Operativo Independencia: pueblos que piden justicia

Fotografía De paloma cortés Ayusa

Santa Lucía, Tafí Viejo, Río Colorado, Famaillá. Esas son algunas de las localidades cuya cotidianidad, según dan cuenta diversos testimonios, cambió rotundamente desde antes del golpe de Estado de 1976. Más de 40 años pasaron ya desde que el Ejército tomó las poblaciones del pedemonte tucumano. Desde que un decreto presidencial se convirtió en la excusa para violar todos los derechos de los pobladores. Desde que el terror se convirtió en el mecanismo de control. Desde que el secuestro, la tortura y la desaparición de las personas fueron hechos concretos que atravesaron la vida de diaria.

Santa Lucía: secuestrados, liberados y desparecidos

“El pueblo de Santa Lucía ha sufrido tremendamente”, dijo Juan Nicolás Coronel, el tercer testigo en declarar el jueves 1 de setiembre. “Habían hecho un censo y uno no tenía que tener ni una cama demás, ni un cubierto de más, ni un vaso demás”, sostuvo mientras describía lo que se vivía en su pueblo en 1975. Juan era vecino de Ricardo Abad y sus palabras refrendaron los dichos por la hija y la esposa de esta víctima. Asunción Albarracín contó que a ella la secuestraron y cuando fue liberada se enteró que a Ricardo se lo habían llevado. Desde entonces no volvió a verlo más.

Silvia Eusebia Abad se transportó con sus recuerdos a la noche del 4 de mayo de 1975. En aquel momento, la hija de Asunción y Ricardo tenía apenas seis años de edad. En su declaración en la sala de audiencias no pudo precisar el horario en que fue secuestrado su papá. “Mi papá se estaba preparando para ir a trabajar”, dijo y con esfuerzo relató los días que le siguieron en esa casa donde había quedado con sus hermanos mayores. “Después volvían, no sé para qué. Teníamos mucho miedo, teníamos miedo que se llevaran a mi hermano menor”, agregó. Silvia tiene a su papá desaparecido. En un acto de perversión incomprensible, don Ricardo Abad fue llevado a su casa para que se despida de sus hijos. “Nos dijeron que no lo íbamos a volver más”, contó la mujer ante el tribunal presidido por el juez Gabriel Casas.

“A él lo tiran frente a la casa, estaba muy deteriorado”, dijo a su turno Juan Coronel que se había acercado a ayudarlo. Juan fue secuestrado esa misma noche y cree que aquel acto de solidaridad con su vecino está relacionado con lo que le hicieron vivir durante el tiempo que estuvo en cautiverio. Las dos veces que Juan fue llevado pudo recuperar su libertad. Ricardo, en cambio, contó con ese momento para despedirse de sus hijos y luego no se supo más de él. “Habían muchos rumores”, dijo Juan cuando habló de los días que le siguieron a la desaparición de su vecino. “La gente dice que sobrevolaba un helicóptero y que de allí tiraron un cuerpo con el coso rojo ese”, agregó tras describir el sombrero y el poncho que don Ricardo acostumbraba a usar.

Río Colorado y Tafí Viejo

Diego Zoilo Fernández, Argentino Roldán y Carlos Gabriel Espinosa eran tres ciudadanos de Tafí Viejo cuyos cuerpos fueron encontrados en la localidad de Río Colorado. Las condiciones en las que recorrieron los 60 kilómetros que separan ambos puntos de la provincia es una de las tantas dudas que tienen sus familias. De acuerdo a lo que figura en el requerimiento de elevación a juicio de la megacausa Operativo Independencia, en una documentación de la Policía de Tucumán se informaba que el día 12 de mayo de 1975 ingresaron al domicilio de Diego Zoilo Fernández, Argentino Roldán y Carlos Gabriel Espinosa. “Lo único que tenían en común era que vivían en Tafí Viejo”, aseguró Diego Patricio Fernández, hijo de Diego Zoilo. El testigo contó que su padre militaba en el Partido Comunista pero que no conocía ni a Roldán ni a Espinosa. Lo mismo sostuvo durante su testimonio Héctor Hugo Assaff, amigo de la familia Fernández y militante del mismo espacio político.

“Hablar de Diego Fernández es hablar de un señor…”, dijo Héctor y el silencio fue repentino. Con sus manos sofocaba el sollozo que el movimiento de su espalda impedía disimular. “…en todo el sentido de la palabra”, continuó como si nunca se hubiese interrumpido la oración. “Era camarada mío. Lo conocí cuando militaba en la juventud comunista”, había dicho antes con el orgullo de quien pudo atravesar el dolor y abrazar esa militancia. Fue Héctor el que reconoció el cuerpo de este taficeño cuando lo trajeron de las inmediaciones de Río Colorado. Fue él quien acompañó a su familia a averiguar por el paradero de su amigo cuando fue secuestrado. “Hay que ser muy hijo de puta para matar así”, recordó que dijo cuando vio cómo quedó el cuerpo de Diego. “Roldán y Espinosa no tenían relación entre ellos y menos con Diego”, aseguró Héctor corroborando lo dicho por el hijo de su amigo unos minutos antes.

Doña Plácida Ponce era la esposa de Argentino Roldán. Trabajaba cosechando limón y vivía en una finca junto a su esposo y sus cuatro hijos. La noche que secuestraron a Argentino se habían acostado temprano, tipo 9 de la noche. “Se hemos dormido fuerte, cansados, preparándonos para el día lunes que teníamos que ir a trabajar”, contó la mujer que aseguró que su esposo no tenía militancia alguna. Se despertaron con los gritos y los ruidos. “Venga que le queremos hacer unas preguntas a usted Roldán”, escuchó que dijeron y a ella le pidieron que deje la luz apagada. “Yo quería escuchar algo, como no me dejaban salir… sentía que hablaban poco, poco y de ahí ya no he sentido más nada, ni ruido ni nada”, relató doña Plácida de esa última vez que vio a Argentino Roldán.

“De ahí viene mi mamá y dice, lo llevan a tu papá’. Salimos, vemos que había unos coches. Mi mamá nos agarra a nosotros de la mano y salimos corriendo por la finca para pedir auxilio en la casa de mi abuelo”, contó ante el tribunal Walter Roldán. Walter tenía en aquel entonces 11 años. “Lo único que dijeron es que ya volvían: ‘quédense tranquilos que ya vuelve’, dijeron. Yo de ahí en más no sé, hasta hoy, cómo lo hallaron a mi viejo”, contó el hombre que por momentos parecía ser el niño de 11 años llorando a su padre.

Los recuerdos de Norma Susana Roldán son más confusos: “Mi mamá decía: ‘vamos levanten, levanten vamos a la casa del abuelo. Al papá lo llevaron la policía, vamos a la casa del abuelo a avisar’”. Ella tenía seis años y estaba profundamente dormida cuando sucedió todo. “Mi hermana me quería poner la zapatilla, no recuerdo si me la ha puesto o he salido descalza”, dijo con los detalles de quien se esfuerza en sacar imágenes claras de una nebulosa. “Mi mamá no quería que vamos por el camino principal porque pensaba que estaban ahí los que se han llevado a mi papá, así que nos saca por la finca… corríamos y nos caíamos por la desesperación de llegar rápido a donde estaba mi abuelo. Era de noche, hacía frío”, relató como pegando esas imágenes sueltas. Norma, Walter y doña Plácida supieron más tarde que don Argentino fue encontrado muerto en Río Colorado. Cómo y por qué llegó a ese lugar, a casi 60 kilómetros de su casa, no lo saben. Lo que saben es que la vida no volvió a ser la misma.

Julio Alberto Brito y Raúl Osvaldo Guidi vivían en Río Colorado. “Ellos entraron al pueblo, rodearon todo el pueblo y en un momento dado pidieron permiso para entrar a requisar a mi casa”, contó Ricardo Alberto Brito, hijo de Julio. “Ellos”, era “la gente del Ejército”, aclaró el testigo que aseguró que revolvieron todo y que no se llevaron nada. “Le pidieron a mi papá que los acompañe”, dijo. A medida que pasó el tiempo la preocupación se hizo cada vez mayor. Por esta razón es que la madre de Ricardo le pidió que vaya a buscarlo. “Llegué a la comisaría y vi que se llevaban a mi papá atado y vendado y que lo tiraron a un vehículo”, dijo. Siete días después, Julio Brito fue liberado tras haber estado en cautiverio en la ex escuela Diego de Rojas. “Nos contó que lo habían torturado física y psicológicamente. Le decían que le iban a quemar la casa con la familia adentro, y cuando lo largaron le dijeron ‘ahora ándate tranquilo que ya hemos quemado todo y no vas a encontrar nada’”.

Raúl Osvaldo Guidi fue el sexto testigo del día jueves. Contó que estuvo detenido en el centro clandestino conocido como ‘La Escuelita de Famaillá’. “Me hicieron firmar unos papeles que decían que no había sido maltratado en ningún momento”, dijo ante los presentes en la sala de audiencias. “¿Y era cierto eso?”, le preguntó la fiscal ad hoc Julia Vitar. “¡Ja!”, soltó como primera respuesta. “Si casi me han muerto”, agregó el hombre oriundo de Río Colorado en el departamento de Lules.

De recuerdos y objetos guardados

Hace más de 40 años que las heridas que causaron los secuestros, torturas y desapariciones no cierran. Que aparezcan con vida fue una de las primeras consignas. Que aparezcan se fue transformando en búsqueda de respuestas y de justicia. Algunos volvieron con los rastros del terror en sus cuerpos y en sus vidas. Otros quedaron mascullando una culpa que no les corresponde. “No es muy buena suerte sentirse vivo y tener amigos muertos”, dijo Héctor Assaff cuando recordaba a su amigo Diego Zoilo Fernández. Don Díaz, el hombrecito que no falta a ninguna audiencia, que sostiene la foto de sus dos hijos desaparecidos, que vivió en carne propia el secuestro y la tortura, que militó en el Partido Comunista; fue al encuentro de Héctor cuando terminó de declarar. Ahí, en medio de la sala de audiencias lo abrazó y gritó: “Nos hace falta muchos de estos”.

Diego ‘El Ruso’ Fernández, guarda de su padre los mejores recuerdos. “La mejor parte de mi vida ha sido mi infancia con la presencia de mi papá”, dijo el hombre que recogió la bandera de la militancia. “Es la persona que ha sentado bases en mí y que puedo decir que soy quien soy por esas bases que él ha sentado en mí”, sostuvo con orgullo ante la mirada atenta y emocionada de sus dos hijos adolescentes que lo acompañaban desde la sala de audiencias.

Juana Dolores Paz supo que su hermano fue secuestrado la madrugada del 23 de mayo 1975. El viernes pasado, en la sala de audiencias, relató lo que su cuñada le contó de aquel momento en que entraron a su casa. Un tiempo después, dijo la testigo, en horas de la noche sintió que golpeaban la puerta. Al abrirla estaba su hermano,  Antonio Bernabé Paz. “Él ha pasado y me ha entregado”, dijo la mujer en la sala de audiencias al tiempo que mostraba en sus manos una especie de tiras. “Estas son las vendas con las que lo tenían vendado”, dijo y agregó: “más de 40 años yo las he guardado”.

Juana llevó las vendas como prueba de lo ocurrido y como muestra de que cuando se dice que pasaron tantos años en búsqueda de justicia, no se exagera. “Lo han tenido con las vendas estas. Él estaba como ciego, él se las ha sacado y las ha metido a su bolsillo. ‘Tirá eso’, me dijo, y yo dije no, no voy a tirar, los voy a guardar”, sostuvo ante la sorpresa de los abogados. “La venda tiene una particularidad”, señaló el fiscal ad hoc Agustín Chit. “Tiene dos almohadillas”, describió y pidió que sean incorporadas como prueba.

Hay quienes trataron de deshacerse de todo cuanto les recuerda aquellos años de dolor. Hay quienes prefieren olvidar y se rehúsan a volver aunque sea con el relato por esos momentos. Hay otros que, aunque sus cuerpos los limite, tratan de reponerse y se esfuerzan en buscar la mayor cantidad de detalles posibles y de aportar pruebas. “Solo le pido, señor juez, que cumplan la condena donde corresponde”, le dicen cientos de testigos al presidente del tribunal. Y en ese pedido, una vez más, la búsqueda de justicia le sigue ganando a la venganza.