sus miedos porque ya los callaron por mucho tiempo y necesitan contar el horror que les hicieron vivir.

“El día que desapareció mi padre, desapareció mi familia”

Enrique Aurelio Campos había sido elegido intendente de Aguaray en la provincia de Salta. Su compromiso social y su asociación política al entonces gobernador Ragone le significaron una fuerte persecución en su pueblo natal por lo que tuvo que huir a Tucumán. En esta provincia se instaló junto a su esposa y sus cinco hijos, pero en junio de 1977 salió de su casa y no regresó nunca más.

Oscar Zenón Campo (hermano), Lelia Gómez (esposa) y Licia Campos fueron los tres testigos citados por su causa. Cada uno de ellos habló de su grandeza como hombre, de sus convicciones de justicia social y su compromiso con un mundo más justo.

Lelia contó, sin escatimar detalles, todo lo que vivió después de que Enrique desapareció. Cómo consiguió que su madre se llevara a cuatro de sus hijos a Salta, cómo ella escapó en medio de los cañaverales con su hija más pequeña en brazos, cómo dedicó su vida a buscar a su marido teniendo que vivir en la clandestinidad separada de sus hijos. “Mi suegro se murió yendo todos los días al juzgado a ver si alguien le decía algo” dijo Lelia sosteniendo con fuerza una foto de Enrique Campos.

Cuando Licia Campos, una de las hijas de Enrique, afirmó que su familia entera había desaparecido explicó por qué ella lo vivió así. Su madre tuvo que vivir escondida, sus hermanos habían sido separados en busca de preservar sus vidas, los vecinos no querían hablar con ellos por temor. Esta joven mujer se dedicó a buscar a su padre, reconstruyó como un rompecabezas la historia, recorrió los lugares que apenas recordaba en Tucumán y hoy tiene la seguridad que don Enrique es un detenido desaparecido. Todas las semanas llega hasta esta provincia para seguir el juicio. Antes de retirarse le dijo al tribunal y a todos los presentes que está dispuesta a aportar todo lo que consiguió gracias a una vida dedicada a investigar lo que sucedió durante el terrorismo de Estado.

“Los únicos terroristas eran ustedes”

El viernes 15 de febrero un anciano de 90 años fue el primero en declarar. Francisco Rafael Díaz se sentó frente al Tribunal y contó cómo fueron sus secuestros, sus torturas y su dolor como padre de desaparecidos. Su hijo, que llevaba su mismo nombre, su hija y su yerno también fueron secuestrados y no supo nada más de ellos.

En su primera detención fue llevado a la Jefatura de Policía donde vio a Roberto Albornoz. Más adelante fue nuevamente secuestrado y estuvo en la Escuela de Educación Física. Allí escuchó voces con tonadas cordobesa, rosarina y formoseña. Don Díaz, como lo llaman sus conocidos, fue dirigente gremial y presidente vecinal. Afirmó que su trabajo y su compromiso “ofendió a ciertos sectores”, dejando claro que entiende que esa fue la razón por la que lo detuvieron y lo torturaron. Pero tiene claro también que eso no justifica lo que le hicieron a él y a sus hijos. “Me dijeron que yo era terrorista, pero los únicos terroristas eran ustedes que asesinaban, torturaban, robaban”

En su declaración dio testimonio directo de cómo funcionaban las estrategias utilizadas por las fuerzas armadas para sembrar el terror y legitimar su accionar. Contó que en una de sus detenciones vio a dos jovencitos, uno era técnico mecánico y el otro técnico automotor. Que los vio golpeados a más no poder, totalmente debilitados, incapaces de ofrecer resistencia. Cuando fue liberado leyó un titular de “La Gaceta” que afirmaba que habían sido abatidos en un enfrentamiento dos peligrosos terroristas, que resultaron ser aquellos jóvenes que había visto anteriormente. “Eso no fue un enfrentamiento, fue un asesinato a sangre fría” dijo con firmeza don Díaz.

Francisco Rafael Díaz (h) fue secuestrado por última vez cuando volvía del Colegio Nacional. Juan Carlos Díaz, hermano menor de este, alcanzó a ver los vehículos que se lo llevaron y fue corriendo hasta el lugar. Allí encontró un zapato de su hermano y un cargador. Ese cargador fue presentado como prueba ante el juez Manlio Martínez pero “la cambiaron por una lata” dijeron en sus respectivos testimonios Juan Carlos y Don Francisco.

A pesar de todo, el juicio avanza

Habiendo empezado la semana de manera tan irregular, fueron 15 los testigos que pasaron durante las dos jornadas. Juan Carlos Díaz Santucho fue uno de ellos. Un jujeño que venía a Tucumán con la posibilidad de conseguir un trabajo fue detenido el 16 de abril de 1976 y liberado el 24 de enero de 1977. Fue interrogado bajo tortura, le preguntaron una y otra vez por su tío que había sido militante del ERP –Ejército Revolucionario del Pueblo. Durante su prolongado cautiverio tuvo oportunidad de conocer a Máximo Jarolavsky, Leandro Fote, Constanza Díaz e Irene Socorro González, entre otros secuestrados que compartieron celdas con él. También fue torturado por Roberto Albornoz, dijo que Jodar lo amenazó para que hablara y señaló a Arrechea y a Zimermann como unos de los principales referentes, el primero de la Brigada y el segundo de Jefatura.

Otro de los testigos que prestó declaración fue Alberto Luis Gallardo, secuestrado en reiteradas ocasiones, acusado de ser uno de los responsables del atentado al avión Hércules. En su primer secuestro, en agosto de 1975, fue llevado con uno de sus hijos a quien le quebraron un dedo y los liberaron juntos. En aquel momento golpearon a toda su familia incluso al menor de 10 años.

En su declaración dio detalles de cómo asesinaba el genocida Antonio Domingo Bussi. Estuvo detenido en la Escuelita de Famaillá, en la Jefatura de Policía y en Arsenal Miguel de Azcuénaga.  Afirmó que está vivo por una equivocación del personal que debía trasladarlo, ocasión que le permitió huir hacia el norte del país pudiendo cruzar la frontera con Bolivia. En este cometido fue ayudado por Virginia Mercedes Romano que también se presentó como testigo el día viernes 15 de febrero.

Salvador Iovanne, Luis Fernando Monti y Julio José Juárez fueron los testigos presentados por el caso de Carlos Antonio Soto. Carlos murió en el año 2009 y su muerte tiene directa relación con las secuelas que le produjeron las torturas a las que fue sometido. Este es uno de esos casos en los que el punto final biológico de las víctimas deja el sinsabor de la injusticia.

Juan Antonio Fote es otro sobreviviente del terrorismo de Estado que se presentó a declarar el viernes pasado. Su hermano, Fortunato Leandro Fote, continúa desaparecido. Mientras Juan estuvo secuestrado pudo ver a Escobar, Lazo, Rodríguez, a los hermanos Romero y supo de la veintena de desaparecidos en San José. Señaló sin dudar a Roberto Albornoz y a Hugo Albornoz, separado de esta Megacausa, así también al sargento Pérez, al oficial Sánchez y a Quintana.

Juan aportó nombres de las personas que vio en la Escuelita de Famaillá entre las que mencionó a Socorro González y a Norma Natividad González.

Si bien no declararon todos los testigos previstos, los que pudieron hacerlo demostraron una vez más que, aunque se continúe obstaculizando todo, el juicio sigue adelante. Ya no solo se valora que haya empezado, sino que se avance en un camino de reconstrucción con Verdad y con Justicia. Esa Verdad y esa Justicia buscadas por cientos de familiares y amigos que no permitieron que mentiras como “están paseando por Europa” se instalen en el vacío que quisieron producir.  A los 30.000 desaparecidos se los llevaron, pero sus ausencias se llenaron de presencias. Los mataron, y ni así pudieron desaparecerlos de la memoria. Hoy el tejido social se va reconstruyendo de a poco y ellos están más presentes que nunca.

Gabriela Cruz

gcruz@colectivolapalta.com.ar