De espacios y recuerdos

Fotografía de Bruno Cerimele | Agencia Infoto

Fotografía de Bruno Cerimele | Agencia Infoto

La sexta audiencia en sala comenzó pasada las 9.30 de la mañana del martes 4 de noviembre. Un mes antes, mientras declaraba Teresa S., se debió suspender el debate oral y público por los gritos de uno de los imputados y la reacción del hijo de la testigo. Teresa culminó este martes su declaración testimonial y se escucharon a más de una decena de testigos entre ese día y el miércoles 5.

En el penal de Villa Urquiza, según relatan los testigos, existió entre 1975 y 1983 un pabellón destinado para recluir allí a los llamados ‘presos políticos’. El pabellón “E” era conocido también como 'pabellón de la muerte'. Pero en el penal de varones se había improvisado un espacio para la reclusión de mujeres. Los testimonios que se escucharon en audiencias pasadas dieron cuenta de ambos lugares y de lo que en ellos habría ocurrido. Estas narraciones aseguran que el penal de Villa Urquiza, siendo una institución legal, no solo guardaba íntima relación con el circuito clandestino de represión sino que en su interior funcionaba un centro clandestino en el que imperaba la misma lógica de tortura y represión.

“Nosotros, en vez de ser presos legales, pasamos a ser rehenes legales”, dijo Ricardo Daniel Roosdschild. El testigo fue secuestrado en 1975 y después de haber estado en centros clandestinos de detención como la Escuelita de Famaillá, después de haber sufrido las peores torturas imaginables, lo ‘blanquearon’ y lo pusieron a disposición de Poder Ejecutivo Nacional (PEN). Como la mayoría de los sobrevivientes que pasaron por la cárcel de Villa Urquiza, Ricardo estuvo, en un primer momento, en el pabellón al que conocían como ‘encausados’. Un hecho que terminó con la muerte de uno de los presos, José Cayetano Torrente (víctima en esta megacausa), desató el traslado a lo que se conociera como el ‘pabellón de la muerte’.

El hecho en cuestión fue mencionado en las primeras audiencias por el imputado Juan Carlos Medrano, que habló de un motín en el que le habrían quemado parte de su cuerpo. “Estábamos haciendo la fila para que nos sirvan la comida”, empezó la narración Ricardo Roosdschild. La descripción de los hechos coincide con lo que había dicho antes Benito Moya, segundo testigo del día martes. Los testigos afirmaron que entre los reclusos había un ex policía de apellido Córdoba. Que no tenía trato con los demás detenidos y que ese día, mientras se acercaba a recibir su ración, estaba muy nervioso. “Este hombre iba a buscar la comida temblando, yo le digo: ‘déjeme que yo le traigo la comida, y él me dice que no, que deje nomás’”, explicó Benito. Los dos testigos recordaron que Córdoba terminó pateando la olla y su contenido quedó desparramado en el piso. Que inmediatamente Medrano, a cargo del servicio gritó: “Motín”. Y que en contados segundos estuvieron todos los guardias reprimiéndolos. “Para mí esto estaba preparado”, sostuvo Ricardo.

La represión, el desalojo de la celda, los golpes, el recuento de los reclusos frente a un paredón, la ausencia de Torrente y del ex policía después del supuesto motín, el traslado al nuevo pabellón en el que apenas entraba aire y luz por un orificio porque las ventanas estaban soldadas, la extensa mancha de sangre. En todos esos detalles coincidieron los otros sobrevivientes varones. Les dijeron que José Cayetano se había fugado, pero días después supieron que había muerto, algunos afirman que murió desangrado. La versión oficial sostiene que José Cayetano Torrente fue asesinado por uno de los detenidos en medio del supuesto motín. “Cuando nos sacaban de las celdas Torrente iba corriendo cerca mío y García (uno de los celadores imputado en esta megacausa) le dice: ‘no, vos no, vos te quedás acá’”, recordó Ricardo Roosdschild.

El pabellón de mujeres

Al lado de la panadería habría estado el lugar donde tenían alojadas a las detenidas mujeres. Las condiciones en las que se encontraban fueron pormenorizadamente expuestas por Teresa S. hace un mes. Graciela del Valle Achín y Silvia Nélida Nybroe fueron las testigos que corroboraron esos detalles. Hablaron también de dos detenidas en particular. De una mujer embarazada a la que las celadoras señalaban como ‘la loca’. Recordaron que les decían que no se acerquen a ella porque no estaba bien, que tenía un embarazo psicológico. La ‘loca’ era Juana Peralta. Su hijo nació meses después con secuelas de las torturas impartidas en la ‘Escuelita de Famaillá’ y en la que fuera la Escuela Universitaria de Educación Física cuando aún tenía pocos meses de embarazo.

Juana Peralta también declaró como testigo sobreviviente el miércoles 5 por la tarde. “El hijo que llevaba dentro es el que me daba las fuerzas”, dijo en el Tribunal Oral Federal. Su testimonio vino a ampliar lo que ya había contado en el juicio Jefatura II Arsenales. Su fuerza y entereza no se desdibujaron aun cuando los sollozos le quebraban la voz. Pero había otra mujer aislada, más aislada que todas. Y Juana, al igual que las otras sobrevivientes, también supo de ella.

Apenas eran las 14.30 horas la sala de audiencias se desalojó. El protocolo de tratamiento a testigos víctimas de delitos sexuales se aplicó a rajatabla y la testigo que debía declarar lo hizo sin la presencia de los imputados. SN se animó a declarar por primera vez frente a un tribunal y contó que aún hoy vive encerrada. Que no soporta las ventanas abiertas. Que no puede salir a ningún lado. SN estuvo todo el tiempo que duró su secuestro, vendada, encerrada, atada, aislada de todas.

Ella ni siquiera puede reconocer dónde estuvo, los ruidos, el olor a pan que sentía en determinados momentos, algunas conversaciones que escuchó la hacen suponer que era el penal de Villa Urquiza. Eso y el relato de las otras mujeres que aunque no la vieron supieron que allí estaba. Sí, la sacaban: vendada y atada. Vendada y atada, en un colchón en el piso, parió a su hijo producto de las reiteradas violaciones a la que fue sometida en ese lugar. Para eso también la sacaban. Cuando le preguntaron por el sexo de su hijo ella respondió: “Yo lo único que sentí fue el llanto. Hasta hoy siento que es un varón”. Al poco tiempo la liberaron, sola, en la calle la confundieron con una interna del Instituto Nuestra Señora del Carmen. SN recuperó su libertad y quizás ahora pueda empezar a reconstruir su vida.

Todos dieron los nombres de los torturadores. Hay quienes se atreven a desestimar las torturas infringidas en el penal porque no fueron de la magnitud ni la atrocidad que en los centros clandestinos. Violaciones, golpizas, comida escasa y eventual de la que se llegó a sacar trapos sucios o donde las pezuñas de las vacas conservaban hasta los pelos. Baños forzados con agua fría en pleno invierno, perros que les lanzaban para que los muerdan y los lastimen. Hay quienes, como la abogada defensora Gloria Hansen, que tras escuchar a los sobrevivientes hablar de las torturas en la Jefatura de Policía, en la ‘Escuelita de Famaillá’ o en otros lugares similares, les pregunta a los testigos si en el penal recibían ese tipo de torturas. Como intentando desestimar los tormentos ejercidos en Villa Urquiza.

Más de 15 testigos declararon entre martes y miércoles. Se espera que este martes 11 y miércoles 12 den su testimonio otros tantos. Ellos, los testigos que faltan, aguardan por ese momento para hablar, para luego poder ingresar a la sala y acompañar a los que restan, para escuchar, al final de todo, un veredicto que, aunque no alcance, acerque un poco de justicia.