Calpini: una historia de lucha y autogestión

Fotografía de Marianella Triunfetti

La Negra, como la se la conoce en su barrio, tiene poco más de cuarenta años. Esposa, madre, abuela y luchadora incansable. En la recorrida por ese barrio que la vio crecer cuenta su historia, la de sus vecinos. Junto a su esposo trabaja de la basura. Un carrito es su herramienta de trabajo, la que le permite parar la olla todos los días. Al final del recorrido espera un gran zanjón que divide al barrio en dos. Un zanjón que durante las últimas inundaciones triplicó su tamaño y, lentamente, va comiendo el barrio. En la orilla seca sus lágrimas recordando a Nicolás, un adolescente que hace unos meses murió al caer en ese lugar. “Nicolás se llevaba bien con todos, venía siempre al galpón”, recuerda. Calpini es un barrio pequeño de Tafí Viejo. Todos se conocen y son parte de los dolores y las necesidades del otro. Un barrio que, según la Negra está olvidado.

Como muchos otros barrios de Tucumán, Calpini es el producto de políticas de extranjerización impulsadas por las dictaduras que dejaron sin empleo a miles de personas. Los años de esplendor de la ciudad de Tafí Viejo, marcada por la creciente industria ferroviaria, quedaron atrás después del golpe de Estado de 1955. En ese momento se empezó a sentir las consecuencias de un gobierno que privilegió los intereses de las clases con poder económico. En el año 1980, durante la dictadura cívico-militar más terrible que padecieron los argentinos, lo talleres finalmente cerraron sus puertas, no sin muertes y desapariciones de trabajadores ferroviarios. Así, con los talleres cerrados, miles de familias quedaron sin su sustento. Algunos pudieron salir adelante y hacerle frente a la crisis, otros se convirtieron en su consecuencia. Y aún hoy lo siguen siendo.  

Calpini muestra su pobreza en cada rincón. Transitar las pocas cuadras que lo conforman dan cuenta de un Estado prácticamente ausente. Cada uno de sus habitantes vive la discriminación y la estigmatización desde diferentes aristas. La educativa, cuando las escuelas no reciben a los adolescentes porque resuelven la ecuación Calpini = chicos problemáticos; la laboral, cuando no consiguen emplearse por el solo hecho de ser del barrio “peligroso” de Tafí Viejo; la social y política, cuando son dejados a su suerte en un barrio que de a poco se lo va tragando el zanjón. “La gente lo único que quiere es trabajar”, dice la Negra, referente del barrio, y a manera de anécdota cuenta sobre la vez que casi consigue entrar a trabajar en una casa de familia pero la dueña le dijo que no porque era de Calpini. Los jóvenes tienen como única salida laboral la cosecha de limón. Un trabajo por temporadas, mal pagado, con el que no pueden llegar a hacer frente a las necesidades de cada una de sus familias. Ser del barrio Calpini los estigmatiza.

El barrio viene de una historia de autogestión. La Negra no recuerda bien las fechas en que se conformó pero hace algunos cálculos mentales. María Mellace, técnica del Ministerio de Desarrollo Social que trabaja en Calpini, ayuda a recordar la historia que alguna vez le contó su padre. Allá por los años 70 un cura tercermundista, Amado Dip, reunió a los vecinos y les propuso armar el barrio. Como cura tercermundista, Dip llevaba en alto las ideas de concientizar a la gente sobre las injusticias del sistema capitalista e imperialista, denunciar la opresión mediante la palabra y los hechos. Esta acción, la de crear el barrio fue claramente uno de esos hechos. De a poco el barrio se fue armando. Si bien tiene una estructura precaria no llega a ser lo que comúnmente se conoce como una villa, sino que se construyó con la idea de que creciera con la estructura de un barrio con cuadras y espacios verdes. En el lugar se construyó un galpón, una capilla y dos aulas. Durante mucho tiempo estos lugares se usaron para dar catequesis, talleres de oficios y algunas clases que, de vez en cuando, dictaban maestras particulares.

Hace un tiempo ese galpón se recuperó. “Hoy lo siento como mi casa”, dice la Negra. Ese espacio fue apropiado por todos los vecinos del barrio. Un espacio que se perfila como de construcción colectiva. La propuesta para que este galpón empiece a darle forma a una necesaria organización barrial vino del Ministerio de Desarrollo. En la actualidad funcionan dos programas que se están fortaleciendo. Uno de ellos es el “Avanzar” que tiene como objetivo el trabajo territorial con adolescentes y jóvenes de entre 16 y 24 años en distintas áreas: socio-laboral, socio-recreativo y socio-educativo. Este rango de edades, según cuenta Maria, es el más vulnerable. Un gran porcentaje de jóvenes no termina la secundaria por falta de recursos o porque los colegios no los reciben. A la vez son chicos para trabajar. “Ahí es cuando son más permeables a un montón de situaciones como las adicciones”, explica.

A partir de una evaluación que hicieron los técnicos territoriales del Ministerio, vieron que había mucha población infantil, con madres jóvenes, y notaron cierto desconocimiento de cuestiones de crianza como juegos para los chicos, según cuenta María. A partir de esta evaluación crean el programa “Huellitas”, cuyo objetivo es trabajar la infancia con los niños y las madres. “Una de las cosas más importantes es que van a acondicionar todo el lugar para niños”, recalca Mellace y reflexiona sobre la importancia de que el barrio trabaje en conjunto para, por ejemplo, habilitar juegos para los niños y niñas. Estos espacios no existen en el barrio, a pesar de que tienen una plaza y una escuela primaria.

El galpón es sede de construcción, de solidaridad, de compañerismo. Un espacio donde soñar, en un lugar con tantas carencias, es posible. Los murales colorean el galpón. “El zanjón se está derrumbando pero no Calpini”, dice, grita uno de ellos y el dibujo muestra dos jóvenes tocando instrumentos de murga. Para María, la organización de los vecinos es primordial para generar un cambio. Los programas que hoy se desarrollan no forman parte de políticas de Estado, son parte de una gestión, por lo tanto tienen fecha de vencimiento. Lo que no vence es, precisamente, la construcción y la organización de los vecinos para hacer de Calpini un lugar donde todos puedan tener oportunidades. En el galpón el estigma de la pobreza queda afuera. Allí todos son parte de una misma historia. La historia de la lucha desde abajo. “El sueño mío y lo que yo pienso es que los chicos dejen la droga”, dice la Negra mientras cierra los ojos queriendo alcanzar ese sueño.