Testimonios que duelen

La Megacausa conocida como Jefatura II Arsenales II tiene como ejes los dos Centros Clandestinos de Detención (CCD), Jefatura de Policía y Arsenal Miguel de Azcuénaga. Como ya varios testigos lo confirmaron, “Jefatura” era un lugar de paso. Allí se les asignaban los números a las personas secuestradas, allí empezaban a perder su nombre. De allí eran luego trasladados, ya sea a otro CCD (Escuela Miguel Rojas de Famaillá, Escuela de Educación Física, Ingenio Nueva Baviera, entre otros) o al Arsenal, que además de ser un lugar de interrogatorios y las más cruentas torturas, era un centro de exterminio. Los testimonios que dan cuenta de la manera en que allí se asesinaba han sido numerosos. Las fosas circulares cavadas por las mismas víctimas, los detenidos de rodillas, torturados frente a ellas, el disparo inicial dado por Antonio Domingo Busi, los  cuerpos dentro de las fosas rociados con aceite e incinerados, para luego ser tapados, enterrados y dejados en el olvido. Desaparecidos.

Los testigos describen lo que vivieron con las palabras que encuentran y, cuando no las  encuentran, gesticulan, indican. “Las pestañas de mi marido eran ‘así’, era una cosa que él veía con la punta de ‘ahí’, porque todo esto estaba vendado, la cabeza de él era ‘así’, ‘así’ la espalda de él de los palos que le han dado”, decía Juana Ángela Gómez de Tártalo. Esta mujer que recién está aprendiendo a leer y escribir, se sentó frente al tribunal y habló sobre las dos detenciones de Manuel Antonio Tártalo.

La primera vez que se llevaron a Manuel fue en el año 1975, antes de efectuarse el golpe de Estado. Esa noche, según contó Juana, secuestraron a varios obreros del Ingenio San Juan entre los que se encontraban Juan Carlos Trejo, Armando Giménez, dos integrantes de la familia Gramajo, dos de la familia Rocha y dos de los Santillán (padre e hijo). Esa misma noche también se llevaron a Sixto Alderete, pero este fue el único de aquel grupo que no volvió. “Si algún día me vuelven a llevar, ya no voy a volver más”, le había dicho Manuel cuando fue liberado 15 días después del primer secuestro. Y así fue, porque en 1976 fue detenido en su lugar de trabajo, el Ingenio San Juan, delante de sus compañeros. Ese mismo día desaparecieron Juan Carlos Trejo (Fierrito), los dos hermanos Santillán (Raúl César y Carlos Alfredo), Juan de la Cruz, Miguel Jerónimo Herrera, Miguel “Chicho” Tula, Ramón “Bocha” Zárate y Armando Giménez. Juan Manuel Tártalo figura en el “Indice de Declaraciones de Delincuentes Subversivos” con la sigla DF, que indica que su ejecución había sido decidida por la Comunidad Informativa de Inteligencia.

La estrategia de la reprogramación

Oscar Enrique Conte fue citado a declarar el jueves 11 de abril. Estuvo esperando desde las 9 de la mañana hasta que a las 16 horas la defensa pidió que sea reprogramado porque el imputado Omar Godoy no estaba presente en la audiencia. Así se hizo, y Oscar fue citado para el jueves 18 a las 9 de la mañana. Esta vez Omar Godoy, que había sido sometido a una intervención quirúrgica, manifestó que no le interesaba estar presente en la audiencia, que daba su consentimiento para que se tomase declaración testimonial a Conte, y que prefería que se siguiese adelante solo con la defensa técnica (es decir con los defensores oficiales). No obstante, el defensor oficial Galleta exigió un informe médico desde Ezeiza y pidió nuevamente la reprogramación del testigo. Todo condujo a que Oscar Enrique Conte siguiera esperando en una sala contigua, pero cuando el informe médico llegó, llegó también un llamado de atención para el defensor por su evidente intención de dilatar y obstaculizar uno de los testimonios claves en esta megacausa. Y es que Oscar Conte es un sobreviviente que estuvo tanto en Jefatura de Policía como en Arsenal Miguel de Azcuénaga. Su testimonio es la narración de cómo se actuaba en aquel circuito represivo en el que el Arsenal o “Polvorines”, como también lo llamaban, era además de un lugar destinado a la tortura, un centro de exterminio.

"Me metían la cabeza en agua y me pedían elementos subversivos... yo no conocía nada, yo solo vine a comprar una casa en Tucumán", había dicho el testigo en la declaración prestada en el juicio de Jefatura I realizado en el año 2010. Este audio fue reproducido durante la audiencia del jueves por la tarde. Entonces había contado que a él lo detuvieron junto a Marta y a Rolando Coronel, que había venido desde Buenos Aires a comprar una propiedad, que estaba de novio con una prima de Marta y que sintió cuando en el camión mataron, aparentemente ahorcándolo, a su amigo Rolando. “Desde hoy no tenés nombre ni apellido. Sos el número 37", le dijeron en Jefatura, y empezó entonces un calvario que duró 78 días. Le preguntaban si él era Carlos Ponce y le pedían información en los interrogatorios bajo torturas a los que fue sometido.

En el “Arsenal” Oscar vio a Graciela Bustamante de Argañaraz. En Jefatura escuchó que nombraron a José Ariño y vio a María Isabel Giménez. El día que lo liberaron pensaba que lo iban a matar, pero después de aproximadamente 20 días en Arsenal lo volvieron a llevar a Jefatura donde vio en la puerta a una mujer embarazada a la que llamaban “la gorda”.

Libertad vigilada

Cuando Oscar Enrique Conte fue liberado le dijeron que estaba bajo “libertad vigilada”. Lo mismo le dijeron a Nora Montesinos, otra testigo que declaró el viernes y que mantuvieron vigilada tras su liberación. Nora fue llevada después que secuestraran a su esposo, la detuvieron en Salta, allí fue violada y le introdujeron diferentes objetos en su cuerpo. Cuando empezó a contar cómo abusaron de ella el tribunal quiso desalojar la sala, pero fue ella misma quien pidió continuar. Algunos testigos como Nora quieren contar todo, quieren que la gente sepa lo que pasó, no quieren que la palabra “tortura” se vaya “lavando” y que la magnitud del horror se naturalice o se desvanezca.

Montesinos contó que luego fue trasladada a Tucumán, estuvo detenida en Jefatura de Policía donde vio al “Perro” Clemente y a Juan Martín Martín. Durante la libertad vigilada tenía que volver periódicamente a dar cuenta de su paradero, cuando así no lo hizo secuestraron a sus dos hermanos y entonces tuvo que regresar de la ciudad de Mendoza. Nora contó también que sus hermanos son sobrevivientes y que tanto su esposo como su suegra permanecen desaparecidos.

Otro de los testigos sobrevivientes, que sufrió en carne propia el horror de su secuestro y el hostigamiento posterior a su liberación, fue Demetrio Ángel Chamatrópulos. Su extensa declaración de aproximadamente tres horas, prestada en el juicio de Jefatura I, fue reproducida en esta audiencia ya que por su estado de salud no pudo ni podrá estar presente en este juicio. Demetrio era un guarda parque en el Cerro San Javier, estuvo detenido en la Jefatura desde el 5 de mayo de 1977 y fue liberado el 13 de junio de ese año. Recordó con dolor todo lo que le hicieron. “Era una persona llena de vida, ahora soy un invalido por los golpes que recibí”, dijo. Contó como lo persiguieron: “Hasta mucho después de liberado me siguieron vigilando… iban a la noche, vivía con terror”.

A esta altura, ninguna duda cabe de que el sistema represivo funcionó mucho mejor de lo que los mismos genocidas lo habían imaginado. El miedo, el terror, se instaló en todos los rincones. En el cerro, en los ingenios, en las universidades, en las escuelas secundarias, en los sindicatos. No había lugar seguro, las casas, las oficinas, las calles, los caminos, la noche, el día. Todo podía pasar, en cualquier momento, en cualquier lugar.

De recuerdos y olvidos

Nélida del Valle Toledo habló de la desaparición de su hermana “Chichí”, María del Pilar Carmen Toledo, quien fuera secuestrada junto a su novio Juan Carlos Di Lorenzo. Ambos circulaban por la Avenida Independencia en la zona de la Quinta Agronómica. Nélida habló no solamente de su hermana sino también de su compañera y amiga Ana del Corral. Ana fue secuestrada cuando tenía 16 años y fue fusilada en el Arsenal Miguel de Azcuénaga. El relato de Nélida fue el de una mujer que en su adolescencia perdió a dos de sus “hermanas”, la de sangre y la que fuera su amiga y hermana elegida, y a ninguna de las dos volvió a ver.

Antonio Eulogio Cisneros y Alberto Armando Juárez fueron dos policías que prestaron servicio en el Comando Radioeléctrico, o lo que se llamó también División de Tránsito. Ambos testigos dijeron una y otra vez que debido a los años que pasaron no recuerdan demasiado con claridad. Ambos afirmaron que allí no funcionaron “grupos de tarea” y sí recordaron ser compañeros de Ugarte. Lo llamativo es que, según expresó el fiscal Peralta Palma, en el legajo del imputado ese destino no figura. Entre los olvidos estaban los nombres de las personas a cargo de la jefatura, ni siquiera recordaban quién era jefe el día 24 de marzo de 1976, ni dónde prestaban servicios ellos mismos. Ante tamaño olvido, el presidente del tribunal intervino y exhortó a Cisneros a que haga un esfuerzo por recordar el día en que se produjo, nada más y nada menos que el golpe de Estado. Pero nada pudo refrescarles la memoria.

Y es que el pasado que algunos quieren olvidar y otros quieren esconder, a muchos les sigue doliendo. Ese pasado que busca justicia ha impregnado la historia presente y futura, de una u otra manera, de todos de argentinos. Una etapa en este histórico juicio está pronta a cerrarse, la etapa de las declaraciones testimoniales y los casos referidos al ex CCD Jefatura de Policía. Pero se está por abrir otra etapa, quizás más dura, más cruenta pero íntimamente ligada a esta primera. Se trata del centro de detención y exterminio más grande del Noroeste Argentino, el Arsenal Miguel de Azcuénaga. Ahí donde asesinar y desaparecer era moneda corriente.

Gabriela Cruz

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