Un espacio de libertad y cambio

Fotografía de Rocío González

Las Palabras No Muerden (LPNM) es un grupo integrado por estudiantes y docentes universitarios de múltiples áreas. Trabajan en los barrios Álvarez Condarco y Lamago, de San Miguel de Tucumán, con talleres de educación no formal en donde los procesos de aprendizaje tienen una lógica muy diferente a la de la escuela convencional. La asimetría entre un docente y un alumno no tiene lugar, ya que estas figuras no existen. Lo que hay son coordinadores de actividades o talleristas. Tampoco hay jerarquías, se trabaja desde la horizontalidad. Todos son iguales y pueden proponer actividades o temas y discutirlos a lo largo del taller. La planificación en el espacio de lo no formal también es diferente. Se tienen más en cuenta las problemáticas contextuales y coyunturales que están presentes en el grupo, que un plan estándar para todos los grupos. Cada individuo, cada grupo y cada momento, a partir de esta lógica, son diferentes. El taller debe adaptarse a eso y abrir todas las vías para el aprendizaje mutuo y colectivo.

Pilar Ríos, docente de la carrera de letras, está entre los miembros fundadores del proyecto y cuenta que la inquietud original surgió al realizar la práctica de educación no formal de la carrera de letras. Una práctica en la que se proponía un taller literario con un grupo de chicos de la calle en el que solo dos estaban alfabetizados: “Cuando los acompañantes terapéuticos en la última reunión les preguntaban a los chicos qué habían encontrado, una de ellas dice “un espacio de libertad y cambio”. Ahí nos empezamos a preguntar un poco cuál es el lugar de la enseñanza, qué se entiende por enseñanza y sobre todo qué se entiende por literatura, porque si está siempre asociada al libro escrito, ¿cómo había sido posible encontrar este espacio donde lo simbólico era un espacio de resistencia? Se convertía en un lugar de resistencia y de posibilidad de cambio”

A partir de este momento, la idea de LPNM quedó rondando. Años después, Pilar y tres chicos (Rafael, Rocío y Alejandro) sentaron las bases para el proyecto. A través de un contacto llegaron al centro comunitario Álvarez Condarco y comenzaron a trabajar con adolescentes. En ese momento los talleristas eran seis y la cuestión de la interdisciplinariedad iba tomando forma. Cuenta Pilar que uno de los primeros aprendizajes fue la negociación. Los chicos del Centro Comunitario ya tenían experiencias previas de taller. Había una idea preconcebida. Los integrantes de LPNM tenían ideas formadas de lo que querían hacer. Eso fue mutando en el intercambio. Pilar señala que hubo una actividad que resultó un punto de quiebre. “Un día, en un juego con el texto de Elsa Bornemann, “El Comesol” (1), llevamos el cuento sin el final y ellos tenían que inventar el final. Cómo recuperaban el sol los gatos. Entonces empezaron a salir muchas respuestas, unas desde la violencia, otras desde la unión comunitaria, y ahí los chicos recuperaron del pasado del centro como ellos cuando eran chicos habían ido con sus padres a través del centro comunitario a pedir por el agua corriente en el barrio. Entonces ahí los chicos empiezan ya solos a contar sus historias, a hacerse cargo de su propia historia y a llevarnos a nosotros por esos caminos que naturalmente desconocíamos. Entonces ahí surge la idea de contar la propia historia. Pero no la del barrio, la de los chicos. Lo que ellos querían contar. El formato que habían elegido los chicos era el audiovisual. Se escribieron varias historias encadenadas, unas en la escuela, otras en las casas, e hicimos un corto”.

Este es el tipo de actividades que realiza el grupo. En los talleres se han organizado pequeñas representaciones, improvisaciones, maquetas, cuadros, afiches, dibujos, narraciones orales, narración combinada con representación e interpretación. Aunque suena muy formal y estructurado, los talleres se destacan por no serlo. Existe mucha planificación por detrás de las actividades. Se plantea qué se va hacer a partir de las actividades que se vienen trabajando, si tendrán continuidad o no. Qué texto se va a usar, si una historia corta, un cuento, un fragmento de alguna novela, un corto, una película, canciones. Finalmente, se plantea el contenido más profundo de la actividad a partir de los distintos procesos que se van viendo en el colectivo de trabajo. Si bien la descripción es jerárquica y tiene una estructura, se va trabajando en simultáneo. Se entiende que lo que ocurre no son ni situaciones estáticas ni solo coyunturales, tienen un proceso por detrás de ellas.

Desde que se inició el proyecto, sus integrantes fueron buscando distintos medios económicos para sostenerlo. Al principio era completamente a pulmón y formaba parte de los proyectos de extensión de la universidad. Durante este año, LPNM pasó a formar parte de los voluntariados universitarios. Cuenta Pilar que se incorporó más gente y decidieron abrir otro espacio. Esta nueva iniciativa genera un desafío porque ahí no está el espacio del centro comunitario, el trabajo es más desde las bases porque hay que construir el grupo, manejar los espacios. Si bien la estructura es diferente, la lógica del trabajo sigue siendo la misma. El trabajo con la palabra. En cualquiera de sus formas. La palabra escrita, la palabra oral. El discurso en un corto, en una película, en un diario. La palabra como una intervención directa en el mundo y como una manera de cambiarlo. “Yo siempre me acuerdo no solo de esa primera frase del espacio de libertad y de cambio sino por ejemplo con el tema del Comesol, cómo las primeras soluciones o resoluciones al cuento eran siempre la violencia. Y de golpe, uno va viendo que existen otras formas, como la organización comunitaria. El reconocerse en el otro. No solo el decir, porque en definitiva lo importante es decir,  pero también aprender a escuchar. Y ese sería otro de los pilares del proyecto , decir acá somos todos diferentes, toda las palabras tienen valores, y todos los sujetos y todas las identidades tienen valor. Aprender a respetar esa diversidad. A respetarlo al otro, a saber escuchar qué es lo que el otro está pidiendo, imaginando soñando”. 

(1) Donde se cuentan las fechorías del Comesol narra cómo en una comunidad de gatos, luego de que uno de ellos construye un acaparasol, el resto se organiza comunitariamente para pelear contra la injusticia.