Por qué salgo a marchar en defensa de la Universidad pública

El ciclo se cumple una vez más y a los tempranos nietos de la democracia nos toca enfrentarnos por primera vez a la magnitud de lo que significa ver cómo te arrebatan un derecho de las manos. La única suerte que está de nuestro lado es la de haber prestado atención en la clase de historia y que nos hayan criado para no callar lo que sentimos.

Generación de cristal: “¿qué problemas reales tuviste vos, nena?”

foto: elías cura | La palta

Nacimos en democracia, no vivimos el menemismo y muy probablemente la primera presidencia que recordamos es la de una mujer. Vinimos al mundo en un contexto de crisis y quiebre total de la nación, desfilaron por nuestras narices cinco presidentes en 11 días, ¿cómo íbamos a saber? Nuestras abuelas lucharon por conocer a sus nietos, nuestros padres y madres lucharon por la igualdad de derechos y a nosotros hoy nos toca luchar para no perder nada de lo conquistado, lo que toda nuestras vidas dimos por sentado: nuestros derechos.

Somos tan jóvenes como este siglo, batallas hemos dado pocas, pero luchas hemos sostenido varias. La marcha en contra de la desfinanciación universitaria es propia de esta era. De la de una juventud que tiene impregnado en los sentidos la importancia de verbalizar las incomodidades, de no callar las injusticias y de ocupar los espacios públicos cuando es necesario, porque chicos o grandes, jóvenes o viejos, todos somos hijos de esta patria cuya organización tan particular no tiene precedentes, y si hay una característica que se porta como la escarapela, es la de poder movilizarse colectivamente.

Una vaca sagrada

Como ha quedado de manifiesto en las últimas semanas, la educación en nuestro país es un emblema, e intentar atentar contra ella pone en alerta a todos los sectores de la sociedad, enciende alarmas dentro y fuera de las fronteras nacionales, y genera revuelo e indignación y algo más...

“No queremos que nos arrebaten nuestros sueños: nuestro futuro no les pertenece”decía el documento que leyó Piera Fernández Piccoli, representante de la Federación Universitaria Argentina (FUA). La educación, que es una disciplina transversal y federal para la ciudadanía argentina, no está abierta a los planes y negociaciones que el gobierno de turno tiene preparados para el sistema que formará futuros profesionales.

Así es que nos encontramos con distinguidas figuras nacionales e internacionales convocando a marchar el 23A: a esos profesores que nunca escuchamos hablar de acceso a los derechos, a rectores, decanos, locutores, estudiantes, amigos y familiares. Nadie se quedó al margen del llamado a las calles porque la convocatoria a defender la educación pública no discriminó ideologías políticas, puesto que este llamado trasciende la política en su sentido más amplio: se trata de defender un pilar fundamental para el futuro de toda la sociedad.

La crisis que atraviesa hoy el sistema universitario nacional nada tiene que ver con sus fallas o falencias metodológicas que tanto han sido señaladas últimamente y amplían aún más la brecha oficialismo-oposición, sino con la agresión tan marcada en contra de sus integrantes y sus beneficiarios: los estudiantes.

La educación superior pública y gratuita ha sido una herramienta crucial en la organización socioeconómica argentina, dado que ha permitido el tan aclamado ascenso social para cientos de familias y personas a lo largo de su historia. Este modelo de educación garantiza el derecho a la educación para todas las personas que habitan el territorio y, aun con sus fallas, evita que el acceso a la formación sea un espacio elitista reservado solo para aquellos que tengan el poder adquisitivo para financiarlo.

Nuestro espacio de encuentro

Si bien la gratuidad universitaria representa un avance significativo en el acceso a la educación superior, es importante reconocer que no elimina por completo las barreras socioeconómicas que enfrentan los estudiantes. El costo de vida, particularmente en un contexto inflacionario, obliga a muchos jóvenes a buscar empleo para complementar sus ingresos y cubrir sus necesidades básicas, lo que dificulta su dedicación completa a los estudios. Ser estudiante universitario de la universidad pública no es para cualquiera, porque el caos viene apegado a la aspiración del título de grado.

Es a esta altura que nos preguntamos ¿qué tiempo nos queda para vivir? La respuesta más común entre pares es que no queda, mas la realidad es que los estudiantes universitarios vivimos en la universidad. Todo aquel que haya hecho su camino en una facultad la considera su segunda casa, no solo por la cantidad de tiempo que uno pasa allí durante sus años de cursado, sino porque ahí somos capaces de formar una familia, un camino profesional, una opinión crítica del mundo. En las universidades nos encontramos con los demás, pero también con nosotros mismos, enfrentamos el mundo y las decisiones, frustraciones, tristezas, estrés, alegrías, faltas de sueño todos los sentimientos siempre tienen un compañero que tampoco estudió o algún otro que te pasa el apunte el día que no llegaste.

“Les cortamos la calle y les tomamos la Facultad”

La universidad es un universo particular para cada individuo, donde se crean memorias imborrables y se forja la identidad personal. Si bien las experiencias son íntimas e individuales, los sentimientos que despierta este espacio son colectivos. Y eso fue precisamente lo que se palpó en la marcha: una ola de empatía que unió a estudiantes, docentes, egresados y no docentes en un solo canto por la defensa de la educación pública.

En la multitud, rostros nuevos y conocidos se fundían en una marea de compromiso. La universidad, más allá de ser un lugar de aprendizaje, se transforma en un escenario de lucha colectiva, donde cada uno aportaba su voz y su energía para defender un derecho fundamental.

La marcha fue nuevamente un claro ejemplo del poder de la movilización social. Miles de personas se unieron para alzar su voz contra el desfinanciamiento de la educación pública,