Mujeres y Memoria: Pila Garbarino. De exilio, militancia y compromiso
/Foto; Mariela de haro | la palta
Psicóloga. Docente. Militante. Todo eso y más es Stella “Pila” Garbarino. Histórica militante de los derechos humanos que en los 70 quedó a cargo de la dirección de Canal 10 y realizó cambios en su programación. La mujer que, cuando dejó de transmitir el programa de Mirtha Legrand, dijo: “Cuando todos los argentinos puedan comer como la señora Legrand, van a volver los almuerzos”.
Son las seis de la tarde de un lunes de marzo. Pila sostiene en sus manos un pañuelo descartable mientras cuenta su historia.
Su camino en la militancia y la psicología comenzó en 1946 cuando ingresó a la facultad de Filosofía y Letras para estudiar Psicotecnia y Orientación Profesional. Durante su trayectoria académica, formó parte de la Juventud Universitaria Católica (JUC) y del Movimiento Humanista. Para entonces, Pila recuerda que sus libertades comenzaban a ser atacadas: se prohibían ciertos autores, se censuraban películas, se atentaba contra diferentes tipos de manifestaciones. “En medio de todo esto era esencial comenzar a tomar determinadas posturas frente a lo que vivíamos. No había lugar para la indiferencia”, dice.
En los años 60 y 70, diferentes organizaciones revolucionarias comenzaron a conformarse y asentarse en la provincia. Es así que Pila, junto a su pareja de aquel entonces, se dedicaron a buscar profesionales para la atención médica de quienes integraban estos movimientos. También brindaban contención y ayudaban a sus familias a encontrar un lugar en donde vivir. “Yo sostuve, y lo sostengo, que cuando surge una dificultad hay que juntarse con alguien que también vive esa dificultad. Que la salida individual no funciona”.
Una televisión para el pueblo
Foto: Mariela de haro | la palta
A mediados de 1973, Pila fue designada Directora General de Canal 10. Algunas personas que formaron parte de su equipo de trabajo fueron Marta Rondoletto, Gerardo Vallejo, Miguel Ángel Estrella, Cristina Barrionuevo. Con el objetivo de “una televisión que esté en contacto directo con el pueblo”, es que Pila impulsó una transformación profunda en la programación, que en ese momento se caracterizaba por no tener una propuesta articulada y organizada. “Llevar la cultura a los sectores marginados fue una de mis obsesiones”, dice Pila en su libro Experiencias de enseñanza y exilio.
Una de sus primeras medidas fue reformular el noticiero. “Se escribía a máquina y se daba un texto para que se lea. No había muchas imágenes para poner. Recuerdo que para hablar de la guerra de Vietnam poníamos una foto de cualquier avión”, cuenta Pila y una sonrisa pícara se dibuja en su rostro. También se dejaron de transmitir programas como Almorzando con Mirtha Legrand. “Expliqué que los almuerzos volverían cuando todos los argentinos pudieran comer como la señora Legrand. Y al que no le pareciera, lo sentía mucho, porque todos tienen derecho a comer como en esa mesa’”.
La nueva programación incorporó obras de teatro independiente y conciertos populares. Las decisiones, recuerda Pila, eran siempre tomadas en grupo y debían arreglárselas con los escasos recursos con los que contaban. “Nos juntábamos todos los sábados a la tarde. A veces, tomábamos los textos del informativo, lo leíamos en el grupo y lo discutíamos con la técnica del grupo operativo”. Aquella experiencia era totalmente nueva para ella. Es así que, con la ayuda de su equipo, se empapó de este nuevo lenguaje que aparecía en su vida.
15 años de exilio
Su dirección duró seis meses. Un día, al llegar a la oficina del canal recibió la notificación de que estaba de licencia. Una licencia que nunca pidió. Para entonces, los tiempos comenzaban a ponerse aún más oscuros. Cada tanto, arrojaban cosas a la casa de su familia y a su lugar de trabajo. También recibía amenazas a través de llamadas telefónicas.
En diciembre de 1974, Pila decidió irse de vacaciones a Buenos Aires. “Cuando quise volver en enero del 75, ya tenía la orden de captura”. Ese fue el inicio de sus años de exilio. Un mes después en Tucumán se daría comienzo al Operativo Independencia.
“Renuncié a mis trabajos y busqué uno en Buenos Aires. Cuando la cosa se puso insostenible en Tucumán, todo el mundo me decía ‘te tenés que ir’”, recuerda Pila. Cuando recuerda aquel momento, en sus ojos se entrevé un dejo de tristeza. El desarraigo, la soledad y la desconfianza estuvieron presentes durante ese tiempo. Recuerda que a veces solo comía una vez al día, que dormía en un consultorio que le prestaban, que no podía hablar con casi nadie. Recuerda los zapatos blancos con los que andaba en pleno invierno, ya que era lo que había llevado para pasar el verano sin saber que no regresaría a su hogar.
Salir del país implicaba contar con recursos y papeles. Es por ello, que, cinco meses después, a fines de julio, Pila recién pudo viajar y exiliarse en Panamá, donde consiguió trabajo en un centro de estudios. “Había un montón de cosas que desconocía. Me costó y me tuve que adaptar. Al principio en Panamá, que hacía tanto calor, yo me ponía un toallón porque quería dormir con algo que me pesara porque venía del frío en Buenos Aires”, cuenta.
El segundo país de exilio fue México. Allí conoció a su compañero de vida Gerardo Bavio y tuvo a su hijo Héctor. “Cuando empezamos la relación, él me dijo: ‘ni vos tenés 20 años, ni yo así que la única manera de saber si podemos estar juntos es estando juntos’. De ahí no nos separamos más”. Con Gerardo, Pila compartió 40 años de su vida y militancia. En su relación abundaban los debates y los análisis sobre política. En 2017, a sus 90 años, él partió de este mundo. “Son en estos momentos actuales que lo extraño. Él era muy reflexivo, sereno”, dice Pila mientras trae al presente los recuerdos con su compañero.
Los tres últimos años de exilio fueron en Cuba. En los 90 pudo regresar al país. Un país con Antonio Bussi como gobernador de Tucumán y Carlos Menem como presidente. Los primeros cuatro años, Pila y su familia tuvieron que vivir en el departamento de su madre hasta comprar una casa propia. “La reinserción costó. Fue muy fuerte, no solamente por la gente que ya no estaba. Había personas que te decían ‘¿para qué has vuelto?’”, cuenta. Con el tiempo, Pila pudo reconstruir parte de la vida que se vio obligada a dejar atrás.
La militancia hoy
Foto: Mariela de haro | la palta
Desde el inicio de los juicios de lesa humanidad en Tucumán, Pila forma parte del equipo de acompañamiento a testigos. Los primeros años no fueron fáciles, ya que debían explicar la importancia de que exista este espacio como así también comprender el lenguaje y los tiempos jurídicos. Hoy se trata de un espacio ya consolidado. “La tarea de acompañamiento no se puede hacer en soledad. Es muy importante que después de que acompañás a un testigo, puedas contar con alguien y puedas contar qué es lo que te ha pasado, qué es lo que has sentido porque hay testimonios muy fuertes”, sostiene Pila.
La militancia no solamente la ejerce desde su profesión, sino también desde la música. Pila forma parte del grupo Las Subversas, un grupo de amigas que entienden el arte como un espacio de transformación social. Amigas con las que comparte la militancia y el compromiso con los derechos humanos. “Fui impulsada por Renée Ahualli para entrar. Yo no tuve ninguna formación musical. Pretendemos transmitir alegría y esperanza”, dice Pila.
En Tucumán, la noche cae y Pila se levanta de su sillón después de repasar toda su historia. Aquella historia marcada por la militancia, el compromiso, el exilio y la resistencia. Se levanta y piensa en la próxima marcha del 24 de marzo, en la que, como cada año, estará presente.