Un viaje a la memoria de Tucumán
/*Por Leyla Bautista, Silvia De La Vega, María Mercedes Godoy y Gladys Lobos. (Nota realizada en el marco de la materia optativa: Comunicación, Memoria y Derechos Humanos - Facultad de Filosofía y letras)
Foto: Elías Cura | La Palta
La década del 60 encontró al mundo sumido en las tensiones de la Guerra Fría y el triunfo de la Revolución cubana, que marcó el rumbo del pensamiento y el accionar de la juventud de esa década. Argentina no era ajena a estos acontecimientos y, a su vez, tenía sus propios conflictos: con el partido mayoritario proscripto, se sucedían gobiernos democráticos débiles que eran derrocados por golpes militares.
Tucumán vivió en una permanente crisis en esos años, la excitación social era frecuente debido a la falta de pago de salarios, ingenios azucareros tomados y enfrentamiento de obreros con policías.
“El Chueco” Rodríguez, quien fuera un importante dirigente gremial del Ingenio San José, cuenta que, en este escenario de agitación, el movimiento gremial emergió con fuerza, consiguiendo llevar la voz de los trabajadores a la Cámara de Diputados y Senadores de la provincia por medio de dos de sus dirigentes.
Estela Assaf, estudiante de la facultad de Filosofía y Letras y militante del PRT, relata que la militancia juvenil estaba en todas partes. Estudiantes universitarios, en un acto de solidaridad y compromiso, participaban en las asambleas de los obreros azucareros. Cada facultad tenía asignado un ingenio: Filosofía y Letras colaboraba con el ingenio Amalia, mientras que Ciencias Económicas lo hacía con el San José. Esto representaba una alianza que desafiaba el status quo.
El golpe militar de 1966, que derrocó al presidente Arturo Illia y llevó al General Juan Carlos Onganía al poder, solo agudizó la crisis en Tucumán. En agosto de ese mismo año, el ministro de economía anunció el cierre y desmantelamiento de once ingenios azucareros, ocasionando que miles de trabajadores de fábrica y peladores de caña quedaran en la calle. Pueblos enteros, que habían organizado su vida alrededor de la zafra, se vieron sumergidos en la pobreza, obligando a sus habitantes a un éxodo forzado en busca de nuevas oportunidades. En este contexto, la Federación Obrera Tucumana de la Industria del Azúcar (FOTIA) emprendió un plan de lucha que contemplaba la instalación de ollas populares y concentraciones en las ciudades.
En medio de esta lucha, una figura se alzó como símbolo de la resistencia: Hilda Guerrero de Molina. Peladora de caña y organizadora incansable de las ollas populares, con 34 años, Hilda se convirtió en un faro para los desposeídos. El 12 de enero de 1967, una manifestación en el ingenio Bella Vista fue brutalmente reprimida por la policía y un disparo le quitó la vida. Su muerte no hizo más que encender aún más la llama de la indignación.
Según cuenta Assaf, “la unidad entre estudiantes y obreros era tan potente como para mantener en jaque a la dictadura de Onganía". Estas insurrecciones populares entre 1969 y 1972, conocidas como los Tucumanazos, demostraron la capacidad de organización y resistencia del pueblo tucumano. Paralelamente, comenzaban a evidenciarse las acciones de organizaciones armadas como Montoneros y el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). Los primeros, de raíz peronista, luchaban por el retorno de Perón y un socialismo nacional; los segundos, de ideología marxista-leninista, soñaban con una revolución socialista.
En 1973, la democracia retornó al país con el triunfo de Héctor Cámpora, quien eliminó la proscripción del peronismo y permitió el regreso de Perón. En septiembre de ese año, Perón ganó las elecciones con un 64% de los votos. Sin embargo, el peronismo ya estaba fracturado por un enfrentamiento entre sus alas de izquierda y derecha, una división que se agudizaría con la muerte del líder en 1974. Ese mismo año, en marzo, nacía la Compañía de Monte "Ramón Rosa Jiménez" del ERP, que se instaló en el cerro tucumano.
En 1975, el Decreto 261, que dio inicio al Operativo Independencia, estableció en su primer artículo la orden al Ejército de actuar militarmente en Tucumán para "neutralizar y/o aniquilar el accionar de elementos subversivos". De pronto, alrededor de 1500 efectivos militares llegaron a la provincia, superando ampliamente a los 200 miembros de la Compañía de Monte. Al frente del operativo, en su fase inicial, estuvo el general Acdel Vilas, sucedido luego por el general Antonio Domingo Bussi. El término "subversivo" se expandió ominosamente para incluir a militantes estudiantiles, gremialistas y a todo aquel que fuera considerado colaborador o simpatizante de las organizaciones armadas.
La presencia militar en la provincia dio lugar al establecimiento de centros clandestinos de detención, uno de ellos fue La Escuelita de Famaillá. A estos lugares eran llevados los detenidos, donde eran sometidos a las más atroces torturas. Por La Escuelita pasaron más de 1500 personas, cada una con su historia de dolor y desaparición. Una de esas historias es la de Lilia Nora Abdala.
Lilia tenía ocho meses de embarazo cuando fue secuestrada de su casa, en Villa Carmela, el 25 de julio de 1975. Su hija Cristina, entonces de doce años, vio con sus propios ojos, desde la casa de su abuela, cómo se llevaban a su madre, cómo la golpeaban sin importar su estado. Cristina, hoy una mujer adulta, declaró en el Juicio Oral sobre el Operativo Independencia: “Vivo con la esperanza de que mi madre va a aparecer. Pido que me digan dónde están los restos de mi madre, que yo necesito tener un lugar donde llevarle una flor." Y añadió que, a pesar de tener más de 50 años, aún necesita a su mamá. Algunos testigos afirmaron haber visto a Lilia Nora en La Escuelita de Famaillá."Yo sé que tengo un hermano. Algún día lo encontraré”, dijo Cristina.Se estima que ese hijo/a debió nacer en agosto o septiembre de 1975. A la fecha, Lilia Nora Abdala, su pareja Alejandro Vivanco, y su hijo/a, continúan desaparecidos. Su búsqueda es un recordatorio de que la memoria es un acto de verdad y de justicia.