El inquilino molesto

Fotografía cortesía de agustina malizia

La misma lógica que explota clases y somete naciones es la que depreda los ecosistemas y extenúa el planeta Tierra. La Tierra -como sus hijos e hijas empobrecidos- precisa liberación.
— Leonardo Boff (2002)

Quien haya vivido en un consorcio de departamentos de alquiler en el centro de la ciudad de San Miguel de Tucumán muy probablemente reconocerá una historia como esta. Quienes no hayan tenido la dicha de atravesar esa experiencia podrá, de todas maneras, imaginar la situación que, por la marcada inmigración de jóvenes estudiantes del interior y del exterior de la provincia, y por la cantidad de este tipo de construcciones urbanas, tiene un carácter de cotidianidad innegable: Un buen vecino decide mudarse y deja libre un departamento, al poco tiempo, y luego de algunas idas y venidas, un estudiante ocupa el lugar. La mudanza del joven inquilino/a podrá brindar un indicio de la convivencia que ofrecerá en el futuro. En este caso el individuo, muñido de comedidas amistades, se dispone a organizar su nuevo hábitat y lo primero que pone en actividad serán la heladera y algún dispositivo sonoro. El segundo aparato funcionará como elemento de compañía en frecuencias perfectamente audibles para los vecinos más próximos, endemientras el primero se encargará de mantener a temperatura constante las bebidas que amainarán el arduo esfuerzo. Como es un sábado por la tarde y teniendo en cuenta el trauma que significa comenzar una nueva etapa de la vida en un nuevo hogar los antiguos habitantes sabrán comprender la situación, si acaso exponiendo de buen talante algún llamado de atención, si el escenario desbordara los límites de lo "normal”.  Por la noche, ya en soledad, el “nuevo” se queda en casa disponiendo sus pertenencias y decorando el espacio siguiendo gusto y vocación, tarea que seguirá siendo acompañada por la inagotable colección de música de la que se dispone a través del servicio de internet.

El siguiente fin de semana el nuevo habitante de la vecindad inaugurará el dulce hogar en compañía de sus allegados: una previa, una salida y de vuelta al hogar con los aguerridos que no se den por aludidos ante la presencia irrefutable de un nuevo día. El rito de la noche anterior no pasó desapercibido para algunos vecinos quienes podrán hacer llegar sus inquietudes en una charla frontal con el resaqueado personaje o mediante la simple delación ante el conserje o administrador. Sorteando el conflicto con las debidas disculpas que amerite el caso, el acusado tendrá la posibilidad de rever sus conductas o minimizar el hecho teniendo en cuenta la poca tolerancia de los demás habitantes. Pero el joven inquilino no sabrá afrontar la vida en comunidad, quizás acostumbrado a otro ritmo de vida e impulsado por las expectativas que genera el hecho de vivir solo seguirá con sus invasivas costumbres, lo que producirá al cabo de  pocos meses la decisión por parte del consorcio de expulsarlo del edificio y continuar su apacible existencia olvidando prontamente el percance.

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La especie humana (el Homo Sapiens) alcanzó su estadio evolutivo actual hace unos 170.000 años y comenzó a expandirse (desde su hábitat original en África hacia Europa y Asia) hace unos 120.000 años. Se cree que el continente americano fue alcanzado por poblaciones humanas recién hace unos 13.500 años aunque algunas teorías sugieren que hace  20.000 e incluso 30.000 años se pobló el continente con seres humanos. De todas formas, en un planeta que tiene cerca de 4 mil millones de años y en que la vida apareció hace unos 3 mil millones de años esta especie está entre los recién llegados, sobre todo si se tiene en cuenta que las cucarachas, por ejemplo, aparecieron hace unos 300 millones de años y han sufrido cambios relativamente escasos. Pero los humanos no sólo son una especie recién llegada sino también parece reunir todas las características del vecino molesto.

Desde la aparición de las sociedades complejas y fuertemente estratificadas la especie humana ha ido ganando espacios en su lucha por conquistar y adaptar a sus necesidades el medio ambiente que lo rodea. Pero es desde las revoluciones industriales (siglos XVII-XVIII) cuando el resultado de esa puja ha iniciado un proceso de desequilibrio en la relación del planeta con sus habitantes humanos y no humanos. Desde la caza irracional durante la expansión europea entre los siglos XIV y XIX que causó la extinción de muchas especies  (entre las más famosas se cuentan el dodo, pájaro que no volaba por lo que se lo consideraba “bobo” y que desapareció en el siglo XVII o el tigre de Tasmania oficialmente extinto desde principios del siglo XX); hasta los desastres nucleares como Hiroshima o Chernóbil.

Esta faceta invasiva de la conducta humana tiene formas menos estridentes y ostensibles que las explosiones nucleares, pero que pueden generar, en el largo plazo, un impacto similar o mayor al causado por estas catástrofes premeditadas o accidentales. La contaminación a partir de elementos de uso cotidiano está dejando una huella indeleble en la fisonomía del planeta. Así lo explica la doctora en Biología Agustina Malizia: “Desde que se dio el bum de la producción de plásticos en la década del 60 no se ha degradado absolutamente nada de lo que se produjo. Lo que se hace en el mundo con ese plástico que se produce pero no se trata es muy variable. Tanto es así que existen 5 islas de basura flotante en los océanos. La mayor de estas islas tiene 60 veces  el tamaño de Tucumán y se puede ver desde con la visión satelital en internet. Es el plástico que se tira en los océanos y que las corrientes marinas arrastran hasta unos lugares que se llaman giros, que es donde se juntan estas corrientes”. El problema, relata Agustina, es doble: por un lado está la producción descontrolada por parte de las multinacionales que utilizan el plástico como contenedor de millones de productos y por otro está el consumo irresponsable de esos productos. “Tenemos que dejar de consumir de la manera que lo hacemos, tenemos que consumir de forma responsable y planificada”.

La doctora en Biología Carolina Monmany, así como Agustina, es ecóloga y ambas se preocupan por las políticas de tratamiento de la basura en todo el mundo pero principalmente en Tucumán. “El problema de la contaminación con desechos de uso diario es impactante”, relata Carolina. “Seis municipios tucumanos (San Miguel, Tafí Viejo, Banda del Río Salí, Las Talitas, Lules y El Manantial) producen 1000 toneladas de basura por día y todo eso va a parar a un solo lugar que es el basural de Overo Pozo cerca de la frontera con Santiago del Estero. El tema está en la composición de esa basura: el 50% es orgánico, el otro 50% se reparte principalmente entre diferentes tipos de plásticos y, en menor medida, elementos como pañales para bebés. Ni en el municipio, ni en la provincia, ni siquiera a nivel nacional hay una política de qué hacer con la basura. Sólo se recolecta y deposita en basurales”. De la misma manera en la provincia no existe ninguna empresa que se encargue de reciclar, según lo explican Agustina y Carolina, sólo se pueden encontrar algunos eco-puntos donde se separa la basura. En Yerba Buena existen algunos en colegios, centros vecinales o plazas. Pero el problema es que lo que se separa debe ser trasladado a otras provincias para su tratamiento.  

Bajo esta preocupación nació, en 2012, Tejiendo ConCiencia, el proyecto que a través de talleres busca llamar la atención de las personas acerca de lo que se hace con los desechos, es decir abordar el segundo de los problemas relacionados con la basura: el consumo individual. “La idea surgió naturalmente –cuenta Carolina–, mirábamos la calle y nos sentíamos mal. Tucumán es especialmente descuidado con los residuos cotidianos, las calles están llenas de bolsas, botellas y envoltorios. Como las dos sabemos tejer se nos ocurrió que podíamos comenzar a hacer tejidos con las bolsas de plástico que son los residuos más comunes que desechamos para que puedan ser reutilizadas. Así nació la idea de dar talleres que concienticen acerca del consumo indiscriminado pero también ofrecer una propuesta de qué hacer con ellos”. La propuesta es simple: se toma una bolsa plástica de cualquier tipo y, cortándola, se hace de ella una cinta larga, “como cuando se saca la cáscara de una naranja”, grafica Carolina. Sumando cintas se hace un carretel y con una aguja de crochet se realizan los puntos y cadenas que darán forma a un nuevo elemento colorido y sobre todo reutilizable.

Los talleres comenzaron en La Biblioteca Popular “La Randa” en La Rinconada y se extendieron a colegios, cooperativas de trabajo e incluso la cárcel de Villa Urquiza. La propuesta de vincular la reutilización de desechos plásticos con una práctica cotidiana generó una respuesta que sorprendió en las propias impulsoras del proyecto. “Cuando comenzamos un taller con gente nueva preguntamos quienes saben tejer –cuenta Agustina–, la mayoría dice que no saben pero al rato están todas y todos haciendo cosas buenísimas. Nosotras enseñamos dos puntos básicos para hacer bolsas reutilizables pero al segundo taller la gente cae con muchas otras propuestas. El tejido de alguna manera es una cuestión cultural que está en la gente y eso nos ayudó muchísimo”. Bolsos materos,  canastas, posavasos, almohadones, carteras, paneras, cartucheras y diferentes tipos de adornos surgieron de los asistentes a los talleres. Incluso lograron exponer parte de la producción en la Feria Puro Diseño que se realiza en Buenos Aires.  

La mirada que proponen es más abarcativa. Además del tejido plantean a los asistentes  los talleres tratar los desechos orgánicos en sus casas realizando compost que terminan como tierra negra. “Decíamos que el 50% de lo que desechamos es orgánico –explica Agustina–, si en lugar de mandarlo al basurero lo ponemos en un pozo en el patio o un tacho en el balcón y los cubrimos con tierra y hojas y lo removemos cada tanto vamos a reducir enormemente la cantidad de basura que generamos. El proceso de descomposición de la basura orgánica lleva dos semanas aproximadamente, y con dos semanas más se obtiene la tierra negra. En el caso de tener un pozo en el patio te das cuenta que es muy difícil llenarlo porque no se produce acumulación, lo que se degrada da lugar a nuevos desechos”. Esta idea es más complicada de implementar. “Lo que pasa –cuenta Carolina– es que la gente piensa que el compost atrae las ratas y eso no es así. Las ratas están en toda la ciudad y no es producto de los compost”.

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Iniciativas como Tejiendo ConCiencia son una cabal demostración de que el cambio cultural es posible. Con políticas públicas que impulsen por un lado la disminución de la producción de envases desechables, por otro el consumo responsable de los productos cotidianos y finalmente el tratamiento de los desechos que produce ese consumo es posible hacer de este tipo de experiencias la regla de conducta y transitar una existencia más armónica con el entorno natural y entre los propios ciudadanos.

La preocupación ecológica no es un solo un hobby de actrices y actores con ansias de lavar culpas y aparecer en los medios con una imagen cándida al estilo Greenpeace. Debe ser una profunda crítica al modo de transitar la existencia individual en un mundo en el que el consumismo exacerbado se muestra como la única forma posible de vida, una crítica profunda a una idea que iguala bienestar y consumo, una lógica de producción en la que la rentabilidad es la única y solitaria finalidad de todo accionar. La preocupación ecológica no puede ser sólo una preocupación por la desaparición de especies tiernas y amigables como los pingüinos, debe ser una preocupación por la propia especie humana. 

En 1979 James Lovelock presentó la Hipótesis Gaia (Gaia era la Diosa Griega que simbolizaba La Tierra) que mira al planeta Tierra como un sistema interactivo cuyos componentes son seres vivos que deben cooperar para sostener el sistema. La simbiosis entre las especies aparece como un motor ineludible del proceso evolutivo. Se produce una reinterpretación de la teoría evolutiva de Darwin (deformada, según Eugenio Zaffaroni en La Pachamama y el Humano, 2011, por Spencer y Malthus para mostrar como principal motor la lucha sangrienta que enfrentaba a los miembros más aptos con los menos aptos de una especie, así como entre las especies más y menos aptas) para poner como elemento ineludible del proceso evolutivo a la simbiosis; la cooperación como forma de mantener el equilibrio que hace posible la vida. De esta manera las especies e individuos cuya evolución les permite cooperar para sostener el equilibrio son las que perduran, mientras que las que interfieren serán desechadas por su propio comportamiento. 

La de los humanos sólo es una especie más en el planeta, sujeta, como todas las demás, al devenir que tiene un principio y un fin. La Tierra trascurrió en un 99.997% de su existencia sin su presencia y, de no variar su actitud, probablemente el humano termine destruyéndose a sí mismo, no sin antes generar un daño importante a las demás especies que comparten su hogar. Esta especie, que tiene la capacidad de pensarse a sí misma, de reflexionar acerca de sus acciones y de las consecuencias que éstas generan en su entorno, y que, en consecuencia, tiene la posibilidad de reformular su comportamiento, tendrá que asumir la posibilidad de ser despedida como una exhalación, así como el vecino molesto, mientras que el planeta, como lo hizo la mayor parte de su existencia, seguirá adelante dejando un lugar bacante a la espera de una especie que ayude a sostener su equilibrio.