Sexo y discapacidad: la asistencia sexual como respuesta
/Hablar de sexo en personas con discapacidad es incómodo. Los especialistas coinciden en que las personas con discapacidad suelen proyectar una imagen de pureza que los despoja de su sexualidad: se genera la idea de que son asexuadas, no viven una vida sexual plena o ni siquiera conocen el deseo erótico. Poco recurrente es quizás imaginarlas presumiendo en un bar, vistiéndose con sensualidad o en la cama.
“Todos estamos atravesados por mitos culturales de determinada manera. El problema es que la discapacidad tiene un mito propio y la sexualidad, otro. A la sociedad le molesta que se mezclen dos cosas sobre las que no quiere pensar”, dice Joaquín Castro, psicólogo especialista en discapacidad. “En el mejor de los casos, la sexualidad de las personas con discapacidad está terapeutizada. Si quieren tener relaciones, deben pasar por un proceso en el que intervienen un psicólogo, un médico y hasta la familia. Opinan un montón de personas y eso es muy nocivo”, agrega.
Generalmente, la familia no sabe cómo abordar la situación y deja a su pariente con discapacidad a merced de lo que su cuerpo le exprese. “Bloquear el deseo sexual, sin ningún diálogo, puede generar irritabilidad e impulsividad”, afirma el psicólogo, que advierte que esta represión suele derivar en conductas que no condicen con los ‘códigos aceptados’ socialmente: muchas personas con discapacidad son demandadas por su propios padres o docentes porque se tocan en público o dan abrazos prolongados que llegan a incomodar.
“Es muy común. Pero, ¿alguien les explicó qué pasa con su cuerpo o cuáles son las maneras que nuestra cultura establece como válidas?”, pregunta el especialista, y remarca que es la familia la que tiene que brindar una educación sexual integral. “Así como se le explican los ejercicios de kinesiología, también debe inculcarse el respeto del cuerpo, el espacio personal y la sexualidad. Si no saben cómo, hay que buscar el acompañamiento de un profesional”.
Es en esta instancia, precisamente, en la que se llega a considerar el trabajo de un/una asistente sexual. El mito más recurrente respecto de la asistencia sexual es equipararla con la prostitución. En realidad, se trata de un trabajo sexual con fines terapéuticos, donde la confianza con el paciente es lo más importante. Se enfoca en la posibilidad de que la persona con discapacidad elija y tenga la libertad de explorar y sentir, no en buscar la penetración sin más. El objetivo es que el paciente descubra lo que le gusta y lo que no para crear intimidad.
“Cuando no se promueve esa exploración, se incapacita a la persona. La figura del asistente hace consciente el deseo. Inclusive muchos me dicen ‘yo pensaba que esto no era para mí, que esto no podía''', comenta Carina Moreno, asistente sexual desde hace más de cuatro años. Ella sostiene que su trabajo es un apoyo que promueve calidad de vida, al punto de que debería ser cubierta por las obras sociales y la salud pública. Actualmente, el servicio de asistencia sexual no está contemplado en ningún tratamiento.
Límites, estereotipos y deseo
“A las personas con discapacidad se nos limita la posibilidad de desear desde que nacemos porque se considera que no podemos decidir por nosotres mismes”, dice Julia Risso, locutora y actriz tucumana, autodefinida como ‘militante política disca feminista’. La falta de inserción de las personas con discapacidad en espacios públicos, la estigmatización que asexualiza y las barreras que se les imponen a la hora de decidir cómo vestirse o representar su personalidad afectan directamente su vida sexual.
“El deseo y la sexualidad en nosotros es tan particular como en cualquiera, pero los estándares de belleza pueden afectar un poco más a nuestro colectivo. ¿Para qué deseas algo que no vas a poder conseguir?”, cuestiona Sebastián Castellano, licenciado en Comunicación. Agrega: “aunque la mayoría de las personas no entran en los llamados cuerpos perfectos, hay filtros sociales como la vestimenta, el trabajo o los estudios, que a menudo ayudan a encajar en lo que gran parte de la sociedad espera de una persona. Sin embargo, en muchos casos, nuestra discapacidad está por encima de lo demás”.
Entonces aparece el capacitismo que, a su vez, va de la mano de los estereotipos que marcan modos de seducir. “Es increíble, pero la persona con discapacidad llega a limpiar, suprimir e infantilizar su propio sexo. Sus zonas eróticas se convierten en áreas terapéuticas y terminan creyendo que no tienen sexualidad, cuando las hormonas están”, manifiesta Castro. “El problema surge cuando el deseo de consumir los cuerpos que aparecen en los videos de reggaeton es tan fuerte que no nos permite contemplar otros aspectos físicos como deseables”, comenta Castellano. “Las personas con discapacidad tuvimos una infancia muchas veces a los ponchazos, en médiques, terapias, rehabilitaciones; hasta internades y en cirugías. Desde niños, algo nos marca que no somos el ideal que la industria quiere”, añade Risso.
De esto hay que hablar
Al parecer, en la sociedad existen formas correctas e incorrectas de tener relaciones sexuales. Silvina Peirano, profesora bonaerense en discapacidad mental y social, explica que si bien es cierto que no todas las personas con discapacidad pueden correr en la playa, rodar en la arena con música de fondo y tener un jugueteo sexual, es igualmente cierto que no todos desean manifestarse sexualmente de esa manera.
Respecto a esto, el psicólogo Castro agrega: “la mayoría de nosotros tenemos relaciones incómodas, rápidas, torpes y muy alejadas de los estándares cinematográficos. Por lo tanto pretender que hay un verdadero tipo de relaciones sexuales es falso, como lo dice Peirano. Nos venden que las personas que tienen discapacidad motriz severa y que están, por ejemplo, postradas en una silla sin mover sus manos, no pueden tener sexo. La sociedad se pregunta cómo, si no pueden moverse. Eso ocurre porque se piensa a la sexualidad como un acto de penetración, cuando va más allá de eso”.
“Me encuentro con personas que no estarían siendo habilitadas desde sus familias, desde los espacios e instituciones en los que trabajan o estudian. Esto es una tarea conjunta: la asistencia sexual no puede resolver problemáticas sociales, es una opción para trabajar en conjunto con otres”, explica Moreno. Por eso, la mujer remarca la importancia de que, en los hogares y en los centros educativos, se enseñe educación sexual y se facilite el proceso de acceder a una vida sexual plena. En esto también aparece la lucha contra la idea de la sexualidad estándar: la que se espera o se permite. “Mi familia y amigos, sin querer, imponen una manera de vivir la sexualidad. Comentarios como ‘cuando tengas ganas podés pagarle a alguien’ son realmente desgastantes. Porque no pasa por tener sexo, sino por elegir cómo quiero tenerlo”, ejemplifica Sebastián Castellanos.
Los especialistas coinciden en que incluso existe resistencia desde instituciones estatales, y hasta movimientos y organizaciones sociales feministas que están en contra de cualquier tipo de trabajo sexual. “Mi trabajo no es ilegal, pero el Estado aún se resiste a reconocerlo”, denuncia la asistente sexual. “Creo que las resistencias vienen de los sectores más conservadores. Hay que pensar quiénes son les responsables de esas instituciones, muches no tuvieron ningún tipo de educación sexual. Eso influye mucho”, concluye Risso.